jueves, 3 de noviembre de 2011

00771-03.APIOLAR: La joven del violoncelo

Documento anterior 00040
Documento posterior  01044

Y llegó la noche.

Donde todo es negro. El Asesino en su antro tomo de un libro de los estantes una lectura que trataba de la verdadera religión de los hombres. Y cerró el libro, y lo dejó en el estante. Más tarde, tras comprar la entrada, sien do temprano para entrar en la sala y viendo a pie de taquilla el pequeño gentío, El Asesino cruzó la calle y se alejó de la sala; cuatro mujeres, indiferentes al mundo, de violines, viola y violoncelos aguerridas, el americano de Dvorak expulsaban de aquellas cajas que vibraban pacíficamente desde el macho de la voluta al suelo del botón. Una de ellas, la que tocaba sentada, parecía, de todas ellas, la más hermosa, aunque, sin duda, no lo fuera, y tal vez parecía la mejor dotada de cara debido a la posición forzada de las otras tres, que se apretaban contra las mentoneras, cada cual en la suya, forzando las partes faciales, de modo que era imposible en ellas la sonrisa, mientras libremente sonreía la que aparentaba ser la más hermosa; de ésta se enamoró, acaso, por ser, a la luz de aquel momento, la más bella El Asesino. El cuarteto en fa mayor sonaba puro en todas sus apreciaciones, rasgaba la intimidad de su alma, establecía la unión entre su persona y la gran personalidad del bohemio, sin problemas profundos que conocer, sin dudas que desvirtuasen la esencia de los sonidos, primaba la elegancia, el tratamiento, el color de las inexistentes sugerencias y la exaltación de las ideas que proporcionaba. Pudo, entonces, verla a sus ojos, sentada, con el violoncelo entre sus piernas, sujetándolo con la siniestra, los dedos repartidos entre el mango y el batidor, y el arco manejado, desde la nuez, por la siniestra, desnuda. "¡Que manos aquellas!" deciase El Asesino así mismo mientras sus ojos cautivos por el chello trazaban idas y vueltas, como mariposas, tras las ágiles manos de aquella joven que, sin duda, era perfecta. El Asesino, entre un grupo de jóvenes que escuchaban, se sentó en los escalones de aquella plaza. Solo la miraba a ella, y en especial, al paso que tronaban, avanzando, las notas, mientras el fragor del tráfico fue diluyéndose en un murmullo, y éste en el absoluto silencio.. Después desaparecieron viola y violines, y se encontró solo escuchándola a ella. Porque..., ¡sin duda", era la mas perfecta. Su mano en el bolsillo sostenía la entrada del cine; no era noche de muerto. La naturaleza no podía ser tan injusta; la noche era noble, su nobleza emana del chelo. Aquel cuarteto, aquella muchacha ofreciendo a sus ojos el espectáculo de sus piernas, aquel pecho hinchado basculante del que solo esperaba rompiese los botones y se mostrase en toda su dignidad a los ojos del mundo entero. Aquel espectáculo no podía ser deshecho por El Asesino; "¡si, otro día!", profería exaltado. Con aquello, a los ojos de los asesinos, El Asesino mostraba su demérito en aquella acción tan desconcertante para su profesionalidad. Matar era cosa seria, y no era de recibo que una sensación de amor le apartase de su obligación: Sus dedos extrajeron el billete del bolsillo y entre las dos manos lo partieron y luego lo dejaron caer al suelo.

Ella merecía ser una heroína; ella lo era.

No hay comentarios:

Publicar un comentario