06364-28.DIARIO DE UN VIEJO CASADO: La suerte

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06243 (01.01.2021 - Para Concha)

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La suerte, a mí, me llegó toda a una, 

como si los polos, de pronto, derretidos

a un mismo tiempo, hubiesen fundido

sus contenidas aguas, llenando los ríos

de líquido incontenible. La suerte,

a borbotones, toda a una, se presentó,

de fiereza llena, ante mí, diciendo...,

¡tómame ahora que me tienes dormida

en tus adentros!, porque la suerte que

llega sin ser llamada, si se queda, 

no vuelve jamás ni se la puede pedir

que regrese. La suerte, cuando llega,

hay que amarla, apretarla para que 

jamás salga, ni de salir tenga ganas, 

alimentarla en todo momento, 

impidiendo que el lecho quede seco.

La suerte, toda a una, emborracha 

los sentidos, hay que encarcelarla,

tirando, después, la llave, sin pensarlo,

al universo, llamando a un agujero

negro, diciéndole que se la trague. 

La suerte es como un río lleno

de agua limpia, donde solo yo

me baño por fuera y por dentro,

un mito destruido por una realidad

que sabe a fuego, un ser sin cambios,

sin mutaciones, sin combinaciones

posibles, que contiene todos efectos,

un mar, sin sal, de agua salada, 

esa dicha que, sin descansar, se bebe 

entre lo infinito y lo indefinido

a un mismo tiempo, en un espacio

sin fondo, en unos continuados

sueños. La suerte radica en estar

atento, en percibirla, cuando llega 

toda a una, como si ya no hubiera

más suerte en el mundo. La suerte

no se comparte, no se explica, no

se canta a los miles de vientos, ni

de ella se habla, ni sobre ella se

conversa, sino que se oculta en una

mazmorra donde moran la dicha

y el temor a perder la dicha. Porque

la suerte tiene un nombre que no 

se clama, no sea que al declamarla

sepan los otros que la suerte vive 

en esa galera que es mi bella casa,

donde la luz entra en borbollones

y se queda. La suerte eres tú, mi 

amada.