viernes, 27 de enero de 2012

00898-03.AGUAS ALTAS Y BARAÑES: 01.De Iborra de Flandes

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          "En el mundo de los muertos todos tienen la misma figura" pensó Iborra de Flandes. Como consecuencia de los aniñados cambios de la naturaleza, menos atareado con los leños y el fogón, disfrutaba, muy a su pesar, de un tiempo vacío que no hallaba en que ocupar, por lo que en sus caminares por la casa acababa a diario en el quicio de la entrada, donde se plantaba y miraba, no tardando mucho en verse sentado, junto a la puerta, en la calle de Labradores, dedicándose a ver pasar las tareas ajenas y a los dueños de tales trabajos; allí ejercitaba las manos sobre el rostro en los ratos que no estaba Antigua presentándole, desde lejos de ellos, a los más significativos hombres de la urbe; ¡y cuantos episodios le narraba!; le contaba las sombras de lo negro y de lo blanco, probándose la moribundez del viejo soldado, volvían gris al amarillo y recio al marrón, y dejaban de oírse las caballerías sobre la tierra y de traquetear las ruedas de los carros, huecas al oído, opacas a los sentimientos, subido al compás de una brisa levantina humedecida por el agua salda de un mar Mediterráneo. Desde la silla miraba, como primera impresión, el inmutable cielo, no cabía arrepentirse de lo hecho en el tiempo; "yo no peco y si alguien ve en mi pecado, es él quien peca viendo en mi lo que yo no veo", se ejercitaba solo en sus pensamientos. Y el cielo, que seguía en lo alto sin precipitarse a la tierra, le hablaba de como el paso de los tiempos le había llevado hasta aquellas silla, que no era suya, que ni silla, después de tantos años de servicio, tenía. Al despertar de la mañana, viendo el rostro de su hijo dormido, se figura en Gante, junto al calor de Magdalena, y del miedo pasado en aquellas tierras se acordaba, de los juegos y de las charlas, de aquel frío y de aquellas venganzas, pensamientos inexactos musitábale al oído la brisa, intentos de regreso mientras se acariciaba las manos con las mismas manos suyas, con aquellas manos que habían quemado su ira con un arcabuz, con una pica destrozando el pecho de un sucio neerlandés, paganos de la autoridad de Dios en la tierra, alumbrados a los fuegos de Satán, iluminados del averno, impíos, malqueridos, traidores vergonzantes, hijos de puta y cabrones. ¿Tantas atrocidades!, sin duda injustificables cometidas, acordabase de alemanes, valones mercenarios y de los diques de las tierras bajas.

          Los efectos del alma son la luz en el cuerpo.

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