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Todo el cuévano de mis ojos aneblado.
De la noche no me acuerdo.
Ignoro aquel último sueño.
Siento la pesadez de estar despierto.
Quemo.
Más, poco a poco
deshaciéndose el anieblarse como
los ojos se van abriendo,
la luz se va despejando,
que lejos estoy de su cuerpo.
Son los instantes presenciando
al tiempo
resbalar por entre los sentidos del silencio,
ruidos muertos y felicidad en decubito supino,
mientras apresto mi zagalejo para ser cubierto.
Estoy encantado de hallarme despierto,
podré contar a mis abyectos que me tienen avieso
ante ellos, malhumorado,
que fracasé cuando quise someter al tiempo
en el silencio.
El mundo, digo, es un acaballadero.
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