lunes, 27 de octubre de 2014

02031-14.IMPOSIBLES: El fluido, por la esparcida, campa

DOCUMENTO ANTERIOR:  02030 (28.10.2014) - 01971 (13.09.2014)

DOCUMENTO POSTERIOR:  02059 (20.11.2014)


      Todos los días, apenas el sol se despereza, Cómodo Centón orina. Sale caliente el fluido, como agua encantada, que de Cómodo los humores espanta, afluyendo otros que como agazapados tras el meado se hallan. Sale potente, arrojándose al vacío, sin conocer su destino, hasta golpearse en la pared cóncava y, también, en una balsa de agua calma que duerme allá abajo, donde parece se inician unas lúgubres entrañas.

      Sonríe el Centón aliviado, sonríe cada mañana apenas el sol se despereza, y aquel sonreír significa que tal día, apenas nacido, será un mundo más en un mundo de patrañas sumido. Más... que alegría es sentir al fluido abandonar, al alba, su refugio en la montaña, en caída libre recorrer el éter, que ya no existe, y llegar, allá al fondo, con sublime potencia, y oírlo exclamar al contacto con el agua mediante la expresión de una ola que tropieza con las paredes de la figura cóncava.

     Sin embargo hay mañanas que todo falla, hay momentos que se oponen al hombre, que buscan guerra apenas el sol se despereza, como si toda la noche pasada fuese un mal recuerdo de una existencia dormida. Y ha sido que esta mañana el urinario no estaba. Y ha sido que Cómodo lo ha buscado por todo el espacio finito donde lo dejó tan contento, mientras el sol a dormir se largaba, cansado de tanto alumbrar para nada, y a pesar de no encontrarlo, dos veces buscado, al punto de la mañana, ha vuelto a buscarlo... ¡que dolor tan macabro!, que dolor concentrado se halla en esa parte del cuerpo donde el fluido se aprieta contra sí mismo, donde se ahogan los pensamientos y mueren las palabras. Porque.... sabemos que el agua sirve para calmar la sed, que la sed sirve para aliviar la soledad del alma y sabemos que la orina sirve para limpiar el cuerpo, pero lo que ignoramos, pobre Hombre, es para qué limpiamos el alma y el cuerpo, suponiendo, pobre Hombre, que los tengamos, si al cabo de tanta limpieza, sea sucio o limpio, el Hombre se muere, pobre Hombre, en todo caso.

       Entonces explota, explota de pronto; que triste muerte llama a la puerta de toda sustancia, que violenta explosión la esparce, en mil puntos distintos, por todo el espacio extendido, y después huele, pegada al cuerpo huele, con esa caliente textura que produce saliva ensangrentada, y que desahogo produce el delirio cuando calla, y pierde la olor el habla, y es el momento de unir la espalda con la pared seca del urinario, dejando caer, por instinto, todo el peso del cuerpo por la rada formada.

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