jueves, 14 de abril de 2016

02863-11.EL PRESIDENTE DE IMPALA: El licurgo

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02602 (23.11.2015 - Los principios de Impala)

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03029 (19.07.2016 - Ordeno la desaparición de Impala)



        María acariciaba el arca; sobre la cama, a la vera del muerto, la epístola de amor, la llave y el cofre. 

- Antes de abandonar definitivamente los sentimientos que tengo hacía este mundo quiero sentir la canción -dijo el Anima del Empíreo mientras los manes llegaban- 

Olía a especias en la alcoba. Sobre la cama, colgado de la pared, la pintura de un licurgo parecía dominarlo todo; de sus inertes ojos, que eran luminosos en su potencia, rezumaban las ideas que gobernaban el mundo. Toda la pared restante, hasta el techo y los ambos ventanales que la guardaban, quedaba desnuda de ornamentos. Los huecos que filtraban la luz del sol en muchos haces recubrían sus contornos con unas magnificas cortinas. María había pulsado el botón. El introito se ocupaba, en su serena exposición, de prohibirlo todo, como si las almas del Empíreo, del que decían eran muchas las que llenaba su pecho, emigrasen impávidas al mundo celeste, y una gota de agua perfumada irradiaba por entre aquellas voces que le llamaban al descanso, junto a la luz perpetua de los tiempos, porque todo es preciso prohibirlo en el mundo de lo perfecto. ¡Que hermoso espectáculo aquel que María viera en aquella su frustrada alcoba!. ¡Que baile de manes tan expléndidas retorcían sus contusiones al través de los haces del sol, en la luminaria estancia que, con tanto mimo, la muerte significaba! Adiós al amor eterno. Se sentó en su sillón, reconociendo en aquel preciso instante que jamás conoció el soler del Empíreo, que se veía vacío al otro lado del lecho, y apoyo sus pies en una alfombra donde descalzabase, de ordinario, antes de entrar a dormir con el Empíreo; fijose en una lámpara de luz que sobre la mesita evitaba el Empíreo encender, y fijó su vista en un libro tan viejo como los años que tenía y que siempre había estado sobre la mesita del Empíreo- Lo tengo ahí por si en alguna ocasión mi voluntad me incita a leerlo -dijo el Empíreo- Hay asuntos, María, en este mundo que merecen ser tenidos en cuenta, porque uno no sabe si ese asunto algún día será requerido por la voluntad para la ejecución de un hecho glorioso o de una acto de extraordinaria repercusión en la historia o servirá, tan solo, para morir acompañado.  

La lámpara aquella no funcionaba. 

- Mañana mandaré que cambien la bombilla

- ¿Por qué? -preguntó El Empíreo-

- Para que dé luz.

- No lo hagas

- ¿Por qué? -preguntó María-

- Porque no es bueno despertar a los muertos

"¿Por qué has querido morir?"

María lloraba sangre de su clamoroso corazón, mientras al tenue tiempo todo le estallaba entre las manos. Era, supo, el momento de tomar del cofre lo que cobijaba, ver si guardaba algo o era un cofre sin contenido, cuyo significado era preciso contemplar sin verlo. Sonreía el Anima del Empíreo sentada en el sillón del Presidente, y se encendía la lámpara que durante tantos años permaneciera sin luz en su bombilla. María apreció aquel gesto de su amor, se alegraba de ver luz, parecía sonreír el Empíreo en su lecho mortuorio; una unidad de otoño extendiase por la alcoba mientras las almas recorrían, con sus bailes, la estancia y lloraba sangre de sus clamorosos corazones. 

Y leyó: "Son éstos que se avecinan días de ira, esos días donde los incautos verán suprimidas, de pronto, sus esperanzas. Nada en la naturaleza dura mil días de felicidad, el terror, pues, se aposentará de la silla del mundo y desde ella ejercerá la justicia que no gusta al hombre". 

Y leyó: "Quisiera María que aceptaras estos últimos trabajos que son necesarios para concluir la obra que nació para mi existencia. Cómo ya fue profetizado por el Señor De Las Hoyas ha llegado el modo de mostrar que estoy en el mundo para mi gloria". 

Lo miró, en su rostro muerto la sonrisa no habitaba, era ahora su cara una estampa de la resignación mas apacible. ¿Qué pensaría de ella el Empíreo?. Se levantó del sillón y caminó, de aquí para allá, a lo largo del suelo de la alcoba, deteniéndose, cada vez que pasaba, a los pies del lecho, sujetándose por sus manos al larguero de la cama. 

De pronto, sin que nadie pareciera allí estar, una trompeta llamó a los cuerpos espirituales a presencia del juez de los existentes, llevando consigo el libro donde está redactada toda la justicia. Y era aquel instrumento de llamada y las voces que la acompañaban un esbozo de suavidad eterna, como si todas las voluntades encaminadas fuesen al fin de su existencia. El licurgo, entonces, tomo en sus manos el libro de la justicia y sentándose en el trono lo abrió por aquella página donde los deseos de los manes incandescentes apagaban los haces del sol, donde todos, hasta los más justos en sus creencias parecían denotar espacios y pensamientos de terror, porque en el mundo de los vivos quienes juzgan son dioses de extrañas conclusiones que ni de ellos mismos se libran. 

- Dime si es verdad cuanto siento. Dime si es verdad que siento. Tú que estás muerto, dime si es verdad que yo sigo viviendo. Dime si los rayos del sol son continuos como parecen venidos del amor del cielo o si por el contrario solo son los llantos de las ánimas atormentadas por el fuego. Dime si el sol se alimenta de los muertos. Dime..., despierta de tu muerte y habla a mis oídos las frases que me calmen; no me digas que no puedes, que si por tu voluntad te has ido, estoy segura que por tu voluntad vuelves. ¡Que silencio siento en mis sienes!

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