viernes, 26 de marzo de 2010

00075-4.JIJONA.2009: 2. Los Mirones

El amigo de la fiesta es EL FESTERO, quién emplea tiempo y espacio en esta actividad, gasta dinero, adquiere la indumentaria adecuada, los complementos al uso, fija el programa, hace las contrataciones, compra y engalana todos los artilugios necesarios, la banda de música, los fuegos y es el personaje que desfila, da color y esplendor a los actos. Sin el festero, deberíamos de concluir, las fiestas no se reproducirían año tras año sobre una idea eterna. Ciertamente el festero es el actor que dá carácter al especctáculo. Ahora bien, si el festero es la participación activa de unas fiestas, el emisor de la misma, su esfuerzo y trabajo ha de reflejarse en algo y en algún sitio, es decir, en la plaza pública o teatro, de modo que no basta con la satisfacción del festero para que la fiesta alcance la categoría de fiestas.

Así su receptor de las fiestas es el MIRON, aquel que abandona su casa, ocupa una silla en al calle y observa mientras valora, la escenificación de cuanto acontece, denotando una participación pasiva. Mira con curiosidad, excesiva en ocasiones, delata los fallos, aplaude los aciertos, se rie y enternece sin que su bolsillo sufra por ello. Cierto es que puede haber contribuido con un pequeño billete, hacerlo a traves de las ayudas municipales, lo que le daría cierto derecho sobre el espectáculo. Sin embargo, el Mirón nace con la fiesta y muere con ella, dura lo que dura los actos, de brevas a higos es su tiempo, desapareciendo el resto del año, ese tiempo que va de higos a brevas. Lo importante para el Mirón es volver a casa satisfecho de haber asistido a una escenificación que siendo repetitiva es nueva, y lo más importante, que no le ha reportado trabajo ni esfuerzo alguno. Ahora bien, la misión más importante del Mirón no reside en mirar, hay algo que klo define como el verdadeero sujeto de las fiestas: hace posible que las fiestas se repitan.

Ciertamente: ¿qué serían de un desfile sin mirones?

Una fiesta hecha para si mismo lo es privada, ocurre en un lugar separado, lejos de las miradas de otros, oculta al conocimiento general. Mas cuando esos actos privados se trasladan a un escenario cuyo techo y paredes es el cielo, y cualquiera puede asomarse a la representación, EL FESTERO SE DEBE AL MIRON.

Las fiestas se hacen para los mirones, y dependen de que ellos, los mirones, cada año, casi como con complaciencia, ocupen las sillas y llenen las aceras para ver pasar a los festeros engalanados, sonrientes, orgullosos, convencidos de ser el alma de las fiestas, sin comprender que si EL FESTERO EXISTE ES PORQUE EL MIRON LE DA LA VIDA.

El Mirón reclama el respeto del festero, y al festero corresponde levantar un monumento, en cada pueblo, al Mirón.

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