martes, 8 de octubre de 2013

01601-07.IMPOSIBLES: En la cueva

DOCUMENTO ANTERIOR: 01565

DOCUMENTO POSTERIOR: 01612


     La puerta de la cueva estaba cerrada, sin embargo yo estaba dentro, de ahí que poco significaba que la puerta estuviese cerrada hallándome yo dentro como dentro me encontraba. Soplaba aire dentro de la cueva; un enano que por allí pasaba me dijo que el aire era cosa de la cueva, pero que no me fiara. Olía a vino en la cueva, un altar al fondo albergaba y entre los toneles desnivelados corrían buitres sin alas. Mosen Fenollar los miraba, y debajo del brazo un libro suyo llevaba, orgulloso que estaba de ser el primer libro impreso en España. Tomé un poco de vino que en mi mano uno de los buitres depositará; sabía a vino aquel licor verde que sobre mi mano corría, como orgullo y no se detenía. Yo le llama, y él seguía con su libro camino del altar que el fondo de la cueva albergaba. Mientras... los hombres aquellos me observaban, no sé si esperaban que me quedase, tal vez que me fuera de la cueva que estaba cerrada. Se lo dije..., esta cerrada. Levanté la cabeza, el oído puse en guardia, el ronroneo de los niños en la escuela de los carmelitas descalzos la cueva recorría. Entonces, se movió la tierra.

    Temblaba la cueva; estas cosas en Alicante no pasaban..., allí Felicitas había nacido y procuraba la seguridad de la ciudad desde que fuera extraída del cementerio de San Calixto en Roma y traída en un buque para ser depositada bajo San Nicolás. ¡Que silencio se oía en la cueva!, más allá los exvotos se pudrían. Yo con mi vaso de vino en la mano, bebía. La tropa de buitres, huía. y se oían golpes en la puerta de la cueva de gentes que entrar querían, aunque la llave de la puerta estaba muerta, decían, de modo que no era posible abrir la puerta con aquella llave muerta que no se movía. Lo importante era que los toneles nivelados, alienados desde mi cuerpo hasta el fondo de la cueva, donde un altar lucía, estaban llenos de vino y cuando Dios intentaba abrirlos, se negaban los toneles a dejar fluir el vino, de manera que mi vaso estaba de vino lleno y vacío de vino estaba el de Dios.

     Más allá de la cueva se levanta el sol por el infinito; alguien pasa con una regla, busca medir los doce puentes..., no hay nada que medir en la tierra. Yo voy caminando por una extensa planicie que no se a dónde me lleva, pero me resulta indiferente ya que después de haber vivido en la cueva nada me queda. Alguien me ha robado lo que no tenía, lo presiento. Respiro, se que solo me queda seguir adelante, dejando atrás la cueva, por aquella planicie de hielo fundido que quema. Miro hacia atrás, la puerta de la cueva está abierta; dentro se ha llenado de gente la cueva, fuera solo quedo yo y mi muerte como compañera eterna. 

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