miércoles, 9 de noviembre de 2011

00782-01.AGUAS ALTAS Y BARAÑES: el nacer de Lorenzo Iborra

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Volvió a Gante, donde le esperaba Magdalena y el pequeño Lorenzo, procurándose un destino mas apacible, menos viajero, más humano, menos incierto; se curó de algunos desgates del cuerpo merced a los continuos tratamientos de Magdalena, más amante que nunca, apreciando, conforme el tiempo pasaba, los deliciosos placeres de la casa y de su fuego, de modo que la toma de La Valteria por los grisones y la perdida del transito español por la misma no le alteraron en la medida que aquello hubiese sucedido en otros tiempos. En su casa supo de las conquistas españolas de Breno y Vercelli, y del sitio y batalla de Fuenterrabía, así como la ocupación española de Monferrato, por donde pasó casi treinta años atrás, del Piamonte, que fue donde "el último" mató a la puta de la mofa, y de Saboya, primera nación a la que aprendió a odiar, causándole dolor la derrota naval de Dunas.

La tropa ya no era la misma, los valerosos de los tercios hallábanse enterrados, las últimas levas producían descontento y rechazo en la mayor parte de los reinos, los voluntarios lo eran a la fuerza... ¡que vayan ellos!, decían, más forzados por los sargentos mayores que por la gloriosa pretensión de poner una pica en Flandes, de modo que ni guerreros ni soldados, ni belicosos eran, sino más parecían una pandilla de endebles mentecatos llenos el cuerpo de miedo. En otoño llegó la noticia; Cataluña estaba contra el rey, Francia la ayudaba. Mónaco toma partido por el francés. Medina-Sidonia y Ayamonte conspiran para crear el reino de Andalucía, los catalanes proclaman Conde de Barcelona a Luis XIII de Francia, mientras un ejército catalano-francés derrota a las tropas castellanas en Montjuic; tropas francesas y saboyanas conquistan Niza, Verna, Crescentino y Tortosa. La ofensiva generalizada contra los españoles reúne en un asedio a la caballería y artillería francesa frente a lo más florido de lo que quedaba de la infantería española, cediendo cerca de trescientas banderas y estandartes, casi toda la caballería e infantería, y toda la artillería. Rocroi acaba con la leyenda y hiere a Iborra de Flandes, quién ve sobre la tierra a miles de españoles , derrotado el Conde de Fuentes y humillado el gobernador de Flandes don Francisco de Melo. De la compañía regresaron el capitán de Alicante del hombre de Iborra de Flandes sujeto, y mientras caminaban de espaldas a Rocroi refutabale el oficial que las cosas de los reinos de la península no eran las que allí, en Flandes, se veían, y que era menester y urgente que los hombres del gobierno cambiasen la orientación de su política, que resultaba arcaica y peligrosa. De ahí que Cataluña y Portugal se hubiesen abierto en guerras, y que fuese explicable como consecuencia de la obcecación de Madrid por conservar Flandes. Estas ideas, en aquel penoso regreso, aún escandalizaban la ética de Iborra de Flandes, quién no podía comprender como la primera potencia del mundo debía de abandonar una tierra que a su defensa se había confiado. Si Rocroi anunció la supervivencia de España, ya Fuenterrabía anunció esta nueva etapa y éste eterno declive.

Si Rocroi le hirió el cuerpo, la desaparición de Magdalena de Amberes le hirió el alma.

Lorenzo nació en mil seiscientos treinta y tres del cuerpo de Magdalena de Amberes; había sido, desde que se vio en el mundo, lento en determinar sus pareceres, que cuentan los hechos de su nacimiento como hallándose en el seno de su madre tuvo a mucho dudar si salir con el brazo derecho por delante o bien hacerlo con el opuesto, titubeó si eran los pies quienes mejor abrirían camino, pues en caso de acabar el conducto aquel en una caída el remedio andaba por delante, más el pánico de caer al vacío le inquietaba y desazonaba, lo que le llevo a optar en el sentido de que para resolver cualquier incidencia que el viaje tuviese, la cabeza era imprescindible, y de tal extremo lo vieron salir propenso más al uso de la inteligencia que del cuerpo, al que, ciertamente, despreciaba, acaso por el poco partido que al suyo propio podía sacar; admiraba, dentro de la comprensión de la inteligencia, la llamativa fortaleza de su padre y aún reconociendo en él la buena voluntad de un espíritu sin malicia, confiado y convencido de que cuanto hacía era por el bien de España, le repugnaba , sin que jamás lo manifestará, el juego de las armas y la alegría de las guerras y batallas que con tanta afición se relataban por las noches, aquellas en que la casa se llenaba de soldados, a cenar y a beber. Con el tiempo sería aprendiz en taller de carpintería y de escultura después, sin que de él hicieran méritos las intentonas de su padre por darle oficio, hasta que mejor se asento de criado en casa de un maestre de campo.

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