viernes, 5 de marzo de 2010

00043-02.EL FINAL DE LA HISTORIA: 02.En un Alicante ya pasado

Eran ya, para entonces, horas de amanecer. El mar, en calma, desperezábase lentamente con murmurar de leves horas. Supo, a la sazón de los acontecimientos vívidos, que jamás estaría su nombre entre los hombres de poder, nunca regentaría sociedad alguna, jamás su nombre figuraría en los libros de historia, su muerte resultaría ser el último pensamiento sobre él. ¿Qué era lo que hacía en este mundo?, él que se negaba a ser pasto de la naturaleza. El Mozo de la yegua ya cruzaba San Blas, por donde el barranco era más cercano al mar, observado por los guardías de San Carlos, desde los Antígones hasta los muros, por donde el Rihuet bajaba. Una vez más, en su vida, respiró, que era lo necesario. Había dejado atrás las tierras del Babel, y a poco de andar, sin saber de dónde venía, y una vez el fielato, al mirar a lo lejos no se veía, alcanzó la heredad de Welter y Castillo, y a un viejo hombre, en calesa sentado y arreciándo a la bestia con fusta, vió pasar por entre él y los balaustres que cercaban el Jardin Botánico, lugar éste de estudios por especial dedicación que le otorgara la Casa del Consulado del Mar, y que por imperativos de modificación del Código de Comercio debió ser suprimida y enagenada, acabando de este modo su existencia la Escuela de Agricultura. Más no las de las niñas junto al Asilo de Ancianos, que precisamente en aquellos instántes repasaban una clase de historia a coro y a varias voces, y decían: "Pelayo, Favila, Alonso I, Fruela I, Aurelio, Silo, Mauregato, Vermudo el Diácono, Alfonso II el Casto, Ramiro I, Ordoño I, Alfonso III, García I, Ordoño II y Fruela II". Al oírlo pensó Cómodo que si bien no era para lanzar las campanas al vuelo, era sin duda notorio que en las escuelas se hubiese dado un salto histórico al haberse superado la lista de los reyes godos. Pensó, como añadido a sus pensamientos, en el Duque de Cantabría, aquel olvidado Pedro. Y siguió Cómodo hacía la Alameda de San Francisco, cruzando los fieros barrancos que cercaban la ciudad de Alicante, donde llegó a píe tras evitar unas barreduras, en desasosiego y entero agobio de sus pensamientos. Miró a la izquierda, por Quiroga, cruzose en Ramales con los de segunda enseñanza, y dejándolos en aquel habitat llegó a Luchana, donde una chuscada que se le ocurrió le hizo sonreír y aún animarse un poco. Cuartana, que le seguía, tambaleaba su cuerpo de parte a parte del Paseo del Conde de Luchana. Más allá, a los dos, les seguía Pechero, porque eran aquellas las horas de su oficio, aquel que por su condición de incunable, que no por raro si por carecer de cuna de alcurnia, le había sido asignado por su padre, al comprender el progenitor que aquel hijo nunca sería hijosdalgo, ni mercader, ni estaría entre "les omes buenos de las villas onrado" ni tan siquiera entre "omes sabidores de mar", de aquí que por todo ello que le llamara Pechero y que el mencionado aceptase la voz de su padre y apechugara, como su obligación era, con las cargas de la hacienda y se ausentaran de él los privilegios de los pobladores de HERPETOL. Con todo esto y cosas más que, hablan, sucedieron, y que Cómodo no pudo o no supo advertir, nos hallamos, de retorno, al varadero.

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