jueves, 24 de diciembre de 2020

06223-81.EL VIAJERO MADURO: 01.Botswana

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     Documento redactado en
     Alicante, Setiembre de 1992
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I: ÁFRICA

Se, África, que estás ahí. Separada del resto del mundo por los mares, que tienes calor de nodriza, alma de mujer callada, el vigor del guerrero, la ausencia de tu olvido y el hambre de los siglos. Se que eres una isla, una masa barriguda sobre un cabo apuntalada, que caminas de puntillas, sudorosa, maloliente y de la historia bastarda, entre dos trópicos sofocantes y un ecuador que nunca sabe que te pasa. Se, alma pérdida, que en tu piel extendida ofreces infinitas arenas, bosques de selvas y desiertos de hamada, que luces de sabana los colores de la tierra, de tiernas mesetas forjan el pulular de las bestias, montes y montañas, que eres cálida, como araña, que apenas sientes el frío en aquellos altos picos donde no puede la luna secar la ropa mojada, lavada en tus ríos. 

Se, África desesperada, que eres alma, fuerza, espíritu y aliento, que anónima trasmites de generación en generación, desde el australopitecos, los conceptos del hombre, de su entorno y de su fuerza, envolviendo, en valores éticos, las gestas legendarias de héroes, en ritos y cantos de alabanza desde el fuego hasta el infierno, sin conocer, como no conoces, la desolación provocada por la muerte y nunca aceptada como acepta el hombre el miedo. Oralidad y anonimato son rasgos universales en tus vientos y la tradición oral el medio más característico de trasmitir entendimiento, belleza poética, fuerza de las imágenes, imposible traducción, tiempo para el placer estético.

El hombre, blanco en algunos lugares de cuero terso, amarillo y negro en otros, los más éstos últimos, no cabe solo bajo tu cielo. El hombre, que lo es porque está en medio de todo, usa de su boca para ser puente entre los muertos que son parte de su intelecto y esos otros muertos que no han nacido para serlo. Obra poética que es bien común, creación colectiva, recepción de una herencia recibida de los antepasados, que si muere con el último muerto nace con el último vivo, de ahí que se encuentren tus hijos añadiendo, con sigilo, la interpretación personal de lo infinito y lo finito, a la luz de los tambores de quienes, se supone, comprendes el lenguaje y eres harto capaz de explicar los gestos simbólicos de los bailes y de las danzas, reiteradamente repetidas a mi oído, poesía canturreada al modo del herrero que forja los metales, a la manera del fiero que esculpe y talla, al modo que salmodia, muerto el animal, tras la caza, el monte.

Es de este modo que, si bien no te haya la historia en su blanco seno, porque negra y sometida eres a la luz del alma y de Alá, construyes historias de temas eternos con finales moralizantes, insistes, como la ignorancia del pensamiento requiere, en explicar el origen de las cosas, dando cátedra a tus maestros, a esos narradores profesionales, a esas bibliotecas vivientes, memoria del grupo, de la casa noble y del pobre enterramiento. Son los eternos jefes, efímeros en el tiempo, que obran milagros con lo nuevo y conservan lo viejo, guardando en silencio esas formulas fijas e inamovibles que inician y concluyen los cuentos. Son tus hijos más temibles, aquellos que enterraron en tu seno, África desgastada por el tiempo, al australopiteco, son los que iniciaron el camino por el mundo entero, y si de ti salieron los primeros y más avanzados Erectus, allí, en tu piel, se quedaron resguardados los más míseros cerebros. Estos hombres tan próximos a la noche de los tiempos, anclados inexorablemente en esa tierra que recubre tu osamenta, pulula por ti obsesionadamente sujetos a ella, amante, sin elección, de la naturaleza. Porque África bendita, cuando el hombre elige pierde la naturaleza, que hasta en tus espléndidos atardeceres puede un hombre ser cambiado por un perro a luz desteñida de la transmisión boca a boca. Eres África en tu penumbra el hazmerreír de los que invocan tu hermosura. 



II: BOTSWANA

El sur de tu osamenta, África, es una sala de espera de pueblos negros, un incierto conglomerado de hombres cansados por ese frío calor que se alarga durante todo el año, un tapiz de hombres dispersos en una inmensa superficie de selvas y desiertos, una zona interior elevada y ondulada al norte de la Hotenticia, una estepa salina de arbustos enanos, plantas espinosas, zonas arenosas, pantanos, lagunas y valles fluviales de puro desierto cuarteados entre las fuentes del Orange, las costas de Natal y de Sofala, el lago N’gami, los Damaras y los Namaquas.

Allí Botswana se levanta centrado ente África del Sur, Zimbawe, Angola y Zambia, Namibia y el cielo y la tierra, teniendo su alma en lo profundo de su corazón, de modo que un hombre de bien es de corazón blanco y un hombre de mal de corazón negro.

Al principio Botswana era un desierto deshabitado del hombre, un lugar inhóspito dedicado a su propia contemplación, un haz de cultura y civilizaciones de animales, emparentados los unos con los otros por la gran despensa, violenta y despiadada, que los unía a un territorio y a unos objetivos de supervivencia. Arenas, vegetales y animales concurrían a una gran asamblea donde todo se entendía sin tiempo en un espacio marcado por tres zonas geográficas esenciales.

Al sur y en el centro el gran Kalahari, un enorme y figurado desierto de hamada, capaz de cerdear al caer de las lluvias, ardiente al sol y frío a la luna, de sopladores vientos..., su incorporación y férreo asentamiento en el centro del África austral lo hace inaccesible a los mares que rodean toda la punta sur del continente africano, y por dicha situación en altiplanicie elevada y vientos, la sequedad de sus lluvias hacen de él una tierra incapaz de ser habitada por culturas y civilizaciones humanas.

Un pueblo al sur de Botswana empujo a los pueblos más débiles de esta área hacía el norte, haciéndoles confluir al Kalahari por el sur de dicho desierto. Un imperio del norte de Botswana empujo a los pueblos más débiles de esta área hacía el sur, haciéndoles confluir al kalahari por el norte de dicho desierto. Un imperio al oeste de Botswana empujó a los pueblos más débiles de esta área hacía el este, haciéndoles confluir al kalahari por el oeste de dicho desierto. Un imperio al este de Botswana empujo a los pueblos más débiles de esta área hacía el oeste, haciéndoles confluir al Kalahari por el oeste de dicho desierto.

Reunidos, pues, en un área más o menos definida por el Kalahari, y cubriendo una superficie de alrededor de un millón de kilómetros cuadrados, los pueblos khoisanidas y habla bantú, swanas y otro menor grupo social, pero llamativo por su aspecto, los herero, expulsados de Damara, se reparten básicamente junto a una ínfima minoría de raza blanca, la antigua tierra de Bechuanilandia y que conocemos como Botswana o tierra de swanas.

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