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Una noche que visitara Iborra "el Senia" la casa de Barañes rogó al botánico que se ocupara en conocer del mal que tenía presa la vida del tío Francisco, que según tenía entendido por un jornalero parecía que nada se moviese en la casa del barranco. Al amanecer se pusieron en camino. Dijo Iborra "el senia" que ya hacía más de un mes que viera a su padre por última vez, porque estuvo en La Senia visitándole, y que ya para entonces lo encontró muy desmejorado pero firme, como era de uso en él. No preguntó por sus hermanos, ya que como de costumbre el tío Francisco no le dejo hablar. Se mostró algo distinto, acaso extraño. Sin embargo, siempre había procurado alejarse de su padre, por la mucha inseguridad que sentía a su lado. Tiempo atrás el tío Francisco optó por dejar su casa en Barañes, la que quedo en manos del menor de sus hijos, yendo a refugiarse en la casa del barranco. "Poco más" dijo. Un tufillo a carne infecta tenia tomado el aire de la casa del barranco, lo que advirtió el botánico casi antes de entrar. El interior era oscuro, desaseado, impropio para la vida de los hombres. La pestilencia residía en aquella casa, pareciendo el terror adueñado de sus paredes; un ventanuco, que permanecía cerrado, fue abierto por el propio botánico y algo de luz entró en la estancia. El tío Francisco dormía en cama, como acometido por la muerte pero respirando, aún, levemente.
- ¿No dijiste que tu padre vivía con tus hermanos?
- ¿No dijiste que tu padre vivía con tus hermanos?
- Así es.
- ¿Y dónde están?.
- ¿Trabajando en los campos?.
- ¿Es eso una pregunta?. ¡Ve a buscarlos!.
Quedo
el botánico visionando el lugar, se acercaba al enfermo y examinándolo
retrocedía porque los efluvios de la putrefacción eran en aquel punto de la
casa mas cerrados, concentrado y certeros que en el resto.
- ¡Dios mío!. ¡Huele a muerto! -expreso
Demetrio-
- Así es; debemos encender una lámpara. Algo
terrible sucede aquí.
Lo
que hicieron, que una colgaba en la misma entrada.
Hallaron
al muerto, y debajo de su cama la tierra removida. Miró,
entonces, más atentamente. "Sigue vivo".
- ¡Debemos sacarlo de inmediato!. Busca a sus
hijos. ¡Que corran!
Y
mientras se perdía Demetrio, se persigno, mientras esperaba, y rezó por aquel
hombre; una pena, sin razón que cupiese, le llenó el hondo del alma, que viéndolo
allí, como fuera del mundo, le llamaba a compasión por aquel. De seguido,
viendo que no venía nadie, acabados los rezos, tomó la linterna y llevado de un
instinto miró debajo del catre; allí la tierra, sin duda, se veía removida,
sobre ella se veían huellas de las patas de algunos animales, y apareciendo del
suelo un miembro humano mordisqueado.
- ¿Qué tiene?. ¿Morirá?. -pregunto Iborra
"el senia"-
- ¿Y tus hermanos?
- A nadie he visto en los campos. Los campos están
abandonados. Pero... ¿qué tiene?
- Lo llamamos vapores metafísicos; cuando
estos acometen a alguna persona, queda ésta como pareciendo muerta, y se muere,
con certeza, si no se le pone remedio al caso.
- ¿Qué hacemos? -preguntó Demetrio-
- Socorrerle en lo que podamos
Entre
los dos más jóvenes recogieron el cuerpo del tío Francisco de la piltra,
cargándolo fuera de la casa, pues era imprescindible resguardar al enfermo de
todo calor excesivo, que, sin duda, acabaría por aniquilarlo, y que tan
abundante y concentrado era en el interior de la sala. Era urgente ponerlo al
aire y de seguido, sin pérdida de tiempo, arrancarle cuanta porquería tuviese
prendida de su cuerpo, lo que debían de hacer con agua fría, mejor nieve, que
no había, en la cara y pecho, que eran estas las partes de principal impresión
en la forma del hombre. De un pozo que estaba próximo a la casa, extrajeron
Iborra "el senia" y Demetrio cubos de agua que echaron, sin
contemplación, sobre el tío Francisco, mientras localizaba el botánico una
angarilla cuyo contenido desprendía en la boca del corazón y sobre las narices
aplicaba paños empapados en vinagre, y luego en otras partes del cuerpo, sin
atender a la púdicas o impúdicas. Luego, sin mediar espacio ni tiempo, aire con
un canutillo por la boca, tapándole las narices. Todo se presentaba precipitado
y atolondrado, pero como con cuidado y régimen, mostrando en todo caso, el botánico,
que conocía el oficio de cirujano. Aquellos muchos esfuerzos pronto parecieron
dar resultado, pues el tío Francisco mostró temblores y un incipiente hipo, y
ambas cosas fueron a más, lo que produjo quietud al botánico, que no obstante
insistía en no perder el orden de los trabajos ni en dejar decaer el esfuerzo.
No halló en la casa tabaco ni encontró ningún otro estimulante que poder
aplicar, ni, en especial, orozuz que aplicar en las quijadas, que las tenía
convulsas, pues se hacia oportuno franquear el paso del aire. Si que fue
posible mezclar agua y vinagre, que se le dio al recuperado tío Francisco. Tras
todo lo acontecido descansó el botánico que, según dijo, lo tenía por merecido,
y se sentía tranquilo viendo al tío Francisco salir del estado que lo tenía
conducido a la muerte. Fue llevado a la casa Senia por su hijo, donde por
Consuelo fue aliviado en lo que se pudo, mientras el botánico, auxiliado de dos
jornaleros del Iborra, levantó el catre, que era de madera en muy mal estado,
con unas telas que cubrían secas pajas y otras inmundicias que allí convivían.
A la vista quedaban las huellas de algunos animales, algunos gusanos que, al
remover la tierra, aumentaron en numero y los había que afloraban con mayor
tamaño. El miembro que viera el botánico cuando explorara el abajo del catre
antes de curar al tío Francisco, efectivamente allí estaba y por humano se reputaba. Se escandalizaron
los dos jornaleros, que salieron de la casa ante semejante espectáculo. El
botánico, solo y a su antojó, optó por hacerse con una pala de pequeño tamaño y
retirando tierra fue descubriendo dos cadáveres de hombres sepultados.
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