sábado, 28 de enero de 2012

00899-04-AGUAS ALTAS Y BARAÑES: 02.De Iborra de Flandes

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02858 (12.04.2016 - 03.Iborra de Flandes se confiesa con su hijo)


           En las añoranzas de noches heladas, de los bosques blancos y de las aguas más altas, ¡que lejos parecían quedar aquellas hermosas españolas mañanas!, donde la lengua castellana era la una, la única que Dios hablaba, la única obligada en los fríos campos y verdes aguas de la Europa rebelde e ignorante; le contaron que un toro desfloro a una doncella, y que de aquel gusto nació Europa. En aquellas noches, digo, veían las estrellas al hombre de los tercios, Iborra de Flandes, sentado a la puerta de la casa de Antigua La Mayor, en baja silla que le permitía sus codos apoyar sobre sus rodillas y tentar sus manos sobre la frente y sobre la frescura de su cabeza. Intentaba, en aquel estado, hacer un esfuerzo por recordar el origen de sus tiempos, y de como tantos olvidados caminos por los reinos de las "españas" y por sus vasallos, los reinos de la Europa, habíanle conducido a este perdido rincón del mundo mediterráneo, que apenas los nacidos aquí conocían, y en su deambular por la grandeza y miseria de los Hansburgos se veía dócil y traicionado, solo y perdido, con la mirada fuera del futuro, anclada en un presente sin pasado. De suspiros hoscos y entrelazados, ojos que cerraba y abría a un mismo detenido tiempo, toses y expectoraciones le acompañaban. Cuanto menos sentía más feliz se hallaba, cuanto menos sentía más lejano y absorto se encontraba sufriendo, sin sentimiento, la sensación de estar sintiendo, de timidez y soledad lleno más feliz se hallaba cuanto menos sentía el viejo. La felicidad, le decían las hadas de su cuerpo entero, es ignorar el sentimiento, más para desatenderse es previo antes conocer el mundo entero, pues no basta al dichoso ignorar por lego sino hacerlo por sabiduría, que es la más alta lección de la ignorancia. Despertábase a destiempo ya abatido, sin haber cruzado ni siquiera una tímida mirada con la mañana, convencido de no haberse acostado cuando debía, y ni tan siquiera era su deseo hacer las cosas en su justo extremo, poco importabale a él si bien hacia o mal, y cuando veía doble, como por milagro de la naturaleza, que las mas de las veces era, ya no le vencía la idea de significar lo que veía sino de evitar que las perturbaciones de sus alrededores se le introdujesen en su cerebro en forma de sinsabor.

- Tengo hambre

- ¿Comiste ayer? -preguntó Iborra de Flandes-

- Sí -replicó su hijo-

- ¡Ahí te equivocaste! Ayer comiste y diste satisfacción a tu estomago. Hoy, acordándose de ayer, tu estomago te pide comer, y tú, por no oírle, por no sentirlo, le darás de comer. Mañana tu estomago te recordara que tiene hambre, te hará saber el derecho que le diste a comer, y tú estarás condenado, para siempre, a dar satisfacción a tu estomago, esa parasitaria bolsa que tienes ahí.

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