jueves, 31 de diciembre de 2020

06241-40.JIJONA: Escribir en español, ¿por qué y para qué?

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        Publicado en 
Revista “La Societat” de Jijona
Alicante, marzo de 1993
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-I-

El hombre, al nacer, trae consigo dos conceptos comunes a todos los hombres: el hambre y la sed. Y ambas palabras son las propias del único universal idioma: la posesión.

El primer gemido y llanto, la primera manifestación, sitúa al Hombre Nacido en la antesala de un laberinto que recibe nombres tan lamentables como cultura, civilización, pueblo, grupo, y en esa antesala el Hombre Nacido ha de tomar un camino ante los múltiples caminos de la confusión, de la obcecación y de la incertidumbre.

El Hombre Nacido ha de elegir el color, el sabor y el olor de una lengua; le ayudan los suyos, son sus antepasados, y le ayudan sin que el Hombre Nacido elija.

Esa elección lo hará más o menos poderoso, le proveerá de mayor o menor alimento, le cualificará más o menos y le suministrará más o menos capacidad de trabajo; esa elección será más o menos favorable en la medida que esa lengua elegida se hable y se escriba en más o menos partes del mundo, sea estudiada por más o menos hombres de otras lenguas y sea requerida más o menos por el mundo como una de sus grandes lenguas.

Porque en el mundo, en este lugar llamado tierra, no todas las lenguas son grandes: las hay pequeñas. No grandes o pequeñas en sí mismas, que por su naturaleza todas las lenguas son iguales, sino grandes o pequeñas por su poder. Poseer el poder es supervivir con más grandes garantías que siendo siervo del poder.  

-II-


El Hombre Nacido ya sabe hablar y, acaso, ya sabe escribir. Es una suerte y una garantía para él poder comunicarse con sus familiares, con sus amigos y hasta con sus enemigos; de esa suerte hace uso y disfruta hasta que descubre que hay otros hombres que no conocen esa lengua que es la suya y que, hasta ese momento, tiene carácter de universal.

Pronto descubrirá el valor de la suerte. Medirá la longitud de su lengua, y la largura que alcance le hará llamar buena suerte o le invitará a estudiar otra lengua de mayor anchura. De esta manera, largura y anchura, profundidad y asentamiento de la lengua determinará su nivel de superficie, su capacidad y posibilidades


-III-

Sumerios, acadios, amorreos, asirios, caldeos..., latinos. Durante miles de años se hablaron estas lenguas. Sucesivamente, el poder de sus armas y la posesión de las riquezas dieron a sus lenguas la extraña sensación de la inmortalidad, el dulce convencimiento de la eternidad, la rara idea de la universalidad. Hoy, no existen. Y si dejaron de existir fue porque otros poderes llegaron con otras riquezas que hicieron de ellas el olvido. Pero junto a estos grandes imperios con sus grandes lenguas, otras lenguas subsistieron, lenguas pequeñas y sin futuro, lenguas de paso, lenguas encerradas en un espacio estrecho, lenguas que, en el transitar por la vida, lo hacían por ese esfuerzo que imprime el corazón en los hombres, que habiendo, a la luz de las grandes lenguas, resuelto su supervivencia, lucha contra el natural correr de los tiempos.

Todo hombre tiene derecho a defender sus derechos y a vestir sus razones con lo más florido de sus inventos. Tal es el caso del valenciano, que tiene por obra cumbre de su literatura la historia de un bretón que sirve a un rey inglés, a un francés que toma Rodas para un rey griego, que viaja por África y se muere sin soltar una palabra en valenciano; salvo que en Bretaña, Inglaterra, Francia, Rodas y África se hablase el valenciano.

La coherencia en la defensa de una idea, ciertamente es cuestión vital, o la hacemos en su sentido más estricto o la vestimos de elucubraciones y falsedades. Si pretendemos hablar valenciano, hagámoslo; pero hagámoslo en todo momento y con todas sus consecuencias, y solo así y de este modo nuestra defensa será coherente y dará sentido a lo que defendemos. Pero si junto al valenciano disfrutamos y jugamos con otra lengua, de la que renegamos porque nos oprime, conforme nos lo han enseñado, y hacemos uso de ella para nuestra supervivencia, la coherencia ha sido muerta.  

-IV-

Un padre, una madre, quieren para su hijo lo mejor de la vida. De su decisión en la lengua pende el futuro de su hijo. De este modo, hay quien nace condenado a vivir eternamente en su pueblo y lo hay que puede recorrer los caminos del mundo hasta elegir en qué pueblo desea vivir. El buen sentido común de aquellos padres que piensan en su hijo les llevará a entregar al niño una lengua grande; aquellos padres que, recluidos en el pequeño mundo de su pueblo, solo piensen en sus elucubraciones, darán a su hijo una lengua pequeña y sufrirán el rechazo de la reclusión del hijo.

Conservar y acrecentar el legado de los tiempos, todas las lenguas y sus culturas, es lo que conduce al hombre a su calidad de hombre. De tal modo que entregar un patrimonio que conduzca a la inteligencia es la esencia del sentido común. Afortunadamente, nunca sabemos para quién, cuando el hombre tiene que elegir entre la supervivencia y la dignidad, elige la supervivencia. 

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