jueves, 3 de diciembre de 2020

06170-121.IMPOSIBLES: Apiolando a la tía María

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06151 (17.11.2020 - Helmintos)

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06181 (07.12.2020 - Volvieron por Navidad)

-I-

     La tía María le dijo a su padre que ella quería estudiar en el instituto de la calle de Ramales; mi abuelo la miró mientras en su mente se despertaban los penes enhiestos de los muchachos del instituto, babeando sobre la senda de su hija. Mi abuelo dijo "no".

     La tía María se sentó en una silla del salón de la casa; no comía, no bebía, cagaba y orinaba, no se lavaba, nada decía cuando le preguntaban, y mantenía los ojos cerrados. Ante la negativa de mi abuelo, se sentó mi abuela en una silla; no comía, no bebía, cagaba y orinaba, no se lavaba, nada decía cuando le preguntaban, y mantenía los ojos cerrados. 

    Mi abuelo preguntó a un médico; el galeno examinó a ambas mujeres, y dedujo que habían perdido peso, que olían a imposibles pues la caca y la orina las estaban cubriendo a las dos, en tal proceder, hasta las cejas, atufando hedor por toda la casa, que ni con las ventanas abiertas desfilaba la peste hacia la lejanía, siendo así que le aconsejo el facultativo a mi abuelo que retirase de sí el cerco a la plaza, pues desde los tiempos de los numantinos no había visto, la historia, cosa igual de defensa a toda costa.

       Recordó mi abuelo la victoria de Roma, y dijo que sí ambas desdichadas fenecían, cosa de ellas era, pero en cuanto mi abuelo evacuó, dejando limpios los intestinos y la pancha, y se le encendió algo de fibre por no comer, que no sabía de la existencia de la cocina, y angustias del fétido respirar, hubo de adherirse a la conseja del cirujano, levantar el cerco y retirar la opresión a la esposa y la hija, refugiándose en sus cuarteles de invierno, y emitiendo un comunicado de que "sí", que si podía la tía María a Ramales acudir, entre aquellos jóvenes penes, a estudiar lo que considerase oportuno. Con esta afirmación, mi abuelo volvió a comer y a beber, lo mismo su esposa y su hija, y al hogar regresaron las agradables fragancias que, casí, había olvidado.

-II-

     La tía María tiene ochenta años; hizo los estudios en Ramales, los continuó en la universidad, y encontró trabajo, alcanzando la independencia y, con el tiempo, la soledad, pues no casó ni tuvo hijos, aunque sí que durmió con hombres, a los que usaba a su antojo y consideración como meros instrumentos de felicidad y satisfacción. La tía María era de baja estatura, delgada, casi menuda, guapa vestida, hermosa desnuda, de lo que puedo dar fe cuando, contando yo unos quince años, pude verla frente al entero espejo de su alcoba, contemplándose, así misma, en todo su esplendor. Y lo confieso, aquel día me enamoré de mi tía María, cruzando la línea de toda osadía, hasta proponerle tuviese nupcias conmigo, a lo que contestó "no"; pensé en entrar en huelga, repetir la acción de la tía María frente a su padre, más ella me convenció de no hacerlo, porque si ella se dispuso a morir frente a su padre, ahora no impediría mi muerte frente a ella.

-III-

     La tía María, además de su sueldo, incorporó a su cuenta sendos ingresos procedentes de loterías, lo que la llevó a ser casí como una potentada. A mí siempre me ayudó y de mi cuidó a la muerte de mis padres, de forma que, de posible amante, muto en ser mi madre.

     Camino de los ochenta años, tuve que hacerme cargo de la tía María, de ahí que vino a vivir a mi casa, donde una mujer contratada la cuidaba y aseaba, siendo yo quién se ocupaba de dar paseos con María cuando la tía vino a caer en una silla de ruedas. 

-IV-

     Una tarde, como de costumbre, yo tiraba de la silla de ruedas que asaltó a mi mente el olvido de mi cartera en casa; dejé a la tía María es una esquina, regresé a casa, tomé la cartera, y rehíce el camino hasta la esquina. No estaba María.

     Busqué en los establecimientos cercanos, en las cercanas calles, en las calles y establecimientos algo más alejado; ¡nada!, María no estaba, pregunté, ¡y nada!, nadie la había visto, todos ignoraban dónde, María, estaba.

     Llamé a la guardia, le expliqué la desaparición de María, que, en aquella esquina, junto al árbol, la había dejado a la espera de mi regreso con la cartera. y pasaron los días, María no aparecía. 

-V-

     Cuando recordé lo que había acontecido, recordé mi enfermedad. Unos días antes de la evanescente ausencia, llevé a la tía María, pasados los cien kilómetros, a un bosque de frondosos tejos de meritorias alturas, hojas verdes oscuras por una parte y de glabro por el envés, abriendo, bajo el sentido horizontal de sus ramas, un hoyo, donde tiré a la tía María una vez muerta. Luego, lloré.

-VI-

      Al llegar la guardia a la esquina donde la tía María se había esfumado, le exigí encontrar a la tía, le expuse mis razones, como que yo pagaba impuestos, de los que la guardia cobraba su sueldo mientras permanecía quieta y sin buscarla, sin hallarla. 

    Todo en mí eran nervios descontrolados ante la idea de que María estuviese perdida, sola, abandonada, al tiempo que unas lágrimas se desprendían por mis mejillas imaginando a la tía María pasando frío y hambre, y sed, asustada y en peligro, muriendo lentamente de inanición, depauperada, entre débil y agotada.

-VII-

      Han pasado diez años; hoy la tía María hubiese cumplido noventa años; me quedé con sus propiedades, con su abundante caudal monetario, y con la paz de espíritu por haberla asesinado sin matarla, descubriendo, al cabo, que nunca pude perdonarle que me hubiera rechazado aquel día que quise entrar en nupcias con ella.

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