martes, 13 de agosto de 2013

01531-14.AGUAS ALTAS Y BARAÑES: Cristobal Ivorra en Alicante, año 1705

DOCUMENTO ANTERIOR: 01444

DOCUMENTO POSTERIOR: 01681 - 01730


       Descubrió Cristóbal una ciudad más grande, no tanto porque el número de casas fuese mayor sino porque la nueva línea de muros había abrazado el antiguo arrabal de San Francisco, hasta donde alcanzaba y tocaba el Rihuet, de forma que el baluarte de San Carlos perdía su aislamiento al sur de la población, quedando enlazada a la puerta de Elche por un lienzo paralelo a la línea de playa, y por otro muro que largándose hacia el oeste giraba, en cerrado ángulo, a la altura del barranco de San Blas, en la intersección con el Rihuet, hacía el este, al sur del convento de San Francisco, por encima de Teatinos, quebrándose, de nuevo, hacía el norte, para encontrar la puerta de la Reina. Era Alicante una ciudad sin ánimo, ahogada en la milicia, expuesta al límite de sus necesidades más sensibles, reducidos sus moradores a un activo estado de miseria; la ciudad era borbónica. Había rechazado el pasado ocho de agosto a la escuadra inglesa que ocupó la rada alicantina y se escandalizó cuando llegaron noticias del día diez, procedente de Denia, fecha de proclamación de Carlos de Austria como rey. En otoño llegaron huestes de Jijona a la defensa  del castillo y plaza de Alicante como era de uso y costumbre y encontrábase escrito en las leyes de muy antiguo, así como en los privilegios de los monarcas. Desde los altos de los muros, en el sector del mar, se les podía ver, a los peones de Aguas, haciendo las guardias y sentados sobre las cureñas de los cañones, mientras, de continuo, se recibían noticias de la situación en Denia. Francisco García de Ávila esforzábase en la recluta de hombres para la formación de una guerrilla y fuerza que combatiese al tirano príncipe francés, que ya era llegado el momento de revivir el espíritu de la segunda germanía, transformar el descontento en contento, modificar las onerosas condiciones de vida, rechazar la miseria, avivar el espíritu de libertad y hacer efectivo la revancha contra los nobles. Era preciso comprender como era el Borbón un noble y como era el austriaco un campesino. Llegaron noticias de la fuerza de Basset y de la habilidad de Gil Cabezas, de como Luís de Zúñiga cercaba a Basset en Denia y era traicionado por Rafael Nebot, al tiempo que dos mil ingleses pisaban las playas. Caía Gandia, Tabernes y Alcira, y lo hizo también Valencia, Alcoy, Játiva; parecía, desde Alicante, que todo el reino hallábase tomado por esos borbones traidores que hoy se titulaban maulets.

        La guerra parecía pronta a acabar.
  
     Eran aquellos tiempos que sufrían los hombres de muchas soledades llenos, que bramaban las bestias, de encuentros fortuitos de amigos prestos a ocasionar el mal por el hecho de así todos entenderlo; Cristóbal soñaba que hallábase en una guerra terminada, Pere no acertada a saber donde se encontraba su pensamiento ya que por una parte le hablaban de la legitimidad del francés así como, de seguido, le hacían ver su carácter despótico; le mentaban la responsabilidad histórica de la casa de Austria y el respeto de don Carlos a los fueros que, por otra parte, eran los fueros la mejor protección de nobles y señores del reino, quienes no pagaban impuestos y regían los gobiernos y las tierras de las cuales, sin trabajar, se nombraban propietarios. Juan aspiraba al héroe muerto. Parecía, por entonces, parado el tiempo. Las huestes de Jijona regresaron a sus aposentos. No existía el movimiento. Apenas recuperada de la última contienda, hallábase Alicante expuesta al estado de mayor miseria y al límite de las necesidades más sensibles, reducidos sus moradores a la indigencia por mora que los frutos de Alicante, pocos en aquellos años de sequía, en salir de los depósitos de los señores y de los mercaderes tenían, por la mucha y brutal prohibición que había de comerciar con los elementos de la alianza, de modo que eran ya cuatro los años que no se renovaban los siervos en las buchacas, ni sobraban de las mesas de los señores las sobras que alimentaban a los pobres; hubo quejas, ahogadas, por los muchos impuestos que tan larga preparación militar infligía a los campos y a los oficios, alzáronse los precios, que más que nunca parecieron jalar aquellos en aquellos tiempos, y descendieron los trabajos en el puerto, la confección de géneros de esparto se vio truncada a los mínimos precisos, y se perdieron aquellas faenas ocasionales que permitían a los jornales salvar a sus familias de la horrenda hambre. Solo las tabernas y las mujeres de coño público parecían prosperar.


      Dedicaba Cristóbal mucho tiempo a transitar por las calles de Alicante, evitando encontrarse con quienes podían entablar con él algún tipo de conversación, hasta que fue público el nombramiento de un nuevo gobernador en la persona del marqués del Bosque. A su presencia fue. Al verlo ante él creyó don Francisco Martínez de Vera que allí estaba Cristóbal llevado de su espíritu leal al rey Felipe y por el mucho odio que anidaba en su alma contra el invasor austriaco, por lo que viéndolo feliz calló Cristóbal sus intereses. Púsole a su lado, a su personal servicio, por la mucha confianza que le tenía y la poca que sentía por el resto de los allegados, lejos de los muros, de los malos tiempos y, en especial, de la humedad de los amaneceres, cediéndole un lugar para su descanso y vida mientras durara la guerra. En cierta ocasión recibió el encargo de su amo para que recogiese un nuevo traje de gobernador que lo tenía ya terminado en una sastrería. En su misión se detuvo al encontrar tendido en el suelo, todo desparramado, como abierto a los infiernos, a Pere García; se esforzó en levantarlo, que pesaba el condenado, entero y arrastrarlo  a lugar seguro en la calle de Alpargateros, donde lo conocían de sobra, por hallarse en ella Magdalena. Adolfo, que era hombre viejo de la casa, apoyado en su bastón le preguntaba si era cosa de la guerra, y si lo era tal le indicaba que era el sitio el hospital y no la casa. Cristóbal le instaba a callar, a que abriera la puerta, y que yendo delante de ellos preparase el cuarto de Magdalena, lo que hacía con lentitud y a regañadientes, siendo lo primero por su natural estado de salud y lo segundo por su natural temor a la vara de Juana, con quien tenía arrepentido haberse casado muchos años atrás. Pudieron, en los días que siguieron, curarle las heridas del cuerpo, que pronto supieron se debían a las muchas caídas y golpes que contaban de lo mucho que hubo ingerido en tabernas, más no las del alma, que seguía sin entender que hacía él en aquella insulsa guerra. Decía Adolfo: los hombres no parecen siempre los mismos, y será que tienen el alma sin contenido, de modo que se sufre, por el cuerpo, lo que no se tiene. Cada uno raya la senda, que a su paso deja, con la huella de su entendimiento, y todos, sin excepción que sea posible, la tienen por divina, ya que si vemos lo que hemos hecho no sucede otro tanto con aquello que haremos, lo que hemos hecho no sucede otro tanto con aquello que haremos, lo que aceptamos por necesidad divina, que sin duda a nadie asalta la dubitación sobre que figuran las rayas, levantándolas nosotros a la vista de todos, sino sobre quién las puso y con que intenciones en nuestra senda. La conjetura que a los dos asalta es siempre la misma: sois jóvenes e ignoráis el poder de la muerte, la razón de la vida y los hechizos de las hembras. Es importante que el hombre, sea noble o plebeyo, hidalgo o artesano, eclesiástico o mundano, guarde en casa una hembra a quien recordar en su testamento y tenga a mano una mujer a quien adelantar el testamento. Escucharme bien los dos, que las cosas que os he de decir son improntas naturales: a la mujer propia no excitarás, que si lo haces podrías despertar en ella el placer y el deseo de la infidelidad, mantenerla embarazada, es la mejor ocupación que Dios les ha creado, y reservar la habilidad con aquella que nada os ha de exigir sino el pago de sus servicios. Tu Pere que jamás bebiste, bebes: ¿y cómo lo haces?, sin aprensión alguna te aplebeyas, ruedas en la máquina envilecedora del elixir...

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