lunes, 12 de noviembre de 2012

01232-07.EL PRESIDENTE DE IMPALA: Las tuberias

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     Quedaron solos cuando El Picaporte hubo salido.
     Y con él, El Notario.
- Huele mal en esta casa....
     Era cierto; se advertía un tufillo extraño en la casa.
     La Sobrellaves apareció de improviso, cuando ya a todos en la Sala de Encuentros les sobrevenía una incomoda sensación de aburrimiento. Se disculpó la mujer al entrar, y si bien dijo que había padecido algún dolor en las piernas, debido a la edad, aseguró que la crisis estaba superada por un acontecimiento de mayor calibre que los tenía a todos cargados con un gran disgusto. "Las tuberías" aseveró La Sobrellaves. Fue, por esto, con amplitud mirada. No podían evitar en sus rostros un pasmo lleno de luz que los delataba ampliamente. Al surgir el problema de las tuberías desapareció el inconveniente de los dolores. Ya saben usted que a un mal le supera un mal superior. Ya se que esta el Panetero, dirán ustedes, que es un hombre muy efectivo en estos asuntos, pero me gusta atender estas cuestiones de la casa, aunque realmente sea él quién termina ocupándose de ellas, de otro modo desaparecería en mi ese sentido de la evidencia que nos da la materia. Los hombres permanecían amortecidos ante lo que oían de boca de aquella anciana, y alguno de entre ellos, por evitar el desmayo, se sentaba sin mayor dilación. "¡Las cañerías!" apisonó con contundencia la mujer, quien viéndolos de aquellas caras puestos se entretuvo en pensar que no la entendían y que pensarían de ella que era una mujer idiota. Les dijo que las tuberías eran el alma transfigurada de esa otra que respiraba los elevados aires del éter, de modo que las tuberías fijaban el límite entre la razón y la sinrazón de las cosas, que mostrabanse en la historia como el elemento catalizador de la higiene humana, del buen provecho de las cosas y de las sustancias que nos hacen habitable este mundo. Añadió que por las tuberías circulaba todo el devenir de una casa,  los olores y  sus ausencias,  las sustancias y sus excrementos. Y preguntó si lo comprendían, y ellos no contestaron, que a semejante compendio no era hallable réplica alguna. Y dedujo María que lo inferían, porque a tales, por ser designios del Presidente, los reputaba como a grandes inteligencias, de modo que comprendían los caballeros la importante razón que eran las tuberías y la natural predisposición de ella para su adecuada conservación. "¡Cuántas civilizaciones se han ido al traste por carecer de tuberías, por tener las tuberías sucias!", exclamaba La Sobrellaves mientras gesticulaba con la avidez de quien pronto quiere terminar su explicación. Por una tubería, sin duda, en mal estado emanan miasmas que se fijan en el sombrío mundo de los conductos cerebrales de las personas, ¡y eso, es malo!, pues las cambia de humor y las genera bilis, ya no negra, sino de colores, siendo que en estas casas donde las tuberías no eran tenidas en cuenta que sus pobladores retrocedían al auriñaciense....; la miraban los presentes.
     María, no.
     Era mejor no mirarlos; preferible era ser sinalagmático.
     De pronto, proficiente, larga la rebelión de las tuberías, mientras ellos se perdían en su bilateralidad. En opinión del Señor de Las Hoyas, a quien tanto El Empíreo gustaba de citar, añadía que si bien las cosas cuyo destino es no existir se muestran como ausentes de nosotros, resultan al cabo de cualesquiera consideración que son los pilares esenciales de nuestra existencia. Unas tuberías en perfecto estado mantienen la casa limpia de seres extraños, extienden la alegría en sus pobladores y participan del sosiego de su uso. Y añadía como los hombres vivían sin tuberías, no sabemos si eran felices, si sabemos que vivir sin tuberías es posible porque ellos, los hombres de entonces, los de cromañon, vivían sin tuberías; ésto es una evidencia. Un día, en algún momento, un ocioso inventó las tuberías, ¿para qué?, ¿por qué inventa el hombre?, si ha podido vivir sin el invento ¿por qué inventarlo?, carece de sentido. ¿Tan necesarias eran las tuberías?, ¿tan precisas que fuera posible inventarlas?. Si ellos vivieron sin tuberías es preciso considerar que no las necesitaban. En tal caso, si no las necesitaban ¿para qué las inventaron?. Para hacerlas necesarias; el hombre inventa lo que no necesita para hacerlo necesario y justificar el invento. Así, al principio las tuberías eran abiertas por arriba y no se llamaban tuberías, sino canales, por los cuales circulaba el agua, solo el agua; la excrementicia lo hacía a su libre albedrío al través de los caminos. Como bien puede apreciarse estos canales respiraban aire, transportaban agua, agua limpia para los hombres, para las bestias, para los campos, eran unas nobles acequias que recibían de los hombres la justa veneración. De entonces se arrastra en los hombres las fiestas del agua; reuniánse los pobladores de las acequias entre los canales que contenían las aguas, y bebían de ellos agua hasta no poder más, y hasta no escupir el agua la seguían tragando a mares al son de las charamitas y de los hirientes golpes que atestaban a las pieles de las cajas de resonancias. ¡Más!, de igual modo que antes de ser bebida el agua por las acequias circulaba, bien podría conducirse los resultados del excrementar por canales y lejos. ¿Pero, por dónde?. Por donde no se viese. Así fue como los viejos caminos del agua se ocultaron a la luz del día, llevados de la senda que previamente habían iniciado las heces y sus amigos las inmundicias. Al no ser vistas perdió su carácter noble y por lo mismo fueron las tuberías olvidadas. Este fue el exordio de una revuelta inacabada y que, aún hoy, continua generando desesperaciones e improperios cuando una tubería rompe uno de sus conductos y se esparce imperturbable por las posesiones mas limpias del hombre; es la venganza de las tuberías.    

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