jueves, 18 de diciembre de 2014

02109-20.IMPOSIBLES: El cuchillo y la lluvia

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                                                                           -I-
   
       Llover es un acto de tiranía que realiza la lluvia, cuando quiere, sobre mi cuerpo, pues ella decide cuándo llueve. No me pregunta, la lluvia, si llover puede, y llueve cuando quiere sin yo saberlo, a traición llueve. Me molesta, ¡si, me molesta!, me molesta que haga la lluvia lo que quiere, cuando quiere, dónde quiere, y me molesta porque no soporto la traición de llover cuando quiere. Tendría que preguntar... ¿lluevo?, que poco cuesta, que todos somos hijos de la Naturaleza y como hermanos que somos bien debemos de llevarnos. ¡Si, poco cuesta!, pero no parece entenderlo, y ese afán de hacer la lluvia lo que quiera no va a acabar bien..., ya lo veremos.

      Más está noche me he despertado y he pillado a la lluvia lloviendo, a traición la he pillado, pues llovía sin avisarme, llovía con nocturnidad, con extrema alevosía, a su aire, queriendo, de modo que, ya abiertos los ventanales que en mi cara tengo, he camino de puntillas, he cogido el cuchillo más fiero que tengo, y he rasgado a la lluvia en un primer intento; y he persistido, dos mandobles le he dado con áspera represión, luego un tercer golpe violento, tras el cual ha caído la lluvia al suelo, quedando el cielo seco.

      Y ha muerto.

                                                                    -II-

     Y yo estoy preso.

     En cierto sentido, me defiendo mientras miento, no hubo voluntad en la ejecución del acto, pues todo resultó más fácil de lo que al contarlo parezca. Me desperté, cierto, y con los ojos cerrados que en mi cara tengo, camine por el camino en busca de un mandoble que tengo, uno que heredé de mis ancestros, de aquel Centón que luchó en las cruzadas matando moros por la Fuente de Nahuges, de la cual aún brota agua que humedece el gaznate de los jijonencos, hasta que hallé el mandoble en casa de Amand y Hortensia, ubicada en La Carrasqueta la casa. Y fue allí, en lo alto de aquella sierra, que topé con la lluvia que estaba lloviendo.

    Una bofetada le di primero, no resultó la agresión pues seguía lloviendo; se envalentono la lluvia, y arreció con más lluvia mi desprecio. Amand y Hortensia, que me estaban viendo, al oído me dijeron que dejará en paz a la lluvia que estaba lloviendo, pues aquello era bueno para los árboles que rodeaban la casa, para el suelo, para el aire, y hasta para el infierno, pues la lluvia que moja al fuego, al fuego mata y todo parece más tierno. Más yo... viendo que la lluvia seguía en sus trece cayendo, de la vaina extraje el cuchillo más fiero que tengo, y tomándolo con las dos manos varios mandobles asesté a la lluvia que estaba cayendo, mientras oía a Amand diciendo "Horte, hay que detener a Cómodo, que loco se ha vuelto", respondiendo Hortensia "cierto, tenemos que llevarlo al médico", al tiempo que golpeaba la lluvia mi cuerpo. 

    Para defenderme de la lluvia cayendo, fije mi ser entero en defenderme, retrocedí y mantuve tieso el cuchillo, de modo que vino la lluvia a caer sobre el filo que penetró en la lluvia cayendo, de manera que no fue el cuchillo quién apioló a la lluvia, sino la lluvia fue quién mató al cuchillo, que ya queda dicho que fue la lluvia quién se abalanzó sobre el cuchillo, lo que hizo con toda su fuerza, adrede, con todo el ánimo disponible, con premeditada intención de hacer daño al mandoble, como hace el atacante de baloncesto sobre el defensa que le está esperando. Yo expuse de seguido la tristeza que en mi causó ver muerto al cuchillo, llorando a la vaina donde cobijo tenía de ordinario, y dije que no pudiendo yo soportar al mandoble de rojo teñido, hube de enterrarlo.

     Su señoría me estaba mirando, me miraba el fiscal y silbaba mi abogado. En la sala todos estaban escandalizados, todos pedían justicia, todos querían verme colgado, pues era mi delito que la tierra se había secado. 

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