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02574 (04.11.0215 - 03.Hesperia al despertar)
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Mientras entraba en el taxi pudo ver la
cara clasicista de la MZA
con sus ocho magnificas columnas mirando al levante. El cariño por el
ferrocarril era tan solo el resultado de la desconfianza que sentía por los
automóviles; en esto, como en otras cosas, su parecido con el tío Justino
ganaba al que tenía con su padre.
Esperaba
el taxista.
- Al hotel Samper –dijo Jacobo
Quemadura Cuarto-
- ¿Al Samper?. Allí trabaja mi
novia
El
coche, conducido por el hombre, ante la indiferencia del vínculo familiar del
pasajero, tomo por Alfonso XIII. Estaba allí, sobre la estela familiar de una
misión incomprensible y vana, ocupada la escarcela por Quisicosa, donde como
por arte de Abracadabra se imprimían sobre la piel del carnero las treinta y
cinco cadenas, distancia entre el Molino y Arlot.
Dijo
el taxista, de camino hacia la
Rambla , tener una especial relación con aquel portento ferroviario,
pues estaba escrito en la historia de su familia que uno de los antiguos de su
apellido contribuyó, con dos mil reales, al último tramo del camino de hierro.
Era
tiempo de fiestas.
- Son de cristianos y moros.
¿Lo más interesante?. Pues..., se organiza un concurso de estatuas. La ganadora
se coloca sobre un pedestal vacío que hay en una plaza, donde es reverenciada y
adorada durante una semana. La fiesta termina cuando la estatua ganadora es
bajada del pedestal, introducida en un ataúd y llevada al cementerio, donde se
deposita en un nicho.
Jacobo
Quemadura Cuarto no sabía que era tiempo de fiestas.
- Interesante
- ¿Le parece? –pregunto el
taxista-
- Sin duda. ¿Y ese apellido
suyo que contribuyó al tren?
- Quemadura
- ¿Quemadura?
- Si; Estanislao Cabrera
Quemadura.
Jacobo
Quemadura Cuarto sonrió, sintió una honda pelusa de aquel conocimiento que el
taxista tenía de su propia historia, pues era cierto que Jacobo Quemadura
Cuarto no pertenecía a sitio alguno que no fuera la lejanía; aquella misma
lejanía que viajaba en aquel coche público, desde cuyo interior y al través de
la ventanilla, contemplaba las curvas del pináculo que soportaba aquel prisma,
en cuyas paredes las mujeres se mostraban femeninas y volátiles sobre las
hornacinas de arcos apuntados, mirando los búcaros entre caballos afeminados,
que no mostraban ni el perfil ni el frente de sus testas entre dos albercas,
una dentro de la otra, y las llamas de agua que subían y bajaban. “Plaza de la Independencia ”
señalaba el taxista. De haber conocido que era tiempo de fiestas hubiese
retrasado el viaje a Impala, pensaba mientras pagaba el servicio en el Paseo de
los Mártires, junto a la explanada que se extendía entre el paseo y el muelle
de costa. “¿Qué significan las personas muertas cuando aquellos que las recuerdan
han muerto?”, siendo interrumpido en este punto de la espera por el
Recepcionista del Hotel Samper, quién tras la comprobación de la filiación, dio
las gracias y agradeció su presencia en aquel hotel. Tomó cuarto en el Hotel
Samper por recomendación del tío Justino, que lo conocía, según dijo, de unas
pernoctaciones de varios días que hizo hace ya algunos años. El hotel, pues,
está frente al mar, dispone de habitaciones con agua corriente caliente y fría,
rezando la antigua publicidad en el vestíbulo que las hay con baños; de este
último hizo uso Jacobo. Cenó en el Gran Restorán, tomando antes un aperitivo en
el American Bar, ambos servidos por señoritas y un profesional. Después,
conducido por uno de los mozos, se sentó en la espléndida terraza del Samper,
donde la
Orquestina Osma-Alí , prácticante del jazz éxcentrico,
amenizaba la presencia de los clientes; no eran muchos, debe ser dicho, aunque
pronto entendió Jacobo Quemadura Cuarto que con él le bastaba a la señorita que
vino a presentarse a sus pies. Pronto intimaron, ¡faltaría más!, a su padre,
Jacobo Quemadura Tercero, se lo oyó decir en alguna ocasión, “para que un macho
intime con una hembra se han de dar una de dos condiciones, que la hembra esté
en celo y no haya otro macho, ó bien que la hembra, por diversión o necesidad,
decida encabritar al macho”. Pronto supo que al caso era de aplicar la segunda
condición, pues tomo la alcoba de Jacobo y su cama al modo que lo hiciera un
oficial al frente de una brigada de caballería, que en ella se veía, yendo a él
bien informada de su cuerpo el cipote, al que atieso por si solo y exprimió con
una mano, y de su alma que se veía sostenida en la otra mano. Jacobo, al saber,
dicho por ella, que sus pechos eran suyos, los pesaba y sopesaba, admiraba,
succionaba y de ellos respiraba; la mujer decía, entre graves muestras de
sufrimientos, que tenía titulación adquirida en la Escuela de Impala,
pudiendo en aquellos días servirle de secretaria.
-
¿Me prometes comportarte como una esclava?
- ¿Qué trabajador no lo es?
Jacobo Quemadura Cuarto
miró a la mujer.
-
¿Cómo te llamas?
-
¿Cómo quieres que me llame?. Elige.
-
¿Puedo elegir?
-
Por el mismo precio
Jacobo Quemadura Cuarto
humedeció, saboreándolos con las yemas de sus dedos, aquellos pezones
imantados.
-
¿Me seguirás a todas partes?
-
Siempre que no sea al desorden...
Jacobo
Quemadura Cuarto rió la risa.
-
¿Qué es eso?
-
¿Desorden?, un extremo por el que no siento ningún
cariño
-
Todo será legal...
-
Nos entendemos. ¿Cuánto pagas?
-
¿Cuánto cobras?
-
Pues..., fija tú el precio al término del servicio
-
¿Te fías?
-
¿Puedo hacerlo?. Mi corazón de puta me lo anuncia
-
¿Qué?
-
Tu rectitud como patrono
Jacobo
Quemadura extendió la mano, desconfiando al hacerlo.
-
Nunca antes estuve con una puta
La
mujer le estrechó la mano, confiando en su amante.
-
Lo he notado –dijo con cara de entendida-
Mientras
Jacobo se hundía en aquellos ojos
-
Hesperia
-
¿Qué?
-
Hesperia es tu nombre
-
¿Qué nombre es ese?
-
¡Espera...!
Tomó la botella de brandy.
-
¿Qué haces?.
-
Yo te bateo con el nombre de Hesperia
La botella, de la mano de Jacobo, se había
agitado ligeramente en los aires sudados de aquella alcoba, derramándose el
licor sobre el cuerpo de la mujer.
- He marchado
por los montes soleados, caminado por los ríos secos, en busca de un cuévano
frondoso, con la taimeria por bandera, hasta esta noche de luces llenas de
glotonería, que con traje de currutaco me descubro tembloroso ante este cuévano
frondoso oculto entre estas dos piernas que abro...
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