miércoles, 30 de diciembre de 2020

06237-84.EL VIAJERO MADURO: 04.Botswana

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EL OKAVANGO Y LOS DIOSES

En esos momentos del alba y Del crepúsculo saldrán las fieras de tu selva, Okavango, a vagar por la gran cuenca encharcada. Cebras, jirafas, antílopes..., monos y monas, y sus carniceros al acecho, como acechan estos a la hierba y a los frutos, y estos a la tierra. Todas las almas de Ngamilandia dejarán en las arenas de Moremi, de Xaxaba, de Ramunsanyani, de Mojei y de la Isla del Jefe sus excrementos antropomórficos, su visión animista de la vida y de sus cosas.

Una jauría de miles de animales robará al silencio de la selva el sonido de los miles de sonidos y el silencio perpetuo de jugar al escondite. No hay, África, juego más practicado en el Okavango. Todos se esconden, menos lo nenúfares. De los felinos todos los bichos y los felinos de ser vistos; todos se esconden, hasta los más enormes. Elefantes violentos, de mala hostia formados, poderosos y amenazantes, depredadores de hierbas, tumbadores de palmeras..., si preguntas a los dioses te dirán que el elefante es su trompa como lo es del burro su gracia el morder y de la hiena perseguir, sin éxito, la realeza.

Desde Ceuta al Cabo de Buena Esperanza eres África el dios de los mil dioses, eres el rey de reyes de la divinidad, campo de aterrizaje y despegue de las órdenes y de las plegarias. Loado seas, señor de la casa, mono de pelo blanco, de falo de cuarzo, que eres mi sostén, creador de la piedra y del hierro, del fuego, del alma y del aire, que de los cinco elementos forjaste al hombre, y contra su orgullo forjaste la muerte, a quién venciste para alabanza de tu orgullo.

No es tu dios, África, el dios cercano, invisible y visible a un tiempo, de los hombres blancos. No es tu dios una luz sombría iluminando un estrecho paraje de ideas nocivas y violentas, cual es el dios de los hombres. Ni es tu dios, África oscurecida, el necio trasfondo de unos hombres enloquecidos, sino un alma retraída que busca el alimento de la tierra. Coge lo que quieras..., hermosos caballos, hermosas mujeres, hermosos esclavos; cabalga, monta, golpea. Menos el hombre negro de la madre África, oh Dios... coge lo que quieras donde el río y el camino cruzan sus pasos, allá donde los hombres acrecientan su ceguera y vuelven con mejor visión del mundo, más aptos al bandidaje, mucho más expertos en tonalidades, y esto sin que Biblia, Talmud o Corán alimenten sus nefastos sentidos. Hombres negros, sometidos, que elevan oraciones siempre, en continua súplica diaria, llenan tu piel África y la manchan con sus mofas y sus burlas, venerada África por todas las naciones, guías a los pastos, creas sustento, madre de todo alimento, padre de toda bondad, alma del conocimiento, que repartes lo necesario sin excluir lo trágico. Tan solo que en tu alma, África despellejada, los hombres son seres lejanos con los ojos fijos en la bóveda celeste, que no pueden separarse.

Los dioses de tu alma africana, constelación de los cielos, son rancios pensamientos que alcanzan el sitio más oscuro en el bosque, junto al árbol caído en el camino, las pisadas del antílope en la roca, el león en la llanura, el pájaro que extermina los restos de la muerte, donde el vigilante que puede rastrea a la simple trepadora en el sitio más oscuro del bosque. Pureza inmaculada, África, blanca, madera blanca y sin mancha, tú que sabes negra África que lo negro mancha. ¿Quién hizo de ti la poesía blanca? Señor de lo infinito, de lo que parte y de lo que regresa, dios de lo eterno y de lo inevitablemente perdurable, dios de roca que has soportado el fuego, que bañas en veneno al tibio frío de invierno, conocedor de lo más profundo, que es negro, de lo más blanco, que es blanco. África sin colores, que vives de tu padre y comes de tu madre, que devoras a los hombres y vives de los dioses, de quienes tomas el sustento, de sus intestinos el tiempo, huesos de los viejos, carne de los jóvenes y de los más pequeños, todo quemado con incienso en sus ollas nocturnas, en sus tardes de terciopelo. Al desayuno los mayores, los medianos al almuerzo y a la cena los más jóvenes, los ancianos entre horas..., columna y vértebras, corazones..., con sirvientes que pulen tus ollas con los muslos de las más perfectas mujeres, encharcados en semen de los más elevados y miserables varones.

Más hay en toda tu corte, África del alma, un dios más elevado, Okavango llamado, de lengua de león que se devora así mismo, convencido, sin temor alguno, que nunca el forastero se lleva la casa, de que se abra el Okavango de par en par, sin recelos, sabedor que no puede detener al agua con los brazos, seguro y asequible, con prisas y despacio, que ambas carreras tienen sus ventajas, convencido que poco a poco se termina por atrapar el mono en el palmar.

Es el Okavango hijo de Cubango y de Bie, que fue separado de su madre por su padre, y en la huida tras el rapto que fue hacía oriente, lejos de las aguas el Atlántico, fallecido Cubango, prosiguiendo a la deriva Okavango. Equivocado en su camino, sin norte, cansado, se impacientó Okavango por tener un hijo y sin mediarlo vino a desposarse con una mujer en cinta, una diosa viajera a su lado, a quién llamó Agua, sin saber este ignorante dios que es la mujer un agua fresca que mata, un agua poco profunda que ahoga. Y sucedió que en las calenturas de aquellas ardientes tierras se negaron a morir en el mar, yendo a suicidarse en el blanco y cuarteado Makadakari tras la lenta agonía del Delta, su hijo, que es adorno de la unión del Okavango con el Agua.

Así entenderás África que siendo hijo de dios sea el Delta solo un resultado, un macabro soporte de arenas, un silencio lleno de vida, un espectáculo intransmisible. Acude África al Okavango, ir uno mismo vale más que enviar a alguien. Allí descubrirás que la desigualdad resulta agradable a la naturaleza y comprenderás lo penoso que resulta la superioridad. Inseguros, nerviosos, asustadizos, violentos, sin piedad y al asalto, en medio de una selva de árboles mezquinos, quebradizos y débiles, donde vivir juntos es sinónimo de perecer en soledad, los más hermosos animales te observaran. Podrás entonces sentir a un tiempo el miedo y el temor, la autocomplacencia y la irresponsabilidad de la codicia al ver, ver, ver... Detendrás, en tus viajes por los brazos de mar y por las lenguas de tierra, el latido de tu corazón, y tu mente se refrescará, y tu cuerpo ahuyentara de ti el peso de la tragedia, y serás paciente cociendo una piedra hasta que de ella puedas beber su caldo. Y sabrás en aquellas horas de comunicación con la tierra y el agua que el remedio del hombre es el hombre, y que se hace este por los otros.

Los amaneceres, que son tempranos y descansados, huelen a un silencioso movimiento de pezuñas, adviertes, entonces, como mucho silencio produce un gran ruido. Desde los más pequeños a los más grandes, los aéreos, los acuáticos y los terrestres, salen todos a devorar y ser devorados, salen a amar y ser amados, a reunirse en grandes manadas con los suyos y con los otros, viendo unos por otros, oliendo los otros por unos, corriendo por los floridos trozos de sabana, chapoteando por las apenas profundas aguas. Allí suceden cosas milagrosas, encantamientos y hechizos. Allí la hierba seca hará arder a la hierba húmeda, la hiena pasará el día orando, pasará la noche orando, más nadie de la hiena fiará, allí el pensamiento de un león bastará para matar a un impala, la cebra no se deshará de sus rayas, ni la corteza de un árbol se podrá adherir a otro, ni será suficiente un dedo para comer maíz, ni podrá esperar buen trato aquel que sea víctima de un leopardo.

MAUN

Tiene el Delta del Okavango una entrada humana. Es un lugar abierto por el campo, extendido sobre arenas y cubierto de mopamis, llamado Maun. Es este lugar un asentamiento humano a orillas del Thamalakane, vestido de blanco y de negro, con aires modernos y tintes antiguos. Un lugar profundo del África de nombre sin fin, silbante y suave, grave en su pronunciación, que se llena de contenido en el cerebro, agradable y estimulante, enteramente negro.

Maun es una superficie aparente sin límites. Tres zonas urbanas se acogen dentro de ella y dos razas las ocupan. Podrás ver, África, una zona más coqueta, con aspiraciones de nobleza, que se viste de elegancia al paso de los días, una zona de tiendas y de empresas, de servicios públicos, con sus calles recién asfaltadas y esa única calle recién iluminada. Es un hervidero de hombres y mujeres que transitan, no se sabe dónde, si trabajan o simplemente van y vienen, de forma que en ese caos de gentes y coches, burros y vacas te podrás maravillar África viendo la suciedad y el abandono, esa inevitable fealdad de un lugar sin belleza. En ellos, negros y blancos, se cruzan como extraños conocidos, trabajando los negros en los negocios de los blancos, sin recuerdos de guerra, ni de tragedias, ni de persecuciones, aunque todos estén allí, negros y blancos, arropados por el sentimiento de huidos y prófugos, pegados a la tierra por unas fuerzas inexistentes. No he comprendido esto, ni tú, África, acertarás a explicármelo cuando visites Maun para entrar en el Delta del Okavango. Hay junto a ésta y en absoluta confusión una zona negra, de pontok llena, donde reside la piel negra, un lugar inhóspito para las comodidades de mi cuerpo, sin agua, sin luz, sin gas, sin asfalto, sin nombres, sin números... un lugar tortuoso, de sendas y caminos serpenteantes y arenosos, donde vallas y paramentos juegan un extraño juego de urbanismo. No es Maun ciudad medieval, ni barroca, ni mora, ni clásica, ni industrial, ni sigue de forma rigurosa el modelo anglosajón. No es ciudad cerrada ni es abierta por razones de la zona urbana, es una sucesión interminable de chozas colocadas, hombres, mujeres y animales. Hay otra zona que sin oler a moderna quiere serlo. Son casas de planta baja, en medio de un trozo arenoso de tierra, vallada y alienada. Allí viven funcionarios y gentes, por diversas razones, al servicio del estado, negros y blancos, pero sin formar parte, digamos, del mismo barrio. Nadie pasea, nadie camina por aquellos lugares asfaltados, salvo las cabras, los burros, las gallinas y algún que otro despistado. No parece una ciudad, parece un lugar extraño, expresamente fabricado para recorrerlo en auto.

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