domingo, 14 de febrero de 2010

00015-01.APIOLAR: 00.Amancio hacía el Capitol

Sin documento anterior
Ver documento posterior 00040
Era noviembre. La sucesión de calles que le llevaron al Capitol estaban dormidas. Solo al aproximarse a la sala pudo observar cierta aglomeración de curiosos, varios coches de policía y algún murmullo poco audible. Sin embargo Amancio estaba ido de aquello; después de cinco años Aglaya le había contado parte de su vida. Se podía imaginar a Gumersindo con la verga prieta en la mano, tirando de pellejo ante su hija. porque el cabrón de Gumersindo sabía que Aglaya era su hija. ¡Increíble!. ¿Y el marido?, ¿cómo dijo?, ¡si, Gregorio!. Había dicho Gregorio, ¿sabría la relación de su supuesto padre con su mujer?. Aunque visto con cierta anchura Aglaya no se quedaba a la zaga del padre; la muy puta había tenido a su hija con otro, ¿y Gregorio?. ¿Otra vez Gregorio?. ¿Lo sabía?. Fijo que era algo genético, porque sin duda alguna, era reconocible que actuaban con gran seguridad y elegancia, podían hacer sin ser descubiertos, y podían ser capaces de ocultarse de por vida. Visto desde la perspectiva que a Amancio interesaba, entre Gumersindo y Aglaya bien podrían haber cometido el crimen perfecto, ya que semejante aplomo y perpetuo silencio no eran fáciles de llevar. Miró al cielo; estaba oculto tras la oscuridad e imaginose con Aglaya en un acaballadero haciendole la monta total, sobreviniendo una hinchazón entrepiernas que tuvo que reprimir, con su mano, al través de su bolsillo. De modo que cuando miró al frente las luces de la ciudad le cegaron y tuvo que abrir y cerrar varias veces los ojos hasta que pudo encarar la calle como era costumbre en él. Lo cierto era que no podía prescindir de aquella mujer; Aglaya, tan solo con su presencia, abrumaba su entendimiento. En ocasiones, considerando que era policía, sin duda nada le hubiese costado averiguar sobre la identidad de aquella mujer, sin embargo un sentimiento íntimo de felicidad le decía que "¡no!", que no lo hiciera, que no le valdría la pena, que por qué romper el marco donde la felicidad anidaba y se sentía protegida. No, él no lo estropearía. Un resplandor recibía de Aglaya, una luz muy clara, esencia de aquel cuerpo, que radiaba a su vida, llenándola.

No hay comentarios:

Publicar un comentario