sábado, 30 de enero de 2016

02715- 15.EL FIN DE LA HISTORIA: Aedes Aegypty

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                                                               Ha llegado a Italia)



    Corría el año de 1987 que sucedieron en ALICANTE los acontecimientos que, de seguido, se describen:
   Cómodo Centón cerró los ojos, costumbre adquirida, que le ayudaba a no ver, dispuesto a permanecer así de por vida. 
- ¿Qué te ha pasado?
- Bien es sabido que el hombre muere tal como nace: solos. Y si esto es así, ¿cómo es que vive el hombre entre los hombres?.
- O muere.... -exultante paso un extraño animal, que por su aspecto no plugo a Cómodo acertar que clase de bicho era y a lo sumo que pudo deducir fue que asemejabase a un abarraganado que se cuela, copula y desaparece. Al tiempo que esto razonaba para sus adentros, en su mano se deposito un pliego, que abrió, y que leyó: "aléjate, aléjate, esta ciudad pronto será una tumba". Comprendió Cómodo cuanto estaba en la ciudad pasando. Y con el secreto celosamente guardado por su egoísmo, se apartó de cuantos pasaban, se cubría de cuantos se quejaban y se ocultaba de cuantos pudieran verle, ya que no estaba dispuesto a cargar con el coqueluche, y más sabiendo que aquello fuese curable radicalmente tomando el antifenino del doctor Agulló-
Desde lo alto del balcón, uno de los dos que daba a la Ancha del Molino, de la casa de planta baja, ocupada por el comercio numero treinta y tres, y primer piso, habitáculo de los ascendientes de Cómodo, y que hacía esquina a la calle de Jerusalén, el Abuelo miraba a Cómodo. 
- ¡Aléjate, aléjate! La muerte es para los seres vulgares -dice-
Y Cómodo se aleja.
Atrás queda el mundo, aquel mundo de cefalea y nauseas, dolores musculares y óbito por escalofríos, donde el sol naciente que significara Cómodo habíase apagado y los lamentos, desde los muros, partían los aires y las voces de auxilio de los allí encerrados, que en lo alto del adarve y apoyados sobre las escasas almenas, gritabánle que no se acercase, que la fiebre amarilla era dueña de la ciudad, que todo había sido el resultado de las artimañas y malas artes de una tal Marcia. 
- No puede ser -pensaba Cómodo. Marcia era una asesina, a él lo asesinó, pero hacer migas con aquel animal... ¡no! ¿Qué cosas decían..., de ella, de Marcia, de la que tantas veces sus sexo se acordaba? Lo importante, sin embargo, para la historia del mundo era que él, Cómodo Centón, se hallaba a salvo de cualquier contingencia mortuoria, que su inteligencia no conocía el babeo desesperado de los seres destinados a morir fuera de la historia, lejos del recuerdo de los aún no nacidos; esta sensación de nacer para no perdurar era lo que más asustaba a Cómodo, como héroe que era de Herpetol debía liberarse, era sentida como una obligación y como un trabajo ser llevada. Y a los pobladores de Alicante escribió este billete:
- Sabed gentes que no ha sido Marcia quién os presentó al Aedes, que no es ella la asesina de vuestras vidas, que no comparte con el maligno las desgracias que os obligan a vivir entre tanta desesperación, que ella solo fue quién vino a mi para llevarme a la muerte. Sabed que fue un buque de guerra que atracó en el muelle de Levante por estas fechas que letra inicial pusieron a este sinfín de adversidades que copan vuestras necesidades y os producen síncopes continuos; muelle de Levante, recién ampliado su anden dos años atrás, y que este atraque coincidió con la muerte, en La Mayor, del Lorente y su mujer, su criada y otros que habiánse atrevido al contacto con aquella mercancía de contrabando que la armada trajinaba de puerto en puerto. De aquí la muerte paso a La Sangre, a La Fruta, al Mar, a Pescadería y a Toneleros, desplazándose y cebándose en la Larga y en los Desamparados, que fue esta calle donde mayor mortandad dio a luz, ahuyentando, en greguería, a furcias de falso postín, que organizaron algunos altercados por Cordeleros, desperdigando a la chulería, que rabiosa y pavorosa se ocultaba, y acusando su rigor con el resto de los vecinos de aquellas todas calles y de otras muchas más, de modo que todo cuanto se guarecía dentro de los muros de Alicante pendía condenado a morir.
- ¡Merecen el infierno, merecen el infierno!
Revoloteaba el bicho frente al dorso de la nariz de Cómodo.
- ¡Déjame, maldito animal!
- ¿Merecen el infierno?
- ¡Déjame! ¡Nadie merece estar donde tú te hayas! ¡Aparta!
Revoloteaba el ignoto.
- ¿Estás enfermo?
- ¡De tu presencia! ¡Aléjate!
- Son humanos..., todos los humanos merecen el infierno. Son tan entupidos que inventaron y se creyeron lo del cielo. ¿Qué te parece?
- ¿Tú, quién eres?
- Aedes Aegypty, el constructor de un nuevo mundo. Yo destruyo a una parte de los humanos, permito que otra parte superviva y copule para que mi altar reciba a una nueva parte de humanos, que son su sangre negra y sanguinolencia lo pinten todo de colores y llenen de vida mi pasión y diversión. ¡Ven!. Acompáñame..., debes ejecutar para mí un trabajo que redundara en beneficio de todos los seres vivos. Cava.
- ¿Qué es esto?
Aedes puso en las manos de Cómodo una pala y llevándolo por el Lavadero del Rey lo detuvo una vez hubieron pasado este lugar.
- ¡Tonto! -dijo- Es una pala. Cava.
Anduvieron ochenta y seis metros con setenta centímetros a lo largo, y lo mismo de sesenta y dos metros con sesenta centímetros a lo ancho, andando, de nuevo a lo largo y luego lo mismo a lo ancho, de modo que volvieron al punto de donde salieron.
- ¿Qué es esto?
- Cava. Debes arrepentirte de ti mismo. Plantaras cipreses, levantaras una capilla sepulcral, abrirás agujeros, construirás nichos de mampostería, y entre todas estas maravillas abrirás calles y avenidas por donde los sarcófagos sean bien llevados a su destino. Como recompensas a tan heroica esfuerzo, ¡vivirás!. Y serás el héroe de una ciudad muerta entre vivos difuminados, y entre los muertos serás difamado por cobarde, y serás conocido como aquel ruin que se salvo solo enterrándolo todo.        
     ¡Trabaja galeote!
Sentíase fatigado, extenuado.
- ¡Cachano! -grita Cómodo. Y con la pala golpea al insecto, que cae al suelo, donde muere tras un segundo golpe y queda aplastado tras el tercero de los atestados golpes que Cómodo, con la pala, ha propinado al ignoto. Aedes es solo una pasta repugnante mezclada con tierra. Se siente Cómodo mejor, ha dejado de babear y vuelven a él las fuerzas. Con la pala recoge al animal envuelto en tierra y lo guarda en un pliegue de su ropa-
Y regresa a Alicante.
Donde los lamentos han cesado.
Y la felicidad, bien entendida, reina en los corazones de los supervivientes, que gritan:
- ¡Milagro, milagro!
  Las puertas de los muros hallábase abiertas, de par en par, para que el aire de la bondad pasase por calles y plazas, serenase viviendas y recuperase las fuerzas en los hombres y mujeres. Cómodo presiente que ha llegado su hora, la sazón de su aparición histórica; "vendrán a mí, me reconocerán y tronarán los cantares de gesta mis audacias, de cómo partí con el dolor hinchiendo mi cuerpo y busqué y rompí la vida del maléfico que, con tanta saña, desvirtuaba la vida de los hombres y los arrojaba a los sentidos de la muerte". Sabe que aquel grito de "¡milagro!" es él. Y con estos esperanzadores pensamientos, sabe Cómodo que es el asesino de Aedes, sabe que es el libertador, llega a la plaza de Torrens, donde las gentes se agolpan en torno a la casa modernista, sabiendo que pronto será llevado en volandas a un trono, que paseara, desde entonces, bajo palio por las calles de la ciudad y que todo para él será un cielo humano. 


    NOTA HISTÓRICA: el enfrentamiento entre Cómodo Centón y  Aedes Aegypty, así como la derrota de Aedes y el hecho de que Cómodo salvara a Alicante, aún no ha sido agradecido por los alicantinos al Centón.

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