martes, 23 de febrero de 2010

00027-01.FINAL DE LA HISTORIA: 01.Los libros

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Lonja había recibido en herencia esta casa. Una condición vulgar y grotesca le impedía hacerla suya. Entretanto yo tenía un problema grave y estúpido. Durante años había ido comprando libros, muchos libros, enormes cantidades de libros, miles de libros, grandes y pequeños, medianos, flacos y gordos, estrechos y largos, graciosos y pesados, sin sentido y con poesía, libros que de todo hablaban, de literatura, de arte, de ciencias, cuentos, libros antiguos y libros modernos, libros..., pero fue tal la acumulación de libros que rebosaban los mil rincones de mi casa y llenaban los pasillos, y apenas yo podía moverme, ni dormir podía, ni ducharme, ni encontraba la ropa, ni tan siquiera la lavadora podía usar. Llegó un momento que me sentía estrecha e incómoda, y empecé a vender los muebles, todo lo vendí. Y vendí los discos, el televisor, las lámparas, la tina, el frigorífico, todo, todo lo vendía, y a pesar de este esfuerzo mi casa seguía llena de libros y de más libros. El problema, si a grave, como verás, se agravó aún más cuando me vi obligada a ocupar la escalera de vecinos. ¡No te rías!. Sucedió así. Verás..., al principio dude. No sabía si sacar los libros a la escalera..., pero pronto comprendí que en este mundo cualquier objeto es, en potencia, sujeto pasivo de ser robado, salvo el libro. Este pensamiento me animó a sacar los libros a la escalera. Primero ocupe el rellano de mi planta, lo que hacía de noche para que nadie me viese, luego, escalón a escalón, toda la escalera y todos los rellanos de las distintas plantas, hacía arriba y hacía abajo. Pronto empezarían los problemas. Los vecinos se quejaron, murmuraban de mí, yo no sabía por qué, y se entretenían a mis espaldas, pues tenían conocimiento, no se cómo, que era yo quién llenaba de libros la escaleera de la casa. Llegó a ser imposible que cada cual pudiese entrar en su casa sin correr el peligro de romperse la crisma, y sin que mis libros corriesen el peligro de ser pisoteados y golpeados a despecho. Lo peor vino después, pues ocupé el ascensor con libros. Hubo quién amenazó con quemar los libros, algunos de quemar mi piso, y aún, los más atrevidos, de incinerarme a mí. Todo lo pude soportar, hasta que eche en falta algunos libros, que ví un contenedor de basuras rebosando libros. Entonces me llené de desesperación y creí volverme loca.

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