martes, 15 de octubre de 2013

01612-07.IMPOSIBLES: En el templo

DOCUMENTO ANTERIOR: 01601

DOCUMENTO POSTERIOR: 01628


     Todo me parecía condenado a serlo, todo condenado estaba dispuesto a serlo, todo se movía de lado a lado de mi cuerpo, mientras las caras dormidas de la noche rezaban sumisas oraciones de miedo. En las ventanas todo se asomaba a medio cuerpo, todo murmuraba canciones en silencio, mientras pasaba, entero, todo el tiempo entre los espacios que todo parecían tenerlo.

    Caminaba por la calle con todo el peso de todo, caminaba con una bola de hielo negro en mi mano quemándose, caminaba sin poner los pies en el suelo, caminaba sin caminar y caminando con los pies en el frío suelo, con todo mirándome e ignorándome al mismo tiempo. Todo parecía  estar tan cerca y tan lejos en aquel espacio de hielo negro.

   Las banderas asomaban sus cuerpos, de paños coloreados, a las astas sujetas; gallardetes, guiones y banderines mostraban a las comparsas desfilando a ras de los cielos. Todo era negro, hasta la piedra negra del Templo era de color negro, y las ocho columnas de su portada eran doradas y emitían fuego; eran de veinte aristas, descansando sobre un estilobato y terminando en un collarino.. Entonces me dí cuenta, la bola de hielo negro no estaba en mi mano quemándome, mientras me miraban las cariatides. La puerta central alzaba siete metros y al cruzarla parecía aún más enorme; estaba de gente lleno el templo. 

     A cien metros de altura, de los equinos, mariposas salían, quise contar las columnas pero en el infinito se perdían, y de las metopas salían pajeros sin alas que caían, admirándome ver como las mariposas se los comían, que tenían hambre las malditas. Sobre el friso de cuatro lados se apoyaba una cúpula de cien metros de diámetro, y sobre ella una linterna que, decían, era la puerta que evitaba la muerte en esta vida, y por cuyas ventanas penetraba hielo negro a media mañana. Yo pregunte por el opistodomo, no sabían dónde estaba o era que la respuesta, por egoísmo, se callaban, de modo que me fui moviendo por la naos y entre la gente que rezaba, mientras que un espejo reflejaba a la gente que pasaba, otro se la tragaba, de allí salió Reimann hablando  de cosas extrañas. Y más allá estaban los que ni bebían, ni comían, ni meaban, ni cagaban, por "dios" ni bebe, ni come, ni mea, ni caga. Y hacia allí los alcoholices estaban bebiendo alcohol de noventa y seis grados, mientras estaba aquel deshecho por un rictus que le diera, sin comprender cómo era posible le diera el rictus a él que ni bebía, ni fumaba, que corría todos los días y a todos los sitios en bicicleta se trasladaba.

     Me senté donde un asiento entre dos humanos en soledad se hallaba, y allá en el presbiterio el presbistero se elevó hasta que fuera comido por las mariposas que de los equinos salían a cien metros de altura.... 

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