martes, 29 de diciembre de 2020

06234-230.ALICANTE: Siervos y Señores

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        Publicado en 
        Revista “Foguera Parque-Plaza Galicia” 
Alicante, junio de 1987
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Los tiempos cambian.

Todo obrero puede convertirse en propietario de su casa sin más que pagar el alquiler; extráñose Cómodo.

Esto se parece a la desamortización de Mendizábal; determino Cómodo.

Al final la casa es para el banco; seguro..., concluyó Cómodo.

Cómodo, como ya se dice en algún lugar de esta su vida, tuvo un Abuelo, dos, pero nos interesa uno de ellos ya que del otro nada sabemos. Tal, el Abuelo, tuvo su propio Abuelo, antepasado éste último de Cómodo, que como ya se dice en algún lugar de esta vida de Cómodo, rompióse la crisma al cruzar el Barranquet huyendo de los de Lusitania de Roncali, pues éste, a su vez, tuvo su propio Abuelo, como sus descendientes, quien sirvió de enfiteuta, durante una parte de su escasa vida, en tierras de señoríos jurisdiccionales, primero, y alfonsinos después, para terminar sus días, como ya lo hiciese su Abuelo, en la ciudad de realengo de Sexona. Todos festejaron el decreto de abolición del seis de agosto de mil ochocientos once. Por fin, en corto plazo de tiempo, el Abuelo del Abuelo del Abuelo de Cómodo podría ser igual al Conde de Altamira y tutear al de Puñoenrostro. Y entonces sabrían esos malditos qué se siente cuando a uno le arrancan los pensamientos, y segándole los metatarsos le impiden la salida a un mundo libre, sumergiéndole de por vida, sujeto en argollas, a las más terribles miasmas.

De pequeño, siendo apenas un adolescente reprimido, Cómodo había escuchado de labios del Abuelo cómo el Abuelo de su Abuelo había escuchado del suyo propio, las espantosas condiciones de vida que antes del decreto de agosto separaban a los siervos de los Señores en las tierras que luego serían provincia de Alicante. Los señores, dueños de tierras y casas, tenían el dominio directo sobre ellas, compartiendo el dominio útil con los campesinos, y disponiendo de privilegios exclusivos, prohibitivos y privativos, además de las regalías, a lo que añadían la titularidad de la jurisdicción, es decir, repartían la justicia y ejercían la administración de los municipios.

Tal era la situación en la que padecieron los antepasados de Cómodo.

Se comprenderá la natural alegría que significó para los campesinos el decreto abolicionista de agosto, pues un poder tan absoluto como el antedicho venía a poner su fin de la mano del pensamiento liberal.  

El antepasado de Cómodo, ¡viva el liberalismo! gritó, que ya el lector sabrá quién es, acudió a la puja cuando las tierras de los antiguos grandes señores sufrieron desamortización, siendo al llegar su sorpresa el desencanto al ver como eran tales los precios que él, un pobre campesino, no podía competir con adversarios tan ilustrados. Los nuevos señores, burgueses, entendían que la tierra era cosa de comercio, y que mejor quedaba en pocas manos bien avenidas.

Tanta desdicha en la vida de un hombre, nos referimos al Antepasado de Cómodo, le colmó en una larga reflexión la decisión que principio la riqueza de la familia: se dedicó a la política.  

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