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El espacio, el tiempo, la
descripción, los personajes y el argumento son agentes secundarios en la
literatura. La esencia de una novela es la pasión, la que está contenida en la
idea y el pensamiento. En esto radica el arte en la literatura. Yo he
descubierto el mundo cagando, sentado, con los ojos cerrados, sintiendo el
bullir de mis intestinos hablando, suspirando. No hace falta viajar para
aprender de los chinos al otro lado del mundo cagando –decía El Señor De Las
Hoyas por entonces frisando los sesenta años- Basta con venir a tu despacho –se
miraban el boticario y el mistagogo- para sentir, al tacto inapreciado, como
uno va cambiando la vida por estas drogas camino, me han dicho, de un viejo
portando una antorcha apagada en su mano. ¿Crees qué puedo dedicar mi ánimo a
conocer el ánimo de los seres humanos?. He buscado, amigo mío, durante años
liberarme de mi cuerpo, detentar como ciertos mis pensamientos, imbuir en otros
mis sentidos, transformar querencias; diuturna vida. ¡Y ya ves donde he
acabado!, en una oploteca disfrutando, donde todo parece conducirse a
explicarnos el terrible pasado, donde admiramos, inconscientes, con una sonrisa
en la mano, el daño que unos hombres hicieron sobre otros. Ballestas decoradas,
alegres dardos, con motivos florales, frías lombardas, espadas de filos dentados,
si, por las cortaduras que causaron, picas doloridas por restos de sangres
resecas, cascos, espuelas, arcabuces recordando las flameantes bocanadas de
fuego, tormentos, solo tormentos causados, desde los pies a la cabeza de los
hombres escanciados sobre un campo de batalla, jubilosos cantares y épicas
razones de estado, hombres rodeados de palabras unidas en frases de reclamo,
incrustados en una parte de la vida que es cara, está castigada, y resuelve sus
disputas matando. Mientras tanto yo respirando del aire que aquellos hombres
respiraron, ¿y dónde están las hazañas que protagonizaron?. Mírame como paseo
por esa oploteca sin derramar lágrima alguna de estos mis ojos cerrados,
imaginando como mis pensamientos se liberan de este mi cuerpo estancado, como
las lágrimas innecesarias se trocaron necesarias por el oscuro devenir de
malvados acontecimientos, como se oxidan los hierros mientras esperan pacientes
que nuevas armas, propiciatorias del miedo, se incorporen al museo, formando
nuevas galerías de recuerdos. Yo allí me halló midiendo el evo que me va
devorando.
El Señor de Las Hoyas en su fracaso.
Bebió de un brandy que el boticario le
había arrimado, refrescándose su boca ensangrentada por el temor a seguir
viviendo, maldiciendo, sintiéndose morbo, muy enfermo, llorando por sus
profundidades torrentes de tristeza, sepultando la valentía el derrumbe de su
cuerpo, y convirtiéndose en miedo de si mismo, en odio por estar vivo. Su
pasión era la libertad es una realidad que nunca llegará y su consuelo, el cálido
calor de la respiración, la ausencia de valor, continuar viviendo, y decidió,
no supo por qué, morir en aquel empeño.
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Aquí está –dijo el joven
respirando de la olor en el éter-
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Aquí lo tienes
Tomó Hoyas, en su mano, la droga.
Mirando a los dos hombres y al joven fámulo
incorporado.
Sobre el vértice del Castellet.
Donde no caben las retrecherías.
Allí acostumbraba El Señor De Las Hoyas a
poner nombre a las cosas ya que éstas, así mismas, son incapaces de llamarse o
darse a conocer. Las cosas..., eso que está frente a mi, a mis lados, tras de
mí. ¿Qué puedo hacer con ellas?. Emergen de un pasado sin historia, son un
futuro sin historia. Están porque están, sin interés tan siquiera ni para ellas
mismas. Viven sin vivir en un mundo que da vueltas, una bola que rota hacía
sitio alguno, que siempre vuelve a su destino, que cambia sin saber para que
cambia. Las cosas carecen de sueños, su enfermedad es vivir sin morir...,
miraba Hoyas, en la eternidad de los sinsabores, de los sin olores, sin contemplación
del mundo que les rodea..., mientras se deshacía su mirada entre los parajes
nemorosos. Las cosas, ¿qué dolor sienten las cosas?, por el sol y la luna
contempladas, de los vientos y las lluvias contorneados, ¿qué sienten al saber
que viven sin morir porque no viven?. Las cosas..., eso que nos ayuda a
entrever que poseemos el poder de darles nombres y hacerlas nuestras.
Desaliñados los pensamientos, en desaliño las ideas, desahuciados los
sentimientos, postrado, Hoyas sabe que es una cosa que sueña que esta viva en
la tierra de Las Hoyas, una tierra que causa pavor en los amaneceres,
admiración y belleza en sus profundidades; es un lugar tan desolado como la
comprensión del hombre en sus pensamientos. Allí, en su cueva de los
desafueros, lo exiguo de la visión crea indolencia, allí se recrea un dios
asomando el rabo, y un páramo, desierto, raso, donde apenas un hilo de
vegetación hace de manto, frío y atascado, elevado y a sus pies abierto a los
aires y a los pasos, paseo infinito y opaco, trasera de un mundo reseco,
manchado de antiguos bancales de almendros hoy decadente y arrinconado,
caminos, sendas, azagadores, rincones y pequeños llanos, son Las Hoyas la cuna
del lamento del vencido, sueños de la camisa perdida a manos del enemigo..., en
la cueva de los desafueros, donde cantan las cosas, cantando..., esta camisa
que es mía, cuando yo muera será de mi hijo, más hoy ha venido mi enemigo y en
pago de mi vida mi camisa ha tomado. Hoy la luce el hijo de mi enemigo, y llora
mi hijo por no tener la camisa que fue de su padre, y llora mi nieto al ver en
el pecho del nieto de mi enemigo, la camisa que fue de su abuelo y que hoy
pasea, orgulloso, el nieto de mi enemigo, quién guarda celoso la herencia de su
padre y de su abuelo. Y le dice mi biznieto al biznieto de mi enemigo que le de
la camisa forjada por sus antepasados, replicándole el otro que a su familia se
debe el esplendor de aquella camisa. ¡Ah, vencidos los nativos, gobernaron los
invasores. Mil años después... ¿de quién era aquella camisa?, ¿de los herederos
de quienes la levantaron o de los herederos de quienes la conservaron?.
Hoyas se ha callado.
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