lunes, 28 de diciembre de 2020

06232-83.EL VIAJERO MADURO: 03.Botswana

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 EL OKAVANGO Y LAS FUERZAS

No se África si has estado en el Okavango, no se África si conoces el Okavango, no se África si has oído hablar del Okavango. Se, África, que el Okavango es un diamante de veinte mil kilómetros cuadrados presidido por el águila en el cielo, la acacia en la tierra y el moroco en sus aguas. Estos tres indiscutibles príncipes forman un solo dios llamado Delta del Okavango.

El Okavango es un barrizal de arena. Viajar por estas tierras un encuentro con la imaginación, de modo que pretender describir el Okavango es ahogarse en sus aguas. En ellas espera el cocodrilo, torpe, estúpido, acorazado, siendo su fuerza el agua que lo lleva. Lo podrás ver, África, al modo que son los muertos, tumbados al filo de la orilla, mojados sin dueño, sin actividad curiosa, sin capacidad intelectual, de modo que aún pareciendo muerto no desciende el buitre sobre él, como lo hace sobre la amarilla sabana que cubre la tierra, cedido el sitio por el cheeta alargado, elegante, mirón e indiferente al entorno. No es la muerte, para ellos, cosa nueva, no es la muerte un descubrimiento nuevo cada día, sino una agradable compañera de juegos, persecuciones y miedos. Esa muerte siempre dispuesta a recibir al impala, esa muerte tacaña que nunca envía al médico experto en el momento preciso, esa muerte que al toque de clarín del león avisa al buitre donde hay carne muerta, bajo ese sol de oro que pule los polvos del cielo, ese sol de la banda de colores que da preeminencia al rojo tras el negro color de las plantas de los árboles, de la tarde que va muriendo, de modo que ese sol que seca todo cuanto la tierra le muestra no sabe por donde corre escondido el río ni ha oído del Okavango hablar, ni al Delta ha ido. Delta que no se mueve por no molestarse, con el ruido, así mismo, que se hiere así mismo y no se falta en su destino. Río que corre sin escuchar al que tiene sed, que arrastra a quién no conoce su peso, en una tierra repleta de agua, donde el que quiere miel tiene el coraje de afrontar las abejas o la muerte.

Estas fuerzas desatadas que son del dios Okavango un mundo sin igual, una poción de cebollas, una poción de miel, una poción de grasa y el espinazo de un pescado ahuyentan el encantamiento de la naturaleza. África estás llena de fuerza. Y no hay nada sobre la tierra que camine que no pueda ser atrapado, salvo el espíritu, inventado por el hombre, al que llamamos alma. Ellas, las fuerzas, están presentes en el inventado mundo de las almas, de las almas que vagan, de las almas errantes que se transforman en ti y nadie lo sabe, de esas almas que entran en el secreto de la noche, en la oscuridad envalentonadas, para atraer y llevarse a tu hijo y al mío, África de huecas ideas y mezquinos pensamientos, que te dejas llevar por la corriente de los ríos y de los mares, siempre transformándote  en ti misma, sabana verde, toda fresca sabana verde, del espacio y del encuentro, que te ilumina la luna en las noches de almas rebeldes. Resplandores del ala del crepúsculo, masticadores de brasas, hacedores de proezas, ved como el viento arremolina las hojas en esta noche de fuerzas, de nariz señalando hacía atrás, que debes proteger a tus hijos del beso, del insulto, del rapto en la noche que contemplan los hombres del fuego. Escucha África la voz del hombre que te contempla sin miedo, fuego de los hechiceros, espíritu de la fuerza del fuego, la leña seca no te engendra, no tienes por hijas a las cenizas, fuego que ardes sin calentar, que brillas sin arder, pájaro sin alas, cosa sin cuerpo, fuerzas del corazón que poseéis al viento, los días pasados en un campamento errante, allá donde la brasa y el fuego tragados, masticados con la delicia del tiempo, en plena inconsciencia, hacen que bailen los huesos de los más viejos muertos.

EL OKAVANGO Y LA MUERTE

¡Oh África agonizante! Sabana infinita de ilimitados registros, largas vistas y cielos encendidos, que eres como la bóveda celeste y como el espacio yaces, vela llegar, que si la vida es lenta en venir la muerte es inmediata. Semejante al loto puro llega de colores envuelta está. Semejante al loto puro que florece por los trópicos escanciadores de sequedad. Semejante al loto puro henchido de bayas tónicas suculentas, fruto dulce que hace al viajero olvidar el recuerdo de su patria, árbol de las profundas regiones desérticas, que florece por el horizonte, allá en los confines del mundo que desconoces, donde la bola de fuego, oro, de nariz prominente, despeja a la oscuridad de su imperio, de modo que iluminando la luna la tierra en su ausencia no deja por ello la noche de ser noche, sofocando en sollozos su tristeza.

Más, atenta, mírala llegar semejante al loto, allá donde florece el campo, que ella de posibles formas presenta, al parecer de las espinas, al modo del agua que gotea, llevada en hombros a través del pueblo de los muertos, orgullosa e incandescente en su negritud, como parte de tu empobrecido manto. ¿Qué otra miseria, qué otra congoja guardas en tus entrañas? Adivinas, África solitaria, la llegada de una aguja de punta penetrante, la navaja de hija afilada, rasgar el manto de la sabana para hacer de él una mortaja, un suelo sin despertares, porque África que lates, tú lo sabes, el que duerme está como muerto, puesto al recibo inmediato de un lamento, como el de ese niño muerto que obligó a los suyos a cubrirse la cara con tierra blanca por no parecerle a la muerte un sucio negro. Más, en tu aldea, África, está prohibida la tristeza, que de otro modo no habrían aprendido tus hijos a sonreír ni a cantar como cantando lloran amargamente sobre el camino que ha de conducirles a la orilla, donde el barquero con su balsa espera, balanceándose tiernamente, con inútil violencia las más de las veces.

Es mejor oír los tambores tocando, sentir los pies de los que bailan, alcanzar con las manos el cielo en el calor del mediodía, dormir bajo los grandes árboles en lo oscuro del gran frío, ver al pez que huye, al hombre que nace, la sombra, el resplandor, el animal que muere, el frío abajo, la luz arriba, que vagar, desaparecida, la alegría, porque el hombre que caza la muerte, que es vida en los hogares de sus hijos, ha caído, ya no existe. Ella, semejante al loto, sonriendo, lo ha encerrado, apoderándose de sus talones, desecando sus labios, disociando los miembros, untándoles los pies de frío eterno, tomándole las rodillas, apoderándose del muslo llega al vientre y a los riñones, revienta el estómago, arrincona a los débiles y a los más fuertes, aguijoneando los dedos, llena y rebosante hasta los hombres, estrangulándole, por siempre, la palabra. Tu hijo, heredero del primer africanus, pasa la noche en las tumbas que se abren bajo la sabana, y los cantos de los que deja llenaran de alegría infinita tus amaneceres al levante, tus atardeceres al poniente. 

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