sábado, 26 de diciembre de 2020

06226-82.EL VIAJERO MADURO: 02.Botswana

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LA NATURALEZA, EL HOMBRE Y LA HISTORIA

He oído de ti, África abrasada, que del son de los tambores ha brotado la conquista de un sueño, que el sueño en ti yacía desde millones de años atrás, que nada impide que tú duermas mientras el resto de los continentes abiertos los ojos te adormecen. Que he oído, África, que alguien te busca como esclavo, que alguien te guardaría entre los deshilachados de una estera, sobre una manta de estiércol y en la sequedad del frío, de tal modo que tus fuerzas humanas fuesen brazos para un esfuerzo. No dejes, África, por más tiempo, que tu hombre permanezca dormido, no consientas sobre ti los cuentos, que solo a esto la muerte cerraría los ojos.

El hombre, que nació de tu suelo y fue el más adelantado de los hombres, es el prójimo. Aquel que tiene la cabeza perdida en el fondo de un pozo rojo, donde se mezclan las aguas, dulce, salada, insípida y amarga, aquel que al ver pasar a un prójimo le mira, y viéndolo piadoso y amigo, le dice “llora conmigo” mi presencia en este pozo. Aquel hombre africano que debe cuidar sus pasos, que vive entre los hijos de las esposas de su padre, que fue tesoro de recipiente vacío, se quita el sombrero al paso del vecino, que son muchos los vecinos en su identidad y diversidad, por lo que nunca puede el hombre escapar a los vecinos. Por esto fue África que te enseñaron a cantar con el bombo, el karkabus, el congas, el trumpiano y con el derbukas, tamborileando en tu vientre el tam-tam de los antiguos tambores.

La naturaleza ejerce sus derechos en Botswana. Dos amigos tiene que la protegen: las interminables arenas y el hombre negro que la teme. El mundo negro teme a la naturaleza, quién preside el mundo de Botswana. Su silencio ante ella es sepulcral, contiene en su cuerpo el miedo de los años, de las desventuras y de las tragedias, el temor de la ignorancia. No hay respeto en el mundo negro por la naturaleza, solo odio encubierto por el conocimiento temeroso de la ignorancia acumulada.

El batswana, que así llamas África al hombre de Botswana, melanoafricano, de rasgos etiopitos, mediterráneo y algunos khoisanidos, habla en bantú. Son medianamente altos y delgados. No toman el trabajo por virtud ni al descanso por vicio, sino que cumplen, en su buen ánimo, con la primera regla de los desiertos, con la espera y el más usual trabajo de las mujeres. El batswana es de un carácter entre dulzón y pacífico, amable y tímido, se ríe cuando no entiende, siendo silencioso por lo general y aparentemente confiado. Su actividad no es guerrera ni en su ánimo destaca la actividad comercial, prefiriendo, cuando la pretensión surge, el seguro servicio al estado, de modo que la caza y la cría de ganado, actividades esenciales del batswana, quedan hoy relegados a los trabajos menos cualificados en empresas de propietarios blancos, únicas existentes, o bien a la actividad funcionarial, en ambos casos, no obstante, de poca remuneración, teniendo esta segunda la posibilidad de acceder a una vivienda estatal, abandonando, por tal camino, el tradicional pontok, que es vivienda tradicional de las tribus bechuanas, choza esférica y de techo cónico, forjada su estructura de barro y estiércol, cañas y modernamente de botes metálicos de diversas bebidas alcohólicas y refrescantes.

Esta general pincelada del batswana lo convierte en fácilmente sometible y gobernable. Se halla en su naturaleza no ofrecer especial resistencia. En los conflictos que puedan surgir nunca se alcanza un resultado sangriento, ni sus manifestaciones son violentas o explosivas. No son guerreros ni jamás hicieron de la guerra una profesión. Antes del siglo XIX los bechuanas eran poco conocidos en el mundo blanco. En 1801 y posteriormente en 1808 se inician las primeras incursiones, desde Ciudad del Cabo, en su territorio por hombres blancos, que se van a prolongar a lo largo del siglo XIX, hasta que en 1885 el gobierno británico declara el protectorado de Bechuanilandia, la tierra de los bechuanas, extendiéndose desde los territorios coloniales de la Compañía Británica de África del Sur hasta la colonia alemana de África del Sudoeste. En 1961 se les concede por los británicos una constitución, que asocia a los nativos negros al gobierno, celebrándose cuatro años más tarde unas elecciones de las que se forma la Asamblea de Diputados, que tras elegir al presidente del país, recibe la independencia de la Gran Bretaña en 1966. Junto a la asamblea elegida, el poder legislativo se comparte con la Cámara de los jefes de Tribus.       

LA RIQUEZA

La escasez de recursos naturales nunca ha ofrecido atractivo alguno al hombre blanco. Es fácil presuponer que la tierra de los swanas, si bien querida como cualquier otra tierra puede ser deseada, nunca ha sido producto de guerras, ni coloniales ni civiles. Así pues, la falta de codicia del hombre blanco sobre estas tierras y el natural ánimo del swana a evadirse del protagonismo histórico, la situación de protectorado británico y la falta real del interés de Cecil Rhodes sobre la inhóspita Botswana, hacen que, por evidentes razones, ni los negros ni los blancos hayan hecho brotar su sangre por las arenas de aquellas tierras.

  Botswana, África encendida, es una interminable capa de arena. De tal modo que la naturaleza en Botswana no llena el cuenco de la codicia blanca, ni protege al negro más que pueda cuidar a un león, de ahí que si es temor para el negro sea admiración para el blanco, y para ambos un lugar donde vivir pasando el tiempo. Así, el hombre batswana negro hallase en Botswana porque sus antepasados sufrieron éxodos y persecuciones en el pasado, bien de imperios negros o de fuerzas coloniales blancas, hallándose en Botswana el hombre blanco que en el pasado fue miserable y ladrón, gente sin recursos y aventureros sin escrúpulos, y hoy sus descendientes, y jóvenes blancos, de ambos sexos, de múltiples y variadas nacionalidades, de estudios y cultura, que acceden a Botswana para el ejercicio de unas profesiones que vienen contratadas, por unos periodos de tiempo. Para ambos, para el negro y para el blanco, para el hombre al fin, Botswana es una naturaleza rica para sí misma y ajena a la riqueza del hombre.

La riqueza en Botswana es la vida que contiene, recibiendo múltiple y variada cantidad de nombres: el impala, el elefante, la jirafa, el león, el guepardo, el buitre, el leopardo, el cocodrilo, el águila, el kudu, la bestia salvaje, el eland, el búfalo, la cebra, la hiena, el perro salvaje, el puercoespín, el jabalí...; por cientos algunos, muchos por miles, y por encima de todo Botswana tiene en la pula su primera y más sabía riqueza: el saludo, el agua, el brindis, la bendición. La pula es la natural aportación del hombre a la naturaleza de Botswana, la única razonable y llena de sentido. 

Los colectivos humanos de Botswana han fijado sus posiciones en las arenas de la antigua tierra de los bechuanas:

1.- Zona Urbana
2.- Kalahari
3.- Makarikari
4.- Okavango

En la zona urbana se concentra un elevadísimo porcentaje de la población. Se sitúa al este del país, en la frontera con Sudáfrica, zona drenada por el Limpopo, único lugar del país con cierto, pero bajo nivel de fertilidad de sus tierras, y formada por una franja alargada que tiene por eje vital la carretera de Gabarone a Francistwon, sobre una distancia de quinientos kilómetros. En esta área se agrupa la mayor parte de las comunidades de batswanas, en sus distintas etnias, ngnato, kalakas, maletes, tawana, tlokwas, etc, y que se extienden dentro de la Republica de Sudáfrica, por gran parte del Transvall. En un área aproximada que representa la mitad de la península ibérica, el desierto de Kalahari es una meseta elevada a mil metros sobre el nivel del mar, de paisaje monótono y profundamente visceral para el viajero que lo contempla por primera vez. En el kalahari habitan, son señores absolutos, los bosquimanos, y junto a ellos y mezclados con ellos los kgalagadi y los sarwa. Al norte del Kalahari el lago salado de Makarikari recibe las aguas del Boteti, curso fluvial que recoge del Boro las aguas del Delta que forma el Okavango a su entrada en Botswana, esparciéndose por toda la vasija o caldero que constituye el Makarikari.

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