jueves, 9 de mayo de 2013

01427-04.EL PREDIO: 02.Hesperia

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02574 (04.11.0215 - 03.Hesperia al despertar)


      Mientras entraba en el taxi pudo ver la cara clasicista de la MZA con sus ocho magnificas columnas mirando al levante. El cariño por el ferrocarril era tan solo el resultado de la desconfianza que sentía por los automóviles; en esto, como en otras cosas, su parecido con el tío Justino ganaba al que tenía con su padre.
     Esperaba el taxista.
-    Al hotel Samper –dijo Jacobo Quemadura Cuarto-
-    ¿Al Samper?. Allí trabaja mi novia
     El coche, conducido por el hombre, ante la indiferencia del vínculo familiar del pasajero, tomo por Alfonso XIII. Estaba allí, sobre la estela familiar de una misión incomprensible y vana, ocupada la escarcela por Quisicosa, donde como por arte de Abracadabra se imprimían sobre la piel del carnero las treinta y cinco cadenas, distancia entre el Molino y Arlot.
     Dijo el taxista, de camino hacia la Rambla, tener una especial relación con aquel portento ferroviario, pues estaba escrito en la historia de su familia que uno de los antiguos de su apellido contribuyó, con dos mil reales, al último tramo del camino de hierro.
     Era tiempo de fiestas.
Son de cristianos y moros. ¿Lo más interesante?. Pues..., se organiza un concurso de estatuas. La ganadora se coloca sobre un pedestal vacío que hay en una plaza, donde es reverenciada y adorada durante una semana. La fiesta termina cuando la estatua ganadora es bajada del pedestal, introducida en un ataúd y llevada al cementerio, donde se deposita en un nicho.
     Jacobo Quemadura Cuarto no sabía que era tiempo de fiestas.
-   Interesante
-   ¿Le parece? –pregunto el taxista-
-   Sin duda. ¿Y ese apellido suyo que contribuyó al tren?
-   Quemadura
-   ¿Quemadura?
-   Si; Estanislao Cabrera Quemadura.
     Jacobo Quemadura Cuarto sonrió, sintió una honda pelusa de aquel conocimiento que el taxista tenía de su propia historia, pues era cierto que Jacobo Quemadura Cuarto no pertenecía a sitio alguno que no fuera la lejanía; aquella misma lejanía que viajaba en aquel coche público, desde cuyo interior y al través de la ventanilla, contemplaba las curvas del pináculo que soportaba aquel prisma, en cuyas paredes las mujeres se mostraban femeninas y volátiles sobre las hornacinas de arcos apuntados, mirando los búcaros entre caballos afeminados, que no mostraban ni el perfil ni el frente de sus testas entre dos albercas, una dentro de la otra, y las llamas de agua que subían y bajaban. “Plaza de la Independencia” señalaba el taxista. De haber conocido que era tiempo de fiestas hubiese retrasado el viaje a Impala, pensaba mientras pagaba el servicio en el Paseo de los Mártires, junto a la explanada que se extendía entre el paseo y el muelle de costa. “¿Qué significan las personas muertas cuando aquellos que las recuerdan han muerto?”, siendo interrumpido en este punto de la espera por el Recepcionista del Hotel Samper, quién tras la comprobación de la filiación, dio las gracias y agradeció su presencia en aquel hotel. Tomó cuarto en el Hotel Samper por recomendación del tío Justino, que lo conocía, según dijo, de unas pernoctaciones de varios días que hizo hace ya algunos años. El hotel, pues, está frente al mar, dispone de habitaciones con agua corriente caliente y fría, rezando la antigua publicidad en el vestíbulo que las hay con baños; de este último hizo uso Jacobo. Cenó en el Gran Restorán, tomando antes un aperitivo en el American Bar, ambos servidos por señoritas y un profesional. Después, conducido por uno de los mozos, se sentó en la espléndida terraza del Samper, donde la Orquestina Osma-Alí, prácticante del jazz éxcentrico, amenizaba la presencia de los clientes; no eran muchos, debe ser dicho, aunque pronto entendió Jacobo Quemadura Cuarto que con él le bastaba a la señorita que vino a presentarse a sus pies. Pronto intimaron, ¡faltaría más!, a su padre, Jacobo Quemadura Tercero, se lo oyó decir en alguna ocasión, “para que un macho intime con una hembra se han de dar una de dos condiciones, que la hembra esté en celo y no haya otro macho, ó bien que la hembra, por diversión o necesidad, decida encabritar al macho”. Pronto supo que al caso era de aplicar la segunda condición, pues tomo la alcoba de Jacobo y su cama al modo que lo hiciera un oficial al frente de una brigada de caballería, que en ella se veía, yendo a él bien informada de su cuerpo el cipote, al que atieso por si solo y exprimió con una mano, y de su alma que se veía sostenida en la otra mano. Jacobo, al saber, dicho por ella, que sus pechos eran suyos, los pesaba y sopesaba, admiraba, succionaba y de ellos respiraba; la mujer decía, entre graves muestras de sufrimientos, que tenía titulación adquirida en la Escuela de Impala, pudiendo en aquellos días servirle de secretaria.
-   ¿Me prometes comportarte como una esclava?
-  ¿Qué trabajador no lo es?
     Jacobo Quemadura Cuarto miró a la mujer.
-   ¿Cómo te llamas?
-   ¿Cómo quieres que me llame?. Elige.
-   ¿Puedo elegir?
-   Por el mismo precio
     Jacobo Quemadura Cuarto humedeció, saboreándolos con las yemas de sus dedos, aquellos pezones imantados.
-   ¿Me seguirás a todas partes?
-   Siempre que no sea al desorden...
Jacobo Quemadura Cuarto rió la risa.
-   ¿Qué es eso?
-   ¿Desorden?, un extremo por el que no siento ningún cariño
-   Todo será legal...
-   Nos entendemos. ¿Cuánto pagas?
-   ¿Cuánto cobras?
-   Pues..., fija tú el precio al término del servicio
-   ¿Te fías?
-   ¿Puedo hacerlo?. Mi corazón de puta me lo anuncia
-   ¿Qué?
-   Tu rectitud como patrono
Jacobo Quemadura extendió la mano, desconfiando al hacerlo.
-   Nunca antes estuve con una puta
La mujer le estrechó la mano, confiando en su amante.
-   Lo he notado –dijo con cara de entendida-
Mientras Jacobo se hundía en aquellos ojos
-   Hesperia
-   ¿Qué?
-   Hesperia es tu nombre
-   ¿Qué nombre es ese?
-   ¡Espera...!
     Tomó la botella de brandy.
-   ¿Qué haces?.
-   Yo te bateo con el nombre de Hesperia
     La botella, de la mano de Jacobo, se había agitado ligeramente en los aires sudados de aquella alcoba, derramándose el licor sobre el cuerpo de la mujer.
- He marchado por los montes soleados, caminado por los ríos secos, en busca de un cuévano frondoso, con la taimeria por bandera, hasta esta noche de luces llenas de glotonería, que con traje de currutaco me descubro tembloroso ante este cuévano frondoso oculto entre estas dos piernas que abro...

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