domingo, 8 de agosto de 2010

00240-6.JIJONA.2009: La integracion de la juventud en la fiesta

Si de lo que se trata es de una fiesta, basta con inscribir al recién nacido en el correspondiente registro festero, alegremente gastar dinero en un traje con las medidas adecuadas y exhibirlo en un desfile. Con esto la integración de la juventud en la fiesta ha de ser reconocida como un éxito. De seguido, con el paso del tiempo, en los espacios adecuados, el joven verá a sus padres comer y beber, danzar y bailar, reir y llorar, alegrarse y enfadarse, desfilar y descansar, sufrir de las bromas y ejercitarse en ellas, y querrá, con la compañia de sus iguales, imitar a los clásicos que ya son sus padres.

Toda fiesta, no importa qué fiesta, ni su origen, ni su motivación, responde siempre a una idea. Conocer, comprender y aceptar esa idea es la eséncia misma de la fiesta: esta es la definición. El concepto es tradición; mantener generación tras generación una noticia, una costumbre, un rito, una doctrina o cualesquiera otra cosa, sea material o espiritual, o la conjunción de ambas, da a la transmisión de un fluido de eternidad que deviene en convicción. Es verdad lo que posee cualidad de pasado, de presente y de futuro. Y es ésta costumbre lo que desarrolla la repetición instántanea de una actividad celebrada en un tiempo y en un espacio.

Tres son las evidencias que sostienen una fiesta. Lo que fue y ya no es; el festero recuerda el trajinar de sus padres, la estética y el modelo de formas, colores, músicas, discursos, bailes, y, en general, aquellas concepciones de los festejos que ya le resultan chocantes, disparatdas, inoportunas, tiernas, amables. Ahora, sin embargo, la fiesta ha evolucionado, siendo lo que es y lo que dejará de ser; la estética y el modelo se han trabucado en unas formas tan precisas y claras que parecen las adecuadas, de modo que la escenificación de la fiesta en presente ya no coincide, dicen los más antiguos, con la que fue.

Una tercera evidencia resalta en la actitud de los jóvenes, lo que es y tiene que dejar de ser; en esto se encuentra la singularidad de la juventud en la fiesta, de tal manera que el trato existente es lo que ha de ser bien cuidado por el festero, pues esa ligazón materializa la eterna procreación de la fiesta.

Frente al hombre civilizado que es el festero, surge una línea de jóvenes aspirantes a festeros, bárbaros que en oleadaas rompen con la estética y las formas, que no aprecían el sentir histórico de las fiestas, quiebran la esencia y mutan el concepto de modo que lo que subyace es desconocimiento de la definición. Ahora bien, esa juventud es el devenir resultante de un proceso sin peripato. Es cierto que el joven ve, observa, contempla, no aconseja, pero la evolución hace que la generación emergente redacte nuevas estructuras en la fiesta, que la alejan de su origen y significado primero; son las inevitables aceptaciones a tiempos modernos.

La tradición es, en este trascurrir, el testigo pasivo que muere poco a poco, pero que jamás alcanza el óbito, ya que de darse la defunción de la tradición, la fiesta acabaría en un sepulcro. Este testigo pasivo es la correa de transmisión que conoce la juventud, y es así, de tal modo, que se cumple su función esencial en la fiesta. La juventd en la fiesta es necesaria, su presencia imprescindible, su soberbia y su arrojo, la ignorancia que manifiesta la carta de presentación del bárbaro. Más, portan sangre, sueño, vida y tiempo de futuro, de modo que ha de ser integrada como ese apéndice que poco a poco va creciendo hasta rebelarse como un festero.

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