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De su niñez solo recordaba
un hecho relevante, sentábase Lorenzo muy cerca de su hermano Manuel, mientras
éste trabajaba un tronco y afloraba una virgen, en silencio y con la debida
devoción que tal milagro requería; porque aquello era, ¿qué otra cosa podía
ser?, un milagro. Nadie a su hermano Manuel habiale enseñado a tallar, nunca
antes lo hizo y parecía que todo aquel saber fuese una iluminación de lo
divino; así, al menos, lo explicaba su hermano Manuel. Decían los mayores que
era la virgen quién guiaba a Manuel en la tarea, y si tal decían los mayores así
lo entendía Lorenzo, teniéndolo por seguro mientras disfrutaba sentado junto a
su hermano Manuel viendo la aparición de la virgen. Todo cuanto Lorenzo deseaba
ser era su hermano Manuel.
- ¿Quién es?.
- La virgen.
Manuel
mentía.
Lorenzo lo
sabía.
Honesto y
previsor, de natural intuitivo, terminó por no creer en el carácter sagrado de
la imagen, pues siempre que veía la talla la tenia por salida de aquel árbol caído
que ayudara a trasladar a su hermano; contaban que lo hallaron a resguardo
entre las piedras de una peña, unos días después de aquel diluviar, de relámpagos
y truenos, como a propósito en su camino, en un paraje que carecía de sendas. A
la evidencia anterior consideraba Lorenzo otra de igual interés. El rostro que
al principio creyó, siguiendo a su hermano Manuel, el de la divina senda,
resultó ser el de una moza del mayoral que conociera en los trabajos del
esparto; atentó contra la muchacha del Mayoral, mas la suerte dispuso que otra
verga tomase la fortaleza que la dicha tenia la obligación de defender. Fue por
entonces, terminada la talla y derrotado ante la muchacha del Mayoral que
Manuel cambió su sentido de la vida, trastocándose un tiempo de brillantez por
la eterna insensibilidad de las cosas y de los acontecimientos. Especialmente
recordaba Lorenzo la rematación de la obra de Manuel y, en especial cuando
dijera "he acabado"; se arrodilló e hizo de hinojos postrarse a
Lorenzo, contemplando ambos la obra conclusa, y fue entonces que dijo:
- No he sido
yo, ha sido Dios. No lo olvides.
Antigua
Sexona asistió desde la puerta al divino instante del encuentro de sus hijos
con Dios, y haciendo como hicieran Manuel y Lorenzo, los tres oraron "Dios
te salve María, llena eres de gracia, el señor es contigo, bendita tú eres
entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús. Santa María,
madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra
muerte. Así sea."
La talla
quedó, en aquella casa de La
Virgen , cubierta por un lienzo, iniciándose entre Lorenzo y
su hermano Francisco unas luchas por la posesión de la estancia: Lorenzo Ivorra
de Sexona quedó en la casa a la espera de que nadie, jamás, volviera, que era,
insistía, suyo aquel lugar, donde viera el milagro del nacimiento de la virgen
de Dios.
Este insólito
comportamiento, decidir con misteriosa precisión, lanzar al hermano de una
posesión que tomara como suya, y una visión mágica a través de los demás, un
caballero sobre corcel portando una fascinación, gentes alrededor envueltas en
un halo, tallarían su ánimo de modestia y obediencia, de afligido corazón, de
sueños y ausencias de ideas. Lorenzo Ivorra de Sexona no pudiendo vivir en compañía,
incauto él, se lanzó a hacerlo; práctico sobre su cintura un cinto y puso a su sujeción
una espada de doble filo, incrustando en un corte el dilema de ser señalado por
el héroe y la inestable mediocridad de su diaria existencia. No tardo mucho en
perder su posesión a manos de su padre Lorenzo, en culpar, en lo profundo de su
corazón, a su hermano Francisco por los muchos llantos que de sus ojos
emergieron contra él. La separación era un hecho de irreversible cierto, la
situación, al pensar en su hermano, un estancamiento, no podría haber progreso
mientras ellos fuesen dos; la espada que a su cinto solo él veía señalaba que
los vínculos que nunca existieran, se hallaban rotos, que las restricciones de
la paz levantaban las hostilidades de un enfrentamiento que solo él vivió.
Sintiose perdido en su guerra en la fecha de anunciación de la boda de
Francisco, aliviado cuando éste abandonó Barañes, inquietó en el convento de
Nuestra Señora de Gracia una inevitable muerte de su hermano, y nunca sintió
más odio que compartir con Francisco a Manuel bajo las carcasas francesas. No
cambio su esencia básica, nadie cambia, por el hecho de tomar hembra, cuando se
apoderó de Glauca de la Vieja ,
de terciopelo la piel y belleza influenciable, junto a los muros de la torre.
- ¿Qué hierbas debes darme para afianzar mi memoria
en las cosas?.
- El olvido; que olvidando es como se recuerda
-replicó Glauca-
El paso de
los años aceleraría su respiración, que de pausada y feliz se tornaba frenética
hasta explosionar sin que nada hubiese justificado aquel de repente detenerse
el día de su muerte.
- Dios llega cuando te mueres, antes no lo esperes.
Rezar es parte del sufrimiento humano, el cebo para el pescado.
Desatar la
conciencia era parte del comportamiento de Lorenzo Ivorra de Sexona,
comportarse como puro asir lo verdadero, poner algo en medio sería modificar la
verdad, poniendo u omitiendo. Solo el objeto es aquello verdadero, la
conciencia cambia, varía, genera lo inexacto o incurre en la ilusión, de aquí
que Glauca, siguiendo las enseñanzas de su divina maestra, la Vieja de los Santos, ondease
a la naturaleza como la más exacta conocedora del medio. Poco antes de caer
enfermo acudió a la iglesia de la torre a implorar a la pequeña imagen de
Manuel, de la cual ya tenía olvidado su origen, y allí estaba que oyó ignorar
quién aquella imagen había tallado, lo que le produjo harto asco por las gentes
y ayudo a recuperar que había sido su hermano Manuel el autor de aquella
imagen, acordando, en aquel instante, una venganza. Aquella noche cargo con la
imagen de la virgen, llevándola consigo al arroyo, donde la sepultó; la virgen
separó la arena del lecho y regreso a su pedestal en la iglesia de la torre. La
tomó Lorenzo, en la oscuridad de otra noche, y a cuestas con ella la subió a lo
alto de la Peña Roja ,
donde la cubrió con rocas; la virgen fue una a una separándolas hasta que pudo,
liberada del peso, regresar a su peana en la iglesia de la torre. Viéndola, de
nuevo en su sitio, la arrancó de la basa, llevándola consigo en un saco metida,
de modo que no viendo la virgen el camino de ida pudiera regresar para el caso
de que pudiera librarse de la nueva decisión de Lorenzo; llegó con ella a pie
de la sima de La Cava ,
donde pensó se ahogaría; la virgen se dejo llevar por la corriente dentro de la
cueva y brotó, con el agua, a la luz de la luna, regresando a su pilar en la
iglesia de la torre de la mano de un labriego que la encontrará. Una noche
concibió una idea; la partiría en dos, separándola del tronco la cabeza...
- He visto -dijo Glauca- esta noche peligrar la
virgen de tu hermano Manuel, a manos de un hombre sin cabeza.
- ¿Cómo sabes que es un hombre si camina sin
cabeza?.
- Porque pensaba con el bulto entre las piernas.
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