domingo, 7 de octubre de 2012

01174-20.EL PRINCIPIO DE LA HISTORIA: 02.Cómodo sale del Molino: Hípetro y Pan

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- ¡Oiga, amigo...!, ¿hace un vino? –dijo el Hípetro- 
     Sentado en el sardinel de la acera contemplaba el pasar de la vida por la calzada; de tiempo en tiempo, sin que nadie conociera el periodo, dabale a la flauta de caña. Los que pasaban lo contemplaban con cierta mueca de repugnancia, y no podía ser de otro modo por los andrajos que puestos llevaba, amén de sucios y malolientes, y es que, según decían, al cabo de una guerra lo acusaron de estraperlista, acaso con razón, y luego de maleante, para serlo después de malentretenido y, al cabo, de vago, por lo que no le quedaron ganas de ganarse la vida sino en la forma en la que entendía había sido condenado. Cómodo fue al primero que vio una vez fuera del Molino. “Hacer pan es fácil, mi padre y antes mi abuelo lo hacían, y antes las mujeres lo hacían en las casas, y antes el panadero, ¡aquel panadero!, era el panadero integral, porque en ese hombre se encontraba aquel que compraba el grano, hacía la molienda, separaba las harinas y sus resultados, panificaba y vendía. Y ya ve usted, de un oficio son ahora siete; división del trabajo”
- ¡Dos vinos! –y tras acomodarse en la silla, dijo “no creo que sea la cosa así. Podría parecerse pero sería una exageración. Básicamente el padre ponía a trabajar a toda la familia, de modo que al concluir el producto pareciese que todo venía hecho por la misma mano, y que solo uno, el padre, hubiese trabajado, de modo que una acción social sobre una barra pan se presentaba como un producto individual de un artesano independiente que todo lo hace; dicho de otro modo, la realidad de muchos, todos los miembros de una familia, se transformaba en la ficción de una realidad. Lo que hace la división del trabajo es poner de manifiesto el engaño que he descrito, aflorando la realidad oculta; es decir, la barra de pan es un producto social propio de un colectivo de manos, cada una de las cuales ejecuta un acto dentro la función general de elaboración del pan”. Entregó Cómodo un vaso al Hípetro, quedándose él con el otro, y sirviendo, de seguido, el vino-     
- ¡Salud, camarada!
- ¡Salud sin camarada! –aclaró Cómodo-
     Bebieron.
- Entonces..., ¿lo del obrero total?
- Mero pensamiento
- ¿Y Dios?, ¿qué me dice de Dios?, él solo lo hizo todo.
- Si así fuese sería la excepción que confirma la regla.
     Bebieron.
- Así que el obrero parcial con su única herramienta
- Esa es la realidad. Pero..., siga usted.
- ¿Qué le decía?
- ¿Quiere algo de comer?
- Con vino no se come
- ¿No?
- Se come con vino –aclaró El Hípetro- ¿Y qué le decía?
- Me hablaba usted de su familia...
     Bebieron. “¿Más?”
- ¡Ah, si! Coja usted harina, la mitad de agua, algo de levadura, que ha de disolver en el agua, y sal. Y amase. Pero...” -dio una sardineta sobre la mesa, junto al vaso de vino que Cómodo le había ofrecido en La Montañeta, para seguir diciendo “pero lo importante es el tiempo de reposo; mi padre decía que la masa debía subir, partirla en dos, y ambas mitades de la masa debían subir. Con dos reposos mejor; crece la masa en cada uno y sabe mejor. Y si quiere hacer mejor pan, sustituya parte de la levadura por masa guardada del día anterior”. Con los dos dedos, el índice y el corazón, de la mano derecha golpeo de nuevo la mesa, tomando, a la velocidad de una centella, el vaso de vino al que Cómodo le hubo invitado; al menos, alguien decía ser su amigo. Siempre hay un respiro que permite la confusión. Es el hecho mismo de la conversión de la naturaleza en forma humana. A ese instante lo conocemos como felicidad. Necesitamos de este hecho para olvidar la penalidad del sentimiento. Es el momento del temblor corporal, la serie infinita de vanalidades que nos reconfortan con la ilusión, el instante de perdernos en las ambigüedades que nos ayudan. Más ese respiro hay que inventarlo, fomentarlo y sostenerlo, de modo que la perpetuación en nosotros nos induce a la confusión-
     Alicante ya no era la misma, más allá de la puerta de La Montañeta parecía otra ciudad; el Viejo Loco del Molino se lo tenía advertido, “encontrarás los cambios y ambicionaras las ausencias, y será entonces que sentirás lo innecesario de los cambios cuando no son llamados, porque las ausencias que provocan los cambios nos hacen comprender que ya no somos necesarios”. Cuando Cómodo Centón abandono el Molino, el Viejo Loco hizo uso del apagavelas sobre los cirios. Antes, sin embargo, y al ruido de los carros, ha pronunciado lamentos, emitidos gemidos, esbozados sollozos y entrecortado sonidos, mientras los cascos del animal causan daño a los adoquines, siguiéndole el traqueteo de maderas y aros metálicos de los carros cuesta abajo. “¿Quién se hará cargo del Molino?” preocupa al Viejo Loco del Molino, quién se había pasado la vida ocupado.
- Recordarás tus olvidos, y olvidarás tus recuerdos –afirmó el Viejo Loco del Molino, apenas antes de que hiciera uso del apagavelas, rodeado, como estaba, de cuantas cosas se hubieron acumulado en su vida; los libros, los papeles, los tabacos, las bebidas y, sobre todo, los desenfrenos frenados, siendo esto último lo que en verdad más dolor le producía. Aquellos momentos donde las noches se abalanzaban sobre él en la soledad de su cuarto, porque cuanto tenía que suceder en su vida no había ocurrido, de modo que ya nada esperaba, de ahí que moría, salvo que las cosas cobrasen vida traídas por una esperanza que yacía vencida. Después, sin fuerzas, cerró la puerta del Molino, mientras El Perro Ciego seguía leyendo.    


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