jueves, 25 de agosto de 2011

00665-13.EL VIAJERO MADURO: 01.La playa de los dos nombres

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Entre el cabo de Huertas y el cabo Azul se extienden siete kilómetros de una playa que, en algunos puntos, puede mostrar una anchura en arena de hasta cien metros, una arena gris que procede del agua, sobre cuyo soler se levantan varios restaurantes y chiringuitos, zonas deportivas y algunos aparcamientos. Limita con un paseo, una doble vía de tren, una carretera de dos carriles y varios cientos de torres de apartamentos, que son miles si contamos dos kilómetros tierra adentro. Mira la playa al levante, de quién recibe sus vientos, y contempla el despertar de Helios mientras por el poniente se pone Selene. La tierra sube lenta desde la cota cero, aveces alcanza los veinte metros a quinientos metros, otras precisa de hasta dos kilómetros, de ahí que apenas exista una pendiente pero sí una planicie que toda la vida fue conocida como La Condomina, donde el "aloque" y el "fondillón" tuvieron su casa.

Todo lo anterior se ubica dentro de una extensión aproximada de diez kilómetros cuadrados, con lo cual igual a la extensión misma de la ciudad de ALICANTE, de modo que por tal motivo podríamos llamar a la zona señalada como si de un ALICANTE DOS se tratase. Aquí ya vive gente todo el año, además de los veraneantes, entre grandes avenidas y calles trazadas con escuadra y cartabón, pareciendo el lugar cualquier otro en cualquier otro sitio, pues no hay nada en tal extensión que nos proporcione una definida idea de que nos encontramos en Alicante. Pero los arquitectos son así; definidos, mediocres, repetitivos e internacionales, harto seguidores de la "aldea global urbanística". No obstante, cabe decirlo, hay algunos pocos edificios que ya hoy parecen singulares.

La llaman de SAN JUAN los que proceden de ALICANTE, pero en los mapas, además, la llaman de MUCHAVISTA, pues siendo "una playa" la tienen en dos partida por una línea invisible, cosa de términos municipales, acaso de rancios nacionalismos, de modo que una mitad es propiedad de EL CAMPELLO, pueblo que fuera, hace cien años, propiedad de Alicante.

Esta playa de los dos nombres era conocida por el VIAJERO MADURO cuando tal se mostraba como un niñito que chapoteaba en la misma orilla, mientras sus padres preparaban toda una cocina-comedor sobre aquellas doradas arenas que servían de suelo a la improvisada casa al aire libre. Los había que cargaban con leños, que prendían debajo del trébedes sobre el que se disponía la paellera, saliendo de una caja tenazas, soplillos, espumaderas, horquetas, almirez, cazos, alcuzas, cestas y cestos, mesas, sillas, todo bajo una carpa de tela gruesa que se apoyaba en cuatro palos anclados en la arena. Todo lo cual era fácil de transportar a la playa de los dos nombres porque era fácil de aparcar el coche sobre la misma arena, apenas a cuatro pasos del mar.

Pero en aquella playa de hipetros devino el progreso, y aquella especie de civilizada barbarie se torno pura civilización. Llegaron los primeras casas, los edificios de apartamentos, las calles asfaltadas y las direcciones prohibidas, de seguido llegaron los paseos con sus losas, las islas con sus zonas verdes, y mucha, mucha gente, pronto se incorporaron los guardias locales, los socorristas, los puestos de venta ilegal, los altavoces amenazantes esgrimiendo la bandera roja, alguna carpa cultural, teatral, musical, y las gentes se dedicaron a hacer gimnasia en la playa, a tumbarse sobre toallas y a tomar la coloración del tizón, de modo que un día un alcalde y sus concejales decidieron arrancar los aparcamientos y transformar la playa de los dos nombres de una playa pública a una playa privada.

El VIAJERO MADURO ya no se baña en la playa de los dos nombres, que la mayoría llama de San Juan y otros, los menos, de Muchavista. Ya no tiene donde aparcar; y como él son muchos los que piensan que en la playa de San Juan ya no se puede aparcar, de ahí que ya, el Viajero Maduro, no se bañe en San Juan, ni pueda tomarse un tentempié, ni pueda pasear, ni de compras ir a la playa de San Juan, porque su coche no tiene donde descansar. Y claro está, si en verano el Viajero Maduro no puede ir a la playa de San Juan, que le esperen en invierno para ir a pasear, para tomarse un arroz o para hacer unas compras. Es cierto que hay autobuses, es cierto que hay un tranvía, pero no hay un lugar donde su coche aparcar, como lo había cuando la playa de los dos nombres era un espacio público y libre donde poder aparcar, hacerse una paella en la arena, y meterse en un agua embravecida por el levante sin que ningún temeroso concejal te lo impidiese por medio de un socorrista y, claro está, una multa.

¡Ay, el nivel de civilización se define por el miedo que sienten sus civilizados a perder una vida cuya destino es perderse!, dice Cómodo Centón.

Pero, y sin embargo, curiosa contradicción, hoy ha estado el Viajero Maduro en la playa de San Juan, la de los dos nombres, que Muchavista el otro es, y, ¡pardiez!, un hueco para dejar su coche encontró; y había más. Al pisar la arena, sus pies desnudos se quemaron, y hubo de andar unos noventa metros hasta que se pudo descalzar. Volvió, entonces, la vista atrás, ¡que desperdicio de arena que nadie puede disfrutar!. Más poca gente en la playa había, poca gente para una playa tan extensa y espléndida, y es que todos piensan, ¡vive dios!, que en esa playa ya no se puede aparcar, que la hicieron privativa de los que allí de tener techo pueden disfrutar.

1 comentario:

  1. La frase de comodo centon es preciosa, pero por lo demás le recomiendo el tranvia que le lleva de maravilla con menos contaminación y ahorro para su bolsillo.

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