viernes, 29 de enero de 2021

06309-238.ALICANTE: 01.Cristianos y Moros en 1703

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        Publicado en la
        Revista “Fiestas” de Jijona
Alicante, agosto de 1997 
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La mañana de aquel veinticinco de julio cubría Cristóbal Ivorra, dueño de la casa de Barañes, el camino, junto al pretil, que llevaba a la Puerta Nueva. Pasaba, mirando a la derecha las piedras de la fortaleza de Santa Bárbara, por delante de los pescadores de Alcocó y del Arrabal a continuación, donde podía verse a los viejos arrumbados, por los que sintió una profunda pena que nunca supo describir ni tan siquiera así mismo. Esta agitación del ánimo fue sustituida por la imagen de una mujer patiabierta, que extremadamente flaca y en lágrimas lo miraba sin verlo, situación de la que lo extrajo el zumbido de una algarabía que viniendo de la mar desde allí se veía. Apoyose en el pretil y vio sobre barcas, a la vera del puerto, mucha gente que entendió, y no creyó, al primer pensamiento, moruna. Mas, sin duda eran gentes de Alá, haciendo ruido de arcabucería y mosquetes, y de él venían diciendo al punto que desembarcaron:

- ¿Cómo podéis no creer en Dios, siendo así que os dio la vida cuando aún no existíais, que os hará morir y os volverá a la vida, después de lo cual seréis devueltos a él? Él es quien creó para vosotros cuanto hay en la tierra. Y subió al cielo e hizo de él siete cielos. Es omnisciente. Y cuando el señor dijo a los ángeles “voy a poner un sucesor en la tierra”, dijeron “vas a poner en ella a quien corrompas en ella y derrame sangre, siendo así que nosotros celebramos tu alabanza y proclamamos tu santidad”. Dijo “Yo sé lo que vosotros no sabéis”. Enseñó a Adán los nombres de todos los seres y presentó estos a los ángeles, diciendo “informadme de los nombres de estos, si es verdad lo que decís”. Dijeron “gloria a ti. No sabemos más que lo que tú nos has enseñado. Tú eres, ciertamente, omnisciente, el sabio”. Dijo “Adán, informales de sus nombres”. Cuando le informó de sus nombres, dijo “¿no os he dicho que conozco lo oculto de los cielos y de la tierra y que se lo que mostráis y lo que ocultáis? Y cuando dijimos a los ángeles “postergaos ante Adán” se postergaron, excepto Iblis; se negó y fue altivo: era de los infieles. Dijimos “Adán, habita con tu esposa en el Jardín y comed de él cuanto y donde queráis, pero no acerquéis a este árbol: si no seréis de los impíos”. Pero el demonio les hizo caer, perdiéndolo, y les sacó del estado en que estaban. Y dijimos “descended. Seréis enemigos unos de otros. La tierra será por algún tiempo vuestra morada y lugar de disfrute. Si pues recibís de mí una dirección, quienes sigan mi dirección no tendrán que temer y no estarán tristes, pero quienes no crean y desmientan nuestros signos, esos morarán en el fuego eternamente”.

Ante tales afirmaciones retirábase todo cuanto a su paso se oponía, y derrotados los guerreros de Cristo, oyose, jubilosa la campana de Santa Bárbara y el Papaz moro descendiendo de su nave tomaba el muelle, pasaba bajo la Puerta del Mar, llevado sobre lo alto de un ostentoso pabellón, por negros y hermosos esclavos. Lucían los palaciegos espléndidos e indecorosos trajes a la turquesa y portaban los guerreros unos sables corvos y cortos con los cuales daban alfanjazos a los mas remisos a sus doctrinas, que cuando la inteligencia no accede por su natural camino es necesario hacerla entrar por el camino que le es natural.

Atemorizado Cristóbal por tales visiones, más acordes con cuentos de ultratumba que la certeza protección de Dios, comprendió la compungida presencia de la mujer de piernas arqueadas, y quiso alentarla en su desdicha diciéndole que no habría de preocuparse pues pronto las tropas del único Dios lanzarían al embravecido mar a aquellos hijos de Satán sin alma cristiana y condenados al paraíso del fuego y del dolor. Siguió vivaz, tras una turba hacía los abajos de la ciudad, alentando a la guardia de la Puerta Nueva, que lo tomo por ido de sus cabales, lo que acrecentó su inquietud, pues todos parecían felices con la llegada de Iblis a aquellas costas. Alcanzó Santa María, cruzó, persignándose, la pequeña explanada que se extendía delante de la fachada del templo, tomó por la rampa de bajada a la Palmereta, y por allí llegó a la Puerta del Mar, donde se apercibió de mucha gente, que veía, alegre y festiva, con agrado a los moros en orden de batalla, intimidando a unos cristianos guarecidos en lo alto de una fortaleza

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