Documento posterior: 01929
-I-
El
veintisiete de enero de mil ciento cincuenta y uno se firma el TRATADO DE TUDILEN
entre Alfonso VII de Castilla y Ramón Berenguer IV de Barcelona. Entre otras
varias cláusulas, que al caso que nos ocupa no es menester andar en
conocimiento, los señores de aquellas tierras, por la fuerza de las armas, se
reparten las conquistas de los suelos de los seguidores de Alá, de modo que al
Conde de Barcelona y Principe de Aragón corresponde la toma de los reinos
musulmanes de Valencia, Denia y Murcia, con excepción de los castillos de Lorca
y Vera.
En mil
ciento setenta y nueve el castellano Alfonso VIII y el rey aragonés Alfonso II
firman el TRATADO DE CAZORLA. Fijan, aquellos nuevos señores, los limites de
sus poderes, remitiendo la linde de la conquista de las tierras musulmanas para
el reino de Aragón a favor del entonces poder castellano, quedando, pues, las
correrías y los pillajes de aragoneses y catalanes, en tierras del infiel, a
zonas aproximadas a la actual provincia de Valencia, asignando el derecho de
conquista en el actual enclave geográfico de la provincia de Alicante, desde el
Jucar hasta la línea imaginaria de Biar-Sexona-Calpe, quedando el resto, que
modificaba el acuerdo de Tudilén, para el reino de Castilla.
En abril
de mil doscientos cuarenta y tres, y en el PACTO DE ALCARAZ, el infante
Alfonso, hijo de Fernando III de Castilla, y el hermano de Muhmamad Ibn Hud,
rey del hudita reino de Murcia, que gobernaba desde el Júcar hacía el sur, pone
su entero reino en alianza vasallática al de Castilla.
El
veintiséis de marzo de mil doscientos cuarenta y cuatro, y al objeto de evitar
la guerra entre Castilla y Aragón, se firma el TRATADO DE ALMIZRA, donde se
concluyen de forma definitiva, entre Alfonso X de Castilla y Jaime I de Aragón,
la ya polémica frontera entre ambos reinos cristianos, fijándose desde la
confluencia de los ríos Cariel, Ayora y Júcar al puerto de Biar, Castalla y
Sexona, en zona aragonesa, y hasta Busot y Aigües en zona castellana.
Más no
bastando a los señores de la guerra y del poder lo que, por sus fuerzas,
alcanzaba su voluntad, que Jaime II de Aragón cruzó, a su antojo la línea de
demarcación antedicha, haciendo suyo el pillaje y cambiando las leyes y
costumbres, hasta incluir en su reino de valencia las tierras más allá de
Sexona.
-II-
Ochocientos
años más tarde la antigua Sexona se levanta, sobre la misma línea fronteriza, el
mismo piso, incrustada, como está, entre dos tierras, entre dos comarcas que
sufren en distintos mundos, norte y sur, y configurada por un anticlinatorio
que, si bien la parte en dos, poniente y levante, acrecienta las diferencia
norte–sur. EL triángulo Sexona-Montnegre-Busot presenta un paraje de barrancos
y montículos, desolador y adverso, ténuamente admirable en el corto doblamiento
de los, cada vez, más exiguos almendros, una sucesión interminable de piedras y
polvo, un desierto de hamaca, plenamente abierto al llano litoral de Alicante.
Al norte, sin embargo, el valle del río de La Torre , es un estrecho y largo pasillo, surcado
por cerros y barrancos, configurado por un incipiente y agreste paisaje
serrano. Sexona, entre ambos marcos, es un verdadero punto de inflexión, un
elemento fronterizo entre el llano de Alicante y los valles al norte y oeste.
-III-
Sexona,
pues, partida en dos, se debate entre
dos pretensiones. Una, natural, abierta al mundo castellano, la hace palidecer
entre las frases valencianas y catalanas. La otra, de corazón, mirando al mundo
valenciano, la hace gemir entre frases valencianas y catalanas. Los primeros la
quieren ver insertada en el campo de Alicante y hablan de ella en castellano,
viéndola, los intolerables de este grupo, valenciana. Los segundos serían
dichosos viéndola parte de la
Montaña y se refieren a ella en valenciano, viéndola, los
intolerantes de este grupo, catalana.
Esta
configuración histórica y terrícola de Sexona, fijada sobre una línea
fronteriza perdida, determina las oscilaciones y vacilaciones propias de las
regiones que han sido punto indeterminado de una uniones, por la fuerza de las
armas, y que fijadas en el tiempo resultan una amalgama de hechos, pretensiones
y costumbres, con inclusión de poderosos y de humildes, que pueden ser
explicativas de las distintas posiciones, afirmaciones y negaciones, que sitúan
a la entera ciudad como más acá o más allá.
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