lunes, 24 de junio de 2013

01476-02.IMPOSIBLES: Los agujeros blancos

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DOCUMENTO POSTERIOR: 01493

   
      El cielo era a bandas, de inexistentes colores pintado, como dejado al imperfecto azar de la naturaleza. Sin embargo, no resultaba extraño, al menos para Laura, una amiga a la que estábamos visitando. De niñas, Laura y mi Señora se habían odiado, pero habían compartido patio en el colegio y las primeras realidades de ovarios, y, sin embargo, con los años y la recuperación de unos lazos perdidos en la juventud de nuevo se habían relacionado con la extraña habilidad del silencio. 

    Nos sentamos; Laura hablaba para ella, y yo la escuchaba, mi Señora no. Y mientras hablaba me fue enseñando la casa que estaba afincado sobre un terreno mío..., yo me di cuenta, que aquella finca era mía, más tuve la duda de, acaso, haberla vendido, sin que tuviera recuerdo de haberla transmitido, lo que vino a corroerme el recuerdo de no recordar algo, que tal vez, había hecho. 

- Construí aquí la casa porque el terreno era tuyo... ¿no te importa? -dijo. Y siguió diciendo que a su marido no le hizo gracia construir la casa sobre aquel bancal que era mio, y que, además, su marido ya le tuvo por advertido que seguramente yo pondría una demanda, de manera que buscaría la cárcel para ella, y que con ella yo iría a vivir a la cárcel. 

     No contemplé nada extraño en Laura, ni tampoco en sus acciones... si quería podía quitarme la tierra, era normal que lo hiciera, y yo no entendía al mentecato de su marido, si Laura ya tenía la casa... ¿qué mezquindad la mía quitársela?, que, por cierto, era una casa que a mi no me gustaba, pues entre dos estancias siempre había una tercera que estaba vacía. Era la última en arquitectura, una relación concebida entre espacios llenos y vacíos, de modo que no se perdiera la dualidad entre "estar" y "ser". Era fácil de comprender, se estaba en lo lleno y se era en lo vacío. A mi me pareció una idea la más de natural aunque solo apta para ser desarrollada por gente acaudalada..., lo que no parecía ser el caso cuando Laura me enseñó el listado de facturas pendientes de pagar que tenía.

     Me llamó la atención el comedor, distribuido en forma de ele y con dos mesas, disponiéndose en el ángulo de un juego de cristales, de modo que Laura y su marido podían comer sin verse directamente, pero viéndose, uno al otro al través de los espejos, y cada uno verse a sí mismo al través de los espejos; yo admití la curiosidad del experimento pero no pregunté sobre el objeto del mismo. Laura me invitó a comer un día con ella, y añadió, sin que yo pudiera responder, que de mi Señora se encargaría ella, que mi Señora mordería, ya que rea tonta, un anzuelo..., ¿no pregunté qué carnaza contendría el anzuelo?

     Lo cierto fue que el cielo se cubría, ahora, de cuadros que se movían y que dejaban, al separarse huecos blancos... eran los AGUJEROS BLANCOS que todo lo veían, porque, me dijo Laura, en el centro de todo agujero negro existe un agujero blanco.  Abrí entonces los ojos y me quede ciego.

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