sábado, 20 de octubre de 2012

01191-09.AGUAS ALTAS Y BARAÑES. 02.De Lorenzo Ivorra de Sexona

Documento anterior    00945 - 01119
Documento posterior  01223

                De su niñez solo recordaba un hecho relevante, sentábase Lorenzo muy cerca de su hermano Manuel, mientras éste trabajaba un tronco y afloraba una virgen, en silencio y con la debida devoción que tal milagro requería; porque aquello era, ¿qué otra cosa podía ser?, un milagro. Nadie a su hermano Manuel habiale enseñado a tallar, nunca antes lo hizo y parecía que todo aquel saber fuese una iluminación de lo divino; así, al menos, lo explicaba su hermano Manuel. Decían los mayores que era la virgen quién guiaba a Manuel en la tarea, y si tal decían los mayores así lo entendía Lorenzo, teniéndolo por seguro mientras disfrutaba sentado junto a su hermano Manuel viendo la aparición de la virgen. Todo cuanto Lorenzo deseaba ser era su hermano Manuel.

- ¿Quién es?.

- La virgen.

     Manuel mentía.

     Lorenzo lo sabía.

     Honesto y previsor, de natural intuitivo, terminó por no creer en el carácter sagrado de la imagen, pues siempre que veía la talla la tenia por salida de aquel árbol caído que ayudara a trasladar a su hermano; contaban que lo hallaron a resguardo entre las piedras de una peña, unos días después de aquel diluviar, de relámpagos y truenos, como a propósito en su camino, en un paraje que carecía de sendas. A la evidencia anterior consideraba Lorenzo otra de igual interés. El rostro que al principio creyó, siguiendo a su hermano Manuel, el de la divina senda, resultó ser el de una moza del mayoral que conociera en los trabajos del esparto; atentó contra la muchacha del Mayoral, mas la suerte dispuso que otra verga tomase la fortaleza que la dicha tenia la obligación de defender. Fue por entonces, terminada la talla y derrotado ante la muchacha del Mayoral que Manuel cambió su sentido de la vida, trastocándose un tiempo de brillantez por la eterna insensibilidad de las cosas y de los acontecimientos. Especialmente recordaba Lorenzo la rematación de la obra de Manuel y, en especial cuando dijera "he acabado"; se arrodilló e hizo de hinojos postrarse a Lorenzo, contemplando ambos la obra conclusa, y fue entonces que dijo:

-  No he sido yo, ha sido Dios. No lo olvides.

     Antigua Sexona asistió desde la puerta al divino instante del encuentro de sus hijos con Dios, y haciendo como hicieran Manuel y Lorenzo, los tres oraron "Dios te salve María, llena eres de gracia, el señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús. Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Así sea."

     La talla quedó, en aquella casa de La Virgen, cubierta por un lienzo, iniciándose entre Lorenzo y su hermano Francisco unas luchas por la posesión de la estancia: Lorenzo Ivorra de Sexona quedó en la casa a la espera de que nadie, jamás, volviera, que era, insistía, suyo aquel lugar, donde viera el milagro del nacimiento de la virgen de Dios. 

     Este insólito comportamiento, decidir con misteriosa precisión, lanzar al hermano de una posesión que tomara como suya, y una visión mágica a través de los demás, un caballero sobre corcel portando una fascinación, gentes alrededor envueltas en un halo, tallarían su ánimo de modestia y obediencia, de afligido corazón, de sueños y ausencias de ideas. Lorenzo Ivorra de Sexona no pudiendo vivir en compañía, incauto él, se lanzó a hacerlo; práctico sobre su cintura un cinto y puso a su sujeción una espada de doble filo, incrustando en un corte el dilema de ser señalado por el héroe y la inestable mediocridad de su diaria existencia. No tardo mucho en perder su posesión a manos de su padre Lorenzo, en culpar, en lo profundo de su corazón, a su hermano Francisco por los muchos llantos que de sus ojos emergieron contra él. La separación era un hecho de irreversible cierto, la situación, al pensar en su hermano, un estancamiento, no podría haber progreso mientras ellos fuesen dos; la espada que a su cinto solo él veía señalaba que los vínculos que nunca existieran, se hallaban rotos, que las restricciones de la paz levantaban las hostilidades de un enfrentamiento que solo él vivió. Sintiose perdido en su guerra en la fecha de anunciación de la boda de Francisco, aliviado cuando éste abandonó Barañes, inquietó en el convento de Nuestra Señora de Gracia una inevitable muerte de su hermano, y nunca sintió más odio que compartir con Francisco a Manuel bajo las carcasas francesas. No cambio su esencia básica, nadie cambia, por el hecho de tomar hembra, cuando se apoderó de Glauca de la Vieja, de terciopelo la piel y belleza influenciable, junto a los muros de la torre.

- ¿Qué hierbas debes darme para afianzar mi memoria en las cosas?.

- El olvido; que olvidando es como se recuerda -replicó Glauca- 


     El paso de los años aceleraría su respiración, que de pausada y feliz se tornaba frenética hasta explosionar sin que nada hubiese justificado aquel de repente detenerse el día de su muerte.

- Dios llega cuando te mueres, antes no lo esperes. Rezar es parte del sufrimiento humano, el cebo para el pescado.

     Desatar la conciencia era parte del comportamiento de Lorenzo Ivorra de Sexona, comportarse como puro asir lo verdadero, poner algo en medio sería modificar la verdad, poniendo u omitiendo. Solo el objeto es aquello verdadero, la conciencia cambia, varía, genera lo inexacto o incurre en la ilusión, de aquí que Glauca, siguiendo las enseñanzas de su divina maestra, la Vieja de los Santos, ondease a la naturaleza como la más exacta conocedora del medio. Poco antes de caer enfermo acudió a la iglesia de la torre a implorar a la pequeña imagen de Manuel, de la cual ya tenía olvidado su origen, y allí estaba que oyó ignorar quién aquella imagen había tallado, lo que le produjo harto asco por las gentes y ayudo a recuperar que había sido su hermano Manuel el autor de aquella imagen, acordando, en aquel instante, una venganza. Aquella noche cargo con la imagen de la virgen, llevándola consigo al arroyo, donde la sepultó; la virgen separó la arena del lecho y regreso a su pedestal en la iglesia de la torre. La tomó Lorenzo, en la oscuridad de otra noche, y a cuestas con ella la subió a lo alto de la Peña Roja, donde la cubrió con rocas; la virgen fue una a una separándolas hasta que pudo, liberada del peso, regresar a su peana en la iglesia de la torre. Viéndola, de nuevo en su sitio, la arrancó de la basa, llevándola consigo en un saco metida, de modo que no viendo la virgen el camino de ida pudiera regresar para el caso de que pudiera librarse de la nueva decisión de Lorenzo; llegó con ella a pie de la sima de La Cava, donde pensó se ahogaría; la virgen se dejo llevar por la corriente dentro de la cueva y brotó, con el agua, a la luz de la luna, regresando a su pilar en la iglesia de la torre de la mano de un labriego que la encontrará. Una noche concibió una idea; la partiría en dos, separándola del tronco la cabeza...

- He visto -dijo Glauca- esta noche peligrar la virgen de tu hermano Manuel, a manos de un hombre sin cabeza.

- ¿Cómo sabes que es un hombre si camina sin cabeza?.

- Porque pensaba con el bulto entre las piernas.




No hay comentarios:

Publicar un comentario