lunes, 12 de agosto de 2013

01527-05.EL PREDIO: Eloy Sirvent y sus ignorancias

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02574 (04.11.0215 - 03.Hesperia al despertar)


        Jacobo, apoyando las manos en el mostrador, cerró los ojos, mientras un contenido de paciencia se le iba distribuyendo por todo el cuerpo. Bebía una cerveza en la barra de aquel bar de jazz, “si, es cierto, lo vendo. ¿Se lo queda?”, cuando Blanca Sirvent ponía la mano sobre su hombro. Eloy, su hermano, no aparecía; Blanca estaba desesperada, necesitaba aquel dinero, quería acceder a aquel enredo que le proponía Jacobo Quemadura Cuarto, porque Blanca necesitaba aquel dinero para abandonar aquella miseria de trabajos que practicaba desde que naciera. ¿Y de Eloy?. ¡Que sabía ella!. Un día, hacía sobre un mes, salió por la puerta en busca de la libertad de los días, esto decía. Desde entonces nada, y era nada porque a Blanca aquella fuga de su hermano la dejo sumida en la más absoluta tranquila, como Jacobo no podía ni imaginar. Eloy no se soportaba así mismo; de joven dio comienzo a un diario donde comenzaba narrando las grandezas de la humanidad y las servidumbres de los hombres. Quería con esto conocer su posición en el mundo y vislumbrar, lo antes posible, si su existencia tenía algún significado por el cual valiese la pena permanecer vivo; con este método solo alcanzo mayor confusión sobre si mismo. ¿A qué venimos?. ¿Qué hacemos?. ¿Con qué objeto vivimos?. ¿Somos necesarios?. Y yo, y yo... ¿qué?. A pasitrote se encaminó por las ideas, por los conceptos, por las razones que, en todo, quería encontrar. Antes de beber, miraba el contenido del vaso. Antes de comer, miraba el contenido del plato. ¿Por qué no podía antes de cagar conocer el contenido de la mierda?. Con esta pregunta comenzaron todas las desilusiones de que era capaz de conocer. ¿Por qué?. Se miraba Eloy en el espejo, allá donde vivía la doblez de su respirar, donde el cielo se duplicaba y la tierra se duplicaba. En aquel lugar donde todos presumían de brijan, donde todos los relojes tronaban al tiempo que el tiempo las notas discordantes del silencio. ¿Lo comprendes?. Puedo ver lo que como y decidir si lo como, pero qué pasa con la mierda, con ella no puedo decidir que hacer, sencillamente estoy obligado a evacuarla sin, a través de su visión y de mi voluntad, decidir sobre la misma. Lo peor, sin embargo, vino luego..., ¿por qué conozco de la enfermedad cuando ya soy presa de su dominio?. ¡Quiero!, ¿me escucháis?, ¡quiero!... conocer el contenido de una enfermedad y decidir luego si tenerla o no tenerla. ¿Comprendéis lo que quiero?. Eloy Sirvent se miraba en aquel su espejo, con el ansia de las cosas hablando por él, reduciendo a rescoldo su genio. Sucedió al punto de todo esto lo que nunca pensó pudiera sucederle, descubrió lo imposible de sufrirse así mismo ante la imagen de aquel espejo cuando el contoneo de la campaneta se infiltraba por sus oídos hacía los adentros más lejanos de sus fundamentos; Eloy salió de su esencia para no volver nunca más a su encuentro. Blanca, su hermana, lo vio alejarse, según dijo, al encuentro de un macelo. Al despertar por las mañanas olía lo primero el sabor a la carne hinchada por el sopor de unos sueños intratables, donde prevalecían las macanas de lo macaco, se apreciaba el fluir de ultrasonidos y los hombres de estaño manipulaban el caolín, produciendo belleza de tierra envenenada, mientras un mal caduco los convulsionaba a la vera de las miasmas de la carne corrupta. Eran, de seguido, los ruidos, irradiándose, de los bestias humanas, penetrando en su cerebro, aquellos que se fijaban en su despertar, adornando sus sentidos de miedos llorosos, de temores en voladeros, los que volvían al aire entre ríos de postemas. Eloy cerraba los ojos. Eloy taponaba sus oídos. Eloy dejaba de respirar y moría entre los lloricas de la tierra que, en fila de a uno, caminaban por el matadero de la vida, Eloy no se soportaba a si mismo, ¿cómo hacerlo? se preguntaba mientras la sangre roja de los hombres corderos se recogía en un cubo para alimento de los hombres corderos. ¡Cuanta descomposición de estomago, cuanto vahído, cuanta nausea, cuanto vértigo y cuanta apatía, formando todos un mismo equipo!. Sin embargo y a pesar de todos los contrarios Eloy se levantaba y caminaba entre los escombros de los hombres corderos, buscando una salida del macelo, buscando una última razón para seguir viviendo, para reconocerse como un hombre entero, para respirar un aire nuevo, sin estigmas y sin venenos. Eloy se sonreía al verse robusto entre tanta carne oliendo, supurando de las entrañas los pensamientos, viendo al cabe de la nave del macelo al sursuncorda flagelando los cuerpos ausentes de pellejo. Y fue en este instante, en la frontal del surgidero, que supo Eloy no podía soportarse así mismo, ni por fuera ni por sus adentros.  
                                
-   Dice mi esposo que lo podríamos dar por muerto

-   Eso es tiempo y un juzgado por en medio

-   ¿Y dónde lo busco? –preguntaba Blanca Sirvent-

-   Necesitamos encontrarlo –dijo Jacobo-

-   Tu puedes encontrarlo –dijo Blanca-

     Amancio Quemadura escudriño en su cerebro; buscaría a quién lo haría y les informaría del lugar. Cabía esperar algún resultado. Blanca ya no sabía que más hacer, pues las llamadas efectuadas a la policía, a los hospitales, centros de acogimientos y a diversas oeneges en ningún caso habían dado resultados. Su esposo, que pasaba las noches suputando, insistía que lo más probable es que su cuñado estuviese muerto, lo cual no era de extrañar por la vida tan temulenta que, de siempre, había llevado, “¡como iba a terminar de otro modo!”.

     Jacobo bebía su segunda cerveza

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