martes, 19 de abril de 2016

02873-42.IMPOSIBLES: Las habas prohibidas

DOCUMENTO ANTERIOR
02818 (23.03.2016 - La luz sale de mis ojos, y las luces de fricción)

DOCUMENTO POSTERIOR
02960 (09.06.2016 - Regreso a casa)


     Quise conocer mundo, de ahí que salí de casa. Pude torcer a la derecha, a la izquierda pensé en hacerlo, y pude no torcer, sino seguir al frente, más habiendo obstáculos, como observe, en todas las direcciones, ni torcí ni deje de hacerlo, sino que tome un camino indiferente al que pregunté sí tenía destino. El camino, que era mudo, no respondió, pero yo oí su respuesta e indiferente lo tome como camino indistinto.

    Pronto, o tal vez tarde, no puedo decirlo, vi una doble puerta de dos habas formada, allí comer habas estaba prohibido, y era un delito. Habían cipreses a ambas parte del camino, y manes entre los árboles, de hachas en las manos, aguerridos, que cortaban los ciparisos. Más allá los sepulcios, blancos los más, en sepia color algunos, negros los había, y un hombre en uno de ellos tumbado sobre la losa, esperando, según me dijo, a que su amada regresase para, con ella, entrar en comercio íntimo. A otros pude ver, deambulando, buscando su cenotafio, que en campos extranjeros habían fenecido, y ahora, vencidos, regresaban a su patria buscando el solar prometido. Unas mujeres vi venir, en sus manos portando penates, que buscaban lares de despensas bien provistas, donde dar de comer a sus hijos que, de sus faldas cogidos, las seguían.

    Yo sentí algo de frío entre gentes tan extrañas como enrededor mío se movían, cada uno a lo suyo, como buscando un nuevo mundo, mientras de cada ciprés caído un renuevo surgía, y gritaban ¡milagro!, pues nadie de los presentes de las heridas de la muerte pensaban ser renacidos. Yo los veía desencarnados, de aire fundidos, y de vez en cuando acercándose a las habas prohibidas, de las que comían, y cuanto más de las habas se atragantaban más en sutil aire se convertían.

   Decidí, pues, no tomar de las habas su carne, sino mejor pasar hambre, de manera que cuanta más necesidad del comer en mi se agolpaba, más carne en mi cuerpo se apiñaba. Y mientras ellos del yantar morían, yo del no comer más vivía.

    Sucedió, entonces, algo inesperado; las dos habas se separaron y a mi vista dejaron ver la figura de un hombre enorme que, según me dijo, a terminar conmigo se disponía. Era enorme porque hacía siglos y siglos que no comía, y era eterno porque no comía, y yo era su enemigo, aquel que no comiendo a vivir eternamente se disponía, de ahí que un hacha de los manes tomara para obligarme a comer de las habas, transformando mi carne en aire puro que pudiera pasar entre celosías.

     Quise conocer mundo, no sé para qué. Salí de mi casa convencido que era una cosa vivir y otra existir, y en el camino, que era mudo y que emprendí, me encontré con Sein, que no sabe que existe el mundo para él, ya que carece de conciencia de si, y al poco que caminé me encontré con Daseín preguntándose por el ser en cuanto su existencia, de modo que vi caer sobre mi el hacha del hombre eterno, aquel que no comía para vivir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario