DOCUMENTO POSTERIOR: 01531
Los Los calores del verano se hicieron tan extensos que peligraron los otoños
su existencia y no parecieron aquellos otros tiempos primaveras; se helaron los
inviernos. ¡Qué extraña naturaleza ésta!.
Un
malestar de nariz que por la frente se le subía le arrancó algunos accesos
violentos y sofocantes.
- Tosigoso -dijo la mujer-
Un nuevo
movimiento convulsivo y ruidoso liberó la opresión que sentía sobre el pecho.
- ¡Jesús! -exclamo la misma mujer-
- Me llamo Manuel -Y quiso saber por qué le llamaba
Jesús-
- No te llame a ti; no me refería a ti, barbitaheño,
sino a la temeridad conque alientas tu estornudo; y si dije Jesús fue para
protegerme de tu aliento y de la carga, que no halle en ese preciso momento
mejor salvaguarda ni favorecedor mas idóneo para capturar tu vaho y ponerlo
lejos de mi.
Y era
cierto que corrían guerras por esos mundos aquel año de mil seiscientos setenta y seis. El tercio
de Aragón y Valencia, que guarnecía Cataluña de la embestida del perro francés,
incorporó, por primera vez, a su contingente a jóvenes nacidos en los lugares
de Aguas y Barañes. Señaló don Manuel, más laso y celenco que nunca, a los
voluntarios, sin que de entre ellos, levantase ninguno la voz ni lo hicieran
sus madres ni sus padres. Manuel Ivorra de Sexona se adelantó, se dijo para los
adentros "que ya era hora", se presentó al sargento mayor,
solicitando su incorporación junto a los mas torosos, que abandonaron una
mañana aquellos lares, dejando en ellos cuantos penates fueron de su adoración
el norte de sus vidas; tomó de la pared Lorenzo la espada de su padre para
entregársela a su hijo, más no quiso Manuel tomarla por no ser digno de tanto
mérito y honor, y dijo que en teniendo valor para tomarla lo haría con toda la
dignidad que hubiera en el mundo; ante esto lloró Lorenzo, quién aseguró Manuel
que allí estaría dispuesta para su mano. Los esfuerzos de Antigua por
retroceder la decisión de su hijo Manuel no fondearon en rada propicia a su
gusto, y hubo de regresar silente, excitada por tener presente a don Manuel
tocándose el sarcocele.
Y del mismo que
separaron hombres para obtener sangre, se guardó en los pósitos de la casa
partes de las cosechas de los distintos fuegos, para el contento de la plaza de Oran donde la situación de las tropas que la guarecían se hacía, al día, muy
calamitosa, conforme contara el sargento mayor don Juan Pascual, que giraba
visita, por entonces, a la misma por mandato del Concejo de Alicante, retornando con el consabido
conocimiento de las muchas necesidades de los bravos que allí defendían la ley
de Dios. De los soldados de Aguas y Barañes se supo por don Francisco Martínez
de Vera que puestos en marcha por sus oficiales, llegaron el diez de enero de
aquel año a Ariza, donde se sumaron a los mas de siete mil infantes y jinetes
que engrosaban las huestes de don Juan José. Desde aquí pasaron a Hita, donde
ocho grandes de Castilla, la flor y nata de la nobleza aragonesa y otros muchos
nobles de diversos puntos del litoral mediterráneo, formaban con mas de quince
mil hombres la más poderosa fuerza que en tiempos de paz se conociera en estos
reinos. Desde aquí partieron a tomar el palacio del Buen Retiro, iniciándose
aquel veintitrés de enero el primer golpe estado o pronunciamiento de los
reinos de España.
Y de aquí
vinieron a pasar los días.
Recibió
Lorenzo Ivorra de Flandes noticias de don Manuel para que fuera a verlo en su
casa de la Cogolla ;
lo halló arropado con mucha ropa de abrigo, que dijo a poco de entrar el
labrador, tener y sobre todo sentir mucho frío. Lorenzo le hizo ver que era
aquello algo pasajero y que, en breve, sin dudarlo, se repondría de aquel
estado que no era sino perecedero. Agradeció las buenas palabras que tenía para
con él, máxime apreciándolas tantas ocasiones, y una en especial, que le tuvo
procurado daño. Lorenzo replico que las cosas y los asuntos que hoy parecen
urgentes y prioritarios dejan de serlo mañana en ambos sentidos, que la virtud
está en recoger el pasado como bondadoso y en la medida de lo posible no
tomarlo contra uno mismo. Abierto este inesperado diálogo entre los dos
hombres, preguntó don Manuel sobre Manuel, respondiendo Lorenzo que no podía
indicarlo donde se encontraba, salvo que, suponía, andaría por esos campos a la
gresca que siempre proporciona toda guerra. Alegrose don Manuel al saber que su
hijo se hallaba al servicio del rey, tal vez capitán. No dudo Lorenzo, llegado
a este punto, en preguntar el por qué le negó la autoría de la imagen de la
virgen, cuando tanto coste personal le procurara, hasta el punto de no lograr
tallar nunca jamás. Don Manuel se abrió de brazos, tal vez era de agradecer que
no se presentase como autor si tras aquella obra ninguna otra hiciera, y no
contestó; si dijo que aquello, al paso de los tiempos, le producía cierta
desolación y que esperaba, si la decisión de Dios se le tornaba propicia,
abrazar a su hijo. En este punto le rogó Lorenzo que si tal hacía lo fuera hecho
en privado y al amparo de la discreción, que él mismo se sentía, aún, turbado
por el ataque a Antigua, añadiendo que en lo tocante al muchacho no era de
recibo que ahora, al cabo de la vida, dejase al joven inscrito en el pasaje de
los hijos de padres desafectos, que pensase en Manuel por una vez y a su favor.
Después que tuvieron por terminados estos extremos refirió don Manuel a Lorenzo
los apretados problemas que estaba causando la venta del exceso de obrajes,
hasta aquel instante bajo responsabilidad de un tal Cástor, muchacho en demasía joven y que proclamaba, con su actitud, en el mercado en Alicante respetos poco
deseados por la casa, de modo que no mucho tardaron en referirse quejas y
reclamaciones al concejo por alpargateros y señeros, recordando estos que tales
actividades y trabajos, fuera del gremio, estaban prohibidas desde finales de
la pasada centuria a los no naturales de la ciudad; manifestaban las
corporaciones el mucho daño que causaba tan desleal competencia e ilícito
ejercicio por aquellos desvalidos miserables, que obraban fuera del control de
los maestros del gremio, verdaderos profesionales y gentes aptas, como lo tenían
demostrado, capaces de elaborar y dirigir la elaboración de productos tan
necesarios y de cuya buena confección y
ejecución dependía el futuro, solicitando se impidiese la fabricación y venta
de los mismos por gente extraña al oficio. El asunto era que la casa de Bosot
no estaba dispuesta a perder estos ingresos que si bien no eran abundantes si
suponían un añadido que cubría aspectos necesarios de la casa. La venta, pues,
no se hacía, como hasta entonces, por el oficio de Cástor sino que él, Lorenzo,
tomaría para sí la totalidad del excedente de ambos lugares y lo entregaría a
un tal murciano que tenía casa en La
Vila , quién sabría que hacer con el obraje.
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