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Aquel que pregunta es porque no sabe, y lo más triste de todo: pregunta porque nunca sabrá, dice CÓMODO CENTÓN.
La PREGUNTA es evidencia de ignorancia, de modo que preguntando se llega a cualquier parte, se aprende una materia, se conoce de algo, de modo que "preguntar" es parte del proceso del "saber", así un profesor pregunta a los alumnos si hay alguna duda y luego les pregunta en el examen para comprobar que efectivamente no tuvieron dudas y conocen la lección, de modo que el alumno avanza en la materia hasta que obtiene el correspondiente título, luego llegan los "máster", los "seminarios", los "congresos", los "cursos" de capacitación, de reciclaje, de adaptación, de mejora de los conocimientos, donde el "titulado", que parecía saberlo todo, según obra en su titulo, sigue preguntando porque no sabe y quiere saber, de tal manera que PREGUNTAR es lo razonable cuando "uno" no sabe.
Ciertamente PREGUNTAR es un valor muy revalorizado, ya que quién pregunta muestra interés sobre el asunto, porque si "uno" no sabe lo normal es preguntar, ya que si no sabe y no pregunta nunca sabrá. Pero a pesar de que PREGUNTAR es bueno porque ayuda a saber, PREGUNTAR, en sentido estricto, sigue mostrando como por mucho preguntar nunca se sale de la ignorancia, dice CÓMODO CENTÓN.
PREGUNTAR se inventó para los eternos ignorantes, dice CÓMODO CENTÓN. Porque si sabes no preguntas. Esto es, ¿a quién le preguntó EISNTEIN?, tal vez a un reloj mientras viajaba en un autobús, y ¿a quién le preguntó NEWTON?, tal vez a una manzana, y ¿a quién le preguntó NAPOLEÓN?, tal vez a la segunda colina de la derecha, y ¿a quién le preguntó GUTENBERG?, tal vez a los tipos móviles...
Está claro que hay, a la vista de lo anterior, DOS CLASES DE PREGUNTAS: aquella que se hace a "los demás", que es la propia de aquellos que nunca sabrán, y aquella que se hace a "uno mismo", que es la propia de aquellos que se inventan la respuesta.
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