jueves, 27 de noviembre de 2014

02076-17.IMPOSIBLES: Dormir junto a un hombre

DOCUMENTO ANTERIOR:   02063 (21.11.2014)

DOCUMENTO POSTERIOR:  02083 (30.11.2014)


     Recuerdo la última vez que dormí junto a un hombre. Al despertar, tras abrir los ojos, comprendí que cumplía años, y que lo hacía agazapada en el interior de una cama, con el camisón puesto y protegida por las sabanas. Y me sentí una pobre mujer sin esperanza; los tiempos de abundancia, sin duda, estaban pasados y yo existía solo para recordarlos. Y comprendí que era esencia sin existencia, que el existir en mí yacía muerto en alguna parte de mi pasado, que era una mujer condenada a vivir entre unas sábanas. Sé que respiré al alba, mientras los minutos pasaban entre el balcón y la puerta de mi alcoba solitaria, rodeada de altos muros de piedras, donde yo reinaba. 

     En ocasiones fueron penes bravíos los que daban luz a mi vagina, las más de las veces era uno el que traspasaba el umbral de mi casa, y hasta hubo ocasiones que tuve que alquilar un pene al que, sencillamente, le ordenaba. Yo era la reina rodeada de una cohorte de penes sin habla. Siempre me gusto aquel silencio, sobre todo aquel silencio que quedaba cuando el pene se marchaba, mientras mi vagina revoloteaba, satisfecha y solitaria, por la cama. Eran tiempos de abundancia. 

    Hasta que hubo un día, que por olvidado tenia, que un pene visitó, por última vez, la estancia coronada por mi almohada. Y hoy lo recuerdo hermoso, bella pieza de carne sonrojada por donde corría la sangre, que se detenía y aumentaba, que yo moldeaba con mis manos, que besaba, mordía y sentía los latidos férreos de su bombeo, su mirada.... mientras me decía "dame paz". ¡Que poder más majestuoso es tener un pene esperando!

    Hoy he cumplido sesenta y cinco años, y ya no sirvo para el trabajo como no serví para ser madre ni serví para aguantar un pene flácido en mi cama. Siempre me resultó repulsivo dormir con un pene sin vida, porque nunca entendí que ante mi vagina abierta pudiera sentirse un pene cansado, indiferente y extraviado, que siempre tuve por un insulto que pudiese un pene dormir junto al cálido contenido de MI vagina; nunca serví, pues, para estar casada.

     De niña descubrí al filo de cumplir veinte años, junto a un pene lacio que dormía tras haberme traspasado, que solo le importaba de mi tenerme a su lado, velando su sueño, esperando que el existir volviese al pene que por estar flojo me estaba insultando. Y fue en aquellos instantes de repulsa que vi como lo grande de un pene era, de ordinario, lo mediocre de su esencia, solo una masa de carne crecida por una avenida de sangre. ¡Que tristeza se apoderó de mi buscando, como lo hacia, entre aquellas dos piernas dormidas, aquel hermoso pene, ahora blando, que no pude palpar con mis manos!

     Sesenta y cinco años...; y he despertado al filo del sol naciente en lo más bajo, con mi vagina mojada, mojando un clítoris solitario, que ya no existe y cuya esencia es recordar tiempos ya pasados.

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