martes, 22 de diciembre de 2020

06216-39.JIJONA: de las fiestas y de los hombres

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Publicado en 
        Revista “Fiestas” de Jijona
Alicante, agosto de 1990
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Una tupida red, sumida en lo invisible, a los ojos de los hombres hermosa, como cuantos asuntos envilece la sufrida mente del hombre, hace de las fiestas seres y de los hombres cosas, y de la historia, la imperecedera, eje central de la vida, norma de la naturaleza, sujeto activo del mundo.

La red, que es tupida, invisible, hermosa y que envilece y cambia los asuntos en murmuraciones, separa dos campos extensos y en dos hombres al hombre separa, transformando el necio pensar de la noble ignorancia en dos antagonismos y en dos fuerzas iguales y enfrentadas.

Son las fiestas y son los hombres.

A un lado de la red un extenso campo ilimitado, sin colinas ni montes, sin montañas ni cordilleras, sin árboles, sin piedras, una ilimitada sucesión de manos, unidas por la intempestiva presencia del viento, unas piernas que caminan sin senderos, porque en la ancha llanura todo es lejano, todo lleva al encuentro, todo al hacer frente a la naturaleza un hombre entero de mil enteros hombres.

Ciertamente de la llanura miedo, y caminar por ella es andar en desasosiego, y cobarde el paso se vuelve y tímido el adelanto se hace, quedando la mente del hombre opaco al permeable tejido de las ideas extrañas, de aquí que el hombre al salir de su casa, en la ancha llanura, mire si otros hombres guardan la espera en el portal de sus casas, de tal modo que, al grito unánime, salgan todos a la fiesta.

Y es la fiesta en este ala de la tupida red, general y social, amable con el forastero, que ya no lo es, porque no es posible en la ancha llanura supervivir sólo, de aquí que deba dejar el forastero en el olvido su origen, sus costumbres, su cultura y su talento, y ser en la fiesta una masa de carne confundida y sin relevancia individual, sometida al eterno de los movimientos ajenos.

En esta parte de la red, en estos sembrados pastan los pueblos nescientes sus orgullosas u antiquísimas costumbres sociales, sus comunitarias fiestas, que todos con canon, voluntario y sin compromiso, sufragan, y las ofrecen a la historia, único dios de la belleza.

Más hay otro lado, no por ser distinto, más sensato. En este lado del campo altas montañas se levantan, altos picachos, escarpadas laderas, profundos valles y gargantas, agrietan la tierra y la cercan en pequeñas unidades invulnerables al miedo, a la historia y al tiempo, son los hombres de pensamientos solitarios y férreos, egoístas y míseros, que solo se reparten cuando todos han puesto, que solo toman de las fiestas esa parcela individual que los hace eternos, y que precisan de los demás sino el mismo trabajo, el mismo dinero y el mismo esfuerzo que ellos, y la voluntad individual de toda una vida para derrocharla, espléndidamente, en su propio  cuerpo y en los ojos de incomprensión de los ajenos, cuando al toque de clarín ha de dar comienzo, y que miren los forasteros, que aprendan que el hambre se quita sufriendo, que el hambre de la fiesta se suprime durante un año de trabajo entero, que son bienvenidos si uno a uno vienen observando su talento, su nombre y su pensamiento, y si, al llegar a esta tierras de cabezas solitarias, conservan la suya sola sin pretender hacer de los hombres una manada.   

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