sábado, 15 de septiembre de 2012

01142-07.APIOLAR: 01.Muerte de Violeta

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     Eran por entonces días de navidades.

   De si retiró la chaqueta para el frío, el jersey que contribuía al calor del cuerpo y la camisa impregnada del sudor de la muerte. Los pantalones y el calzoncillo, los calcetines y los zapatos, y finalmente los guantes que protegían sus manos, todo lo cual fue a parar a una bolsa. Salió a la calle y tomo el coche, conduciendo hasta llegar a una pequeña casa, de una sola habitación, que Crimen, herencia de sus padre, tenía a resguardo de cualquier mirada, en lo mas profundo y angosto de una rambla. Allí dispuso sobre un barril algo de gasolina y sobre el líquido la ropa que había sido coautora del desenlace mortal, sobre la cual dejo caer más gasolina y una cerilla sobre el conjunto. De seguido se lavó el pelo y a continuación se sentó, abriendo el cuaderno, donde escribió "en la noche todo es negro, salvo las estrellas y los sentires del alma" en la página catorce, añadiendo "...y aún eran tiempos de Antiguo Régimen que uno de mis ancestros hubo de salir huyendo hacía las Indias Occidentales, refugiado en la bodega de un mercante que cruzó el atlantico. En aquel ultimo lugar de aquel barco halló las ratas que fueron su alimento durante varios días de navegación, hasta que no quedando de ellas ninguno, tuvo que aflorar a la cubierta para quedar en descubierto ante sus semejantes, quienes tras darle de palos por la mala obra hecha, y hacer un teatro de lanzarlo a la mar oceánica, lo tomaron de esclavo en la nave, haciéndole trabajar mas allá de lo humano. De aquello aprendió tanto que apenas hubo bajado del barco, apaleo a un negro en un puerto de las Indias Occidentales que nunca jamas en este cuento fue contado. Lo cierto fue que en aquel estaba que lo vio un rico hombre al que mucho agrado la fortaleza de aquel mi antepasado, y del cual solicito sus servicios en una encomienda que regia tierra adentro. En aquel lugar llegaron hijos y nietos, e hijos y nietos de estos, y llegaron biznietos, de modo que entre ellos uno destacó hasta el extremo de hacerse con tanto oro que, decía mi abuelo, vino a enterrarlo en Impala, en un bancal que compró un lugareño...", se detuvo. Ya no salían llamas del recipiente, solo humo.   

    Una vez más todo estaba terminado.

    De regreso no tenia por cierto si eran necesarias las cosas que hacía, mientras recitaba "al matar de los puercos, placeres y juegos, al comer de las morcillas, placeres y risas, al pagar de los dineros, pesares y duelos". Y cuando callaba oía el murmullo del aire de la profunda noche que refrescaba y cantaba "buen corazón quebranta mala ventura", de modo que la crifina más perversa le incitaba a acometer mayores y mas perdurables pasajes de la historia. Sin embargo, dudaba, no sabia si era preciso internarse en aventuras que a nadie narraría, en logros que jamas serían parte de la historia de los hombres. ¡Si al menos pudiese disponer de un criterio ajeno!. Menos mal que en su vida había aparecido Irene. Lo primero que hizo al amanecer del día siguiente fue tomar el coche y cortarse el pelo

Cuando Aglaya abrió la puerta, su hija rompió a llorar.

    Violeta había muerto.

    Vivía la segunda sobre la primera, en el mismo edificio.

   La encontraron sentada en una butaca del Salón España mientras la muerte se paseaba por la pantalla. Un veneno, procedente del más allá de una aguja, la había inutilizado para la vida. Un alfil taponaba su boca, en la butaca a su derecha un tablero de cuadros blancos y negros, y el resto de las fichas en silencio; Crimen las tenía amenazadas. La muchacha, como era al caso, tiesa como un palo, sus ojos, asombrados, han visto a la muerte oculta en un confesionario, esa que se ríe del caballero, ese que deja sobre el lugar sagrado sus dudas y temores. Los cómicos que danzan, tocan, ríen y se espantan, y hasta en aquellos ojos se podía ver al caballero regresando de las cruzadas, a la virgen y a la bruja atormentada, al pintor en la capilla, las casas abandonadas, el seminarista y ladrón ejerciendo la violación, la representación de una alegoría, un número burlesco, la mujer tras la pierna de pollo, y el desaliento de los claroscuros en el cerebro. El Dueño del Capitol se volvía, a su decir, loco, ante la presencia de Amancio, quién de Severo había recibido la orden de hacerse cargo del suceso entretanto regresaba Fabián de dos días de permiso que se había tomado; éste los había pasado en la Central, poniendo en conocimiento de Sempronio las maniobras de Severo. Consistían estas en lograr que Amancio volviese al caso. De hecho y tras la muerte de Evelio lo había integrado en el equipo. Pero esto no era todo; por una parte le había mal infórmado, el expediente que le entregaron apenas contenía diversos informes del forense y algunas declaraciones. En cuanto a Amancio se había negado a ponerle al corriente. Finalmente las contradicciones entre Amancio y el Dueño del Capitol eran tales que parecía que entre ambos estuviese el nombre del asesino. La prueba de cuanto decía era que Amancio conocía que era seguido, y que este conocimiento tenia una procedencia, tal era Severo. Estas consideraciones de Fabián alentaron a Sempronio en contra de Severo, quién ya le había puesto al corriente de la tercera carta del Espesativo, "lo que ese hombre quiere es imposible. Y tú lo sabes". Severo le indicó que el asunto escapaba a sus funciones y que requería la competencia de un órgano mas nombrado. Como diria Amancio "para que resuelvas tú, Sempronio". Esto no gusto a Sempronio. Un jefe lo es cuando dice a sus hombres "esto lo tenéis que resolver vosotros, sino podéis aquí estoy, desde ese momento yo seré el responsable" y esta actitud de ser jefe apenas existe en la sociedad de los hombres, de aquí que Sempronio no fuese un jefe sino en la calidad que un titulo social le confería. Muchas, pues, de las cosas antedichas eran de la ignorancia de Fabián, quien ya señaló a Sempronio que dejaba el caso. "No lo hagas" le dijo Sempronio, lo necesitaba ahí. Le pedía tiempo, algo de paciencia. Pronto el asunto acabaría con Severo, y él mismo promocionaría a Fabián; era cuestión de tiempo. De este modo, con esta vana promesa, Fabián dejo la Central mas descentrado que confundido, impresa la noción de ser el gozne de una puerta que aún estaba por ver hacia se abría, pues si lo hacia hacía un lado a él le tocaría resistir para que no pasase al otro, y si lo hacía al contrario, sería él quien a otros daría paso. En todo caso, recapacitaba, pareciale estar destinado a perder. ¡Más, no! se decía.

    En aquel tiempo Amancio ya tenía examinada la cara de la muchacha; en un lateral de la protuberancia mentoniana veiase un lunar que resultó ser un confeti negro. ¡Esta vez si!, pensó Amancio, mientras imagina a Aglaya con aquella señal en aquel lugar, que era mas propio de putas y maricas, sonriendo ante el cadáver de la muchacha

- ¿Acostumbras a hacerlo? -preguntó Fina- Ësta muerta.

- Pensaba -refería mientras miraba el confeti- en otra mujer

- Ésta muerta -insistió- No le veo la gracia

     Dijo Amancio a Fina que aquella actitud de querer tener razón, tan propia de la impotencia, no le hacía bien. Después, a todos mandó salir de la sala de butacas, mientras, apenas pasado un minuto, alguien violentó su orden

- Oiga...

- ¿Qué hace usted aquí? -se volvió preguntando-

- Soy el propietario de la sala -dijo el Dueño del Salón España-

     Ambos hombres, acompañados de Violeta, que permanecía sentada, se sentaron. 




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