viernes, 17 de marzo de 2017

03481-72.EL VIAJERO MADURO: 07.Valencia: La Mascletá

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03476 (14.03.2017 - 06.Valencia: Juan Fabuel y sus fotografías)

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03487 (19.03.2017 - 08.Valencia: El Carmen)


I: ENTRE LA MAÑANA Y LA TARDE

    Ha regresado Cómodo Centón a la ciudad de Valencia; ha lucido el sol y la temperatura ha sido agradable, las calles se mostraban menos mundanas y más ordinarias, los pobladores superaban a los turistas, los autobuses urbanos parecían más anchos por dentro, un halo de placidez y tranquilidad envolvía el ambiente, las sensaciones furtivas se llenaban de contenido y el sentido de lo vano se entrelazaba con una ciudad que se disponía a elevar al cielo sus fallas. 

    Por las tardes mutaba la realidad de lo cotidiano, se encrespaba el espacio de gentes y un bermejo color dominaba la atmósfera. Nacía la noche como un leve zumbido entre un chasquido de movimientos de gentes que desperezaban sus sentidos, y poco a poco, como por un encanto entre el sol y la luna, la noche se cernía, eliminando el mutismo, sobre las calles y las plazas entre tambores variopintos, despertándose la barriga entre unos buñuelos y una taza de chocolate. Las gentes, ya esparcidas por entre los edificios, atisbaban los fundamentos de las fallas esparcidas por los suelos, mientras operarios con caras de ingenieros revisaban planos a la vera de los maderos destinados a ser incinerados. Cierta confusión y una leve calor atronando en la garganta, llevaron al Centón al agua de Valencia, esencia de media tarde que fue a morir en la noche. 


II: LA MASCLETÁ

       Y en ese tránsito de lo común a lo exaltado, en esos momentos del amanecer de las fallas, pudo Cómodo Centón asistir a la MASCLETÁ de las catorce horas; duró cinco minutos, lentamente y de algo más plana que plana, se elevaban los primeros cartuchos, borbotones de humo tras las primeras detonaciones y de desprendimiento de burbujas gaseosas se llenaba el cielo, hasta que la excitación de los primeros encontronazos de sonidos y colores nos había llevado al final del segundo minuto. Era suave la mancha dibujada en el cielo, difuso su dibujo, apenas coloreado por el romper de algunos cartuchos, mientras se alejaba de Cómodo hacia el infinito y en un viaje sin futuro. Aquí cambió el contenido pues se englobaba el fragor y la color de los cartuchos dando paso a un evidente tronío y a estruendos de mayor ruido, todo bajo la atenta mirada de la línea que media entre la abscisa y la ordenada. Siguió, ya pasado el cuarto minuto, una explosión de estallidos articulados y agradables, que sin ser espectaculares ni notorios en su expositivo, culminaban el proceso de nacimiento y muerte de la mascletá.


III: TRAS LA MASCLETÁ

  Las gentes, silenciosas e inertes hasta ese instante sobre sus pies, aunque siempre las hay de carácter idiota que hablan de cosas insustanciales, tronaron el asfalto y las aceras, como si al punto del apiolar de la mascletá ya, allí, nada valiese la pena. Fue como una estampida de animales enjaulados entre edificios que daban la espalda a los restos blancos de humos que, sostenidos en el éter inexistente, se distanciaban de la tierra. Todo de repente eran prisas por alejarse, entre conversaciones vacuas, como si la yaciente mascletá no mereciera el reconocimiento de su esfuerzo. Envuelto en la barahúnda quedó Cómodo Centón, tropezones y pasos imposibles, griterío. 

   Salir de una mascletá es un acto de miseria; la persona deja de ser persona, la persona se sume en una batida de huidas que parecen ir a ningún sitio, mientras nada va quedando en el azul cielo, salvo unas pequeñas nubes que miran la estampida humana entre crujido de huesos y bullicio de movimientos.

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