DOCUMENTO ANTERIOR: 01188
DOCUMENTO POSTERIOR: 01295
Vivía el Señor De Las Hoyas, POR ENTONCES
FRISANDO LOS CUARENTA AÑOS, en un mundo que siempre reconocía sus extrañezas.
Era tal el empeño en esto considerado que lo impropio se estudiaba con el
objetivo de alcanzar práctica en esta rareza, evitando así el desvío y la
frialdad que produce la ignorancia resultante de esa irregularidad en la falta
de conocimiento. Consiste en esencia el método en arrojar de uno mismo las
materias fecales que obstruyen los conductos de circulación del pensamiento,
materias que tienen por misión ennegrecer la comprensión y entendimiento de lo
impropio, amontonar en piramidal debajo del agujero de los comunes, no
proporcionándole agua alguna, e iniciando con lo mismo una hecatombe personal
de ideología y utopía. La hecatombe era esencial en el decir del Señor de Las
Hoyas, ya que con la acción de inmolación se dejaba espacio suficiente para que
en la cavidad de la comprensión se asentasen y evolucionasen los contenidos
impropios del pensamiento único. Es un método que Hoyas califica de divino, e
impone para su desciframiento como cualquier dios sabiendo que puede con el
hombre su divino antojo, permite la evolución del hombre y hacía su pensamiento
único a pesar de todo, de cualquier resultado, de todo esfuerzo; y sin embargo,
siguiendo el pensamiento divino, es curioso observar como detentando dios todo
el poder, acontece que se auxilia de ángeles y demonios para la ejecución de
unos contenidos únicos e inmutables. Hoyas, pues, aspiraba captar las
extrañezas para concluir en su pensamiento único.
Porque, ¿quién no tiene pensamiento único?.
Cuando hallándose el Señor De Las Hoyas en
su botillería mirando su vino que vino a sus oídos un ruido a caer, como de una
marcha ascendente de hombres por el impoluto camino de Las Hoyas. Habían
llegado con el destino ensangrentado, rodeados de ellos mismos, con la dureza en
el pensamiento y las leyes en las manos. Habían llegado como llegan los hombres
al fuego, con la cara llena de miedo, la fuerza en los brazos, en las manos
aquellos instrumentos de terror y en los labios las canciones victoriosas que
anunciaban triunfos no alcanzados: ideologías y utopías confundidas en
realidades inventadas, deformaciones de la realidad en pasado y en futuro. Eran
los mismos, los mismos que desfilaban con uniformes enfrentados en las
batallas, ¿qué más daba si lloraban su presente con historias ya pasadas ó
soñaban con futuros imposibles, si llegaban imbuidos de las dotes conferidas
por la verdad de los pensamientos, por los sentidos expuestos?, ¿qué más daba?,
eran infames de bandullos yendo al suelo, viles pensadores de entrañas olorientas,
inicuos con costra, los que llegaban a Las Hoyas a celebrar sus conquistas, a
imponer sus leyes, a gastar sus flatulencias, en aquel paraje de Las Hoyas,
donde la luna nace por el este y se muere por el oeste, alcanzando su cenit al
pasar por el mismo centro de Las Hoyas, lugar de la tierra donde la luna
alcanza su máxima altura, figura por tal natural evento en la historia para
vergüenza de otros parajes que la historia, querida ramera, ha ignorado y no
conoce en su seno, donde meditó aquel Críspulo que salió hacía el oeste en
busca de las cenizas del sol y regreso sin hallar la cuna de su nacimiento. Es
aconsejable ir a Las Hoyas con las pálpebras extendidas, y es conveniente
hacerlo en silencio, negando que se va a Las hoyas, con los ojos descansando,
donde no hay grandeza sino un campo de olvidos, lugar donde nacen los paladines
y mueren al primer suspiro. ¡Ay Las Hoyas!, solo quien te niega alcanza la
cumbre del Castellet, donde el Hombre Que Está Comiendo Solo mira, entre pazguato y tardo, a las hordas subir por el
camino, una vez cruzado el río de Aguas Altas. ¡Ay, como cambian los tiempos!,
si cambian..., que nunca fue su situación estratégica ni nadie se presentó
nunca en Las Hoyas para cubrir la brecha de posibles transgresiones de la linde
establecida, ni tuvo rey ni capitán que allí clavase castillo, ni tropa, ni
corta, ni numerosa, ni armada, que lo hiciese fortificado y presente en los
caminos, ni gentes que parasen allí por su hermosura, ni notarios, ni
comerciantes, ni se ha encontrado en su lugar contra cifra que nos pueda ayudar
a la inteligencia del buen conocer este dicho resultado, lo que es origen,
incierto, de una humana costumbre consistente en palparse la crencha ante la
indiferencia de la inteligencia propia o ajena. Solo de tarde en tarde, dejando
pasar mañanas y noches, y en el largo transitar de los siglos un hombre sin
alma reposa con su espíritu en este paraje de la Contestania , bien
porque teniéndolo en franco estropicio se hace necesario su ajuste y engranaje,
bien porque de espíritu delicado era y era preciso acudir a la belleza, bien
porque la carencia de espíritu lleva al hombre a su perdición ó bien porque no
halla mal. Este es El Hombre Que Está Comiendo Solo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario