viernes, 21 de noviembre de 2014

02063-16.IMPOSIBLES: La tía Eduvigis

DOCUMENTO ANTERIOR:  02059 (20.11.2014)

DOCUMENTO POSTERIOR:  02076 (27.11.2014)


      Hoy me ha llegado la noticia; la tía Eduvigis ha muerto. He llamado al trabajo y me he excusado por no poder hoy rendir conforme a mi sueldo; mi jefe lo ha entendido, a él, me ha dicho, también se le murió una tía, y lo sintió mucho. Yo lo he sentido mientras arrancaba de mí el ayuno con el que me levantará de la cama, y he podido recordar mis aventuras infantiles con la tía Eduvigis allá en casa de mis abuelos.

     He tomado el coche y sin más demora que la distancia, he puesto mi vida en la carretera a noventa kilómetros por hora por una vía que prohibía correr a más de sesenta kilómetros por hora. El Guardia me ha parado con el brazo en alto y me ha ordenado detener el coche junto a la entrada de un camino. Aquí se han terminado todos los recuerdos donde la tía Eduvigis era el sujeto activo de mis pensamientos.

- Le ruego que se dé usted prisa en extender la multa -le digo al Guardia- Llego tarde al entierro de mi tía Eduvigis... si no le importa.

- No se preocupe, no llegará usted tarde -me hace saber El Guardia-

- Si no se da usted prisa, llegaré tarde -insisto, y añado- se lo aseguro

- No llegará tarde; acabo de multar al coche funerario

     Es una broma, pienso. No es una broma, me responde silencioso El Guardia. Lo que me deja más tranquilo. Y tras dejar atrás al Guardia que no respeta a los muertos, vuelven mis pensamientos a ser para la tía Eduvigis hasta que llego y la veo silenciosa dentro de su caja de madera. Yo me sonrío mientras me imagino al coche fúnebre detenido junto al Guardia que redacta lentamente la multa; "por poco no vienen a recogerte" le digo a la tía Eduvigis, "por poco te quedas eternamente en esa caja para que todos te veamos envejecer en la muerte".

    Porque sabemos que envejecemos en la vida, pero... ¿envejecemos en la muerte?

    Le cuento a la tía Eduvigis lo de la multa, y luego, ahora que la miro detenidamente, me parece que aún conserva aquella belleza que me enamoró, de ella, cuando yo apenas contaba quince años y ella veinte. Su cabello por entonces era largo y azabache, y yo, junto a ella, lo enredaba entre mis dedos convirtiéndolo en mis bigotes, para luego dejarme caer sobre sus pechos, imaginándome succionar su leche, al tiempo que mi mano, trémula y confiada, recorría el interior de sus muslos hasta que era detenida por la mano enemiga de la tía Eduvigis, mientras un fluido salía de mi pene. "¿Te has corrido?, me preguntó un día, y como quiera que yo no contestara, introdujo su mano por la bragueta de mi pantalón y dijo... "si, te has corrido".

     ¡Cuánta maldad había en ti, tía Eduvigis!

     "¿Recuerdas aquel día....?, aquel día que me llevaste a ti habitación y te desnudaste; aquella si que fue mi primera gran corrida"

     Vi aquí como la muerta sonreía, abrió los ojos y me dijo... "ven aquí, apoya tu cabeza en mi regazo y succiona de mis pechos la leche que debí darte entonces, y que ahora me arrepiento de no habértela dado". Yo separe mis labios y puse entre ellos el pezón de la muerta, succionando vacío, mientras mi mano recorría sus muslos hasta que llegó al bosquecillo que rodeaba su coño; la tía Eduvigis se había corrido.

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