sábado, 30 de enero de 2021

06322-241.ALICANTE: 01.La Romería de Pantaleón (marzo de 1987)

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                                      (marzo de 1987)


Cómodo ha ocultado sus mejillas con las palmas de sus manos. De este modo es como encubre ese sonrojado. Quema.

Aquella mañana se ha levantado, fiero..., huele a frenesí. En su ánimo rota incesante, cambiando, en espacio y tiempo, una sístole enfurecida, un devaneo por sus adentros. La Romería de don Pantaleón, agrupación de ideas sostenidas, cuaja en aquella mañana de invierno. Se asoma; en la calle, silencio. Clarea apenas el día, un nuevo ocho de marzo se avecina.

Cómodo, hombre solitario, zigzaguea más propenso al rencor, más dado a la indiferencia, más inmerso en sus propios conceptos…, titubea. Sufre de dengues. Se agrieta a cada momento. Enhiesto, reacciona. Y el sol, ese maldito sol de Alicante... clarea; se le enreda por aquella su casa, da diafanidad a las estancias, cizaña a destellos a la prebenda de vivir que es de Cómodo, gallardía a tanta gazuza, a tanta nausea reprimida. Se incorpora; es menester que el individuo tenga su fiesta, que el concepto de fiesta lo sea individual y que el elemento social quede aniquilado por el resto de los tiempos. La comunidad, por definición, es mala. El hombre es uno, no muchos, está formado por si mismo y nunca de los otros; de este modo es el hombre formado por los otros el que accede, acepta y disfruta de una fiesta social, organizada, institucionalizada, presidida, controlada, mediatizada, influida. Hemos de acabar con la comunidad. El individuo merece una fiesta individual, las sociedades tengan fiestas sociales, vengan a mí los individuales, váyanse los sociales.

Hombres de Alicante, escuchad la fría y arrítmica voz de Cómodo, el hombre individuo, sed individuos, haced de vuestro principio humano la indiferencia por el mundo de los muertos que malviven en sociedad. Dad lugar, con vuestro individual esfuerzo, a la fiesta de la individualidad. No permitas, hombre de Alicante, que la sociedad alicantina se apodere, con ruin vileza, de tu exclusivo patrimonio.

Cómodo, en éxtasis, es un dios, más al languidecer se torna humano, de un sentimiento de indiferencia propio de un dios cae en el vacío de los asuntos que tienen importancia. Tras él, don Pantaleón; le burla sus manifestaciones. Viste su uniforme de coronel de carabineros, debajo del cual se aprecia su uniforme isabelino de comandante de infantería, y tras este último el uniforme carlista del Maestrazgo del general Cabrera, en su mano brota la sangre que hizo correr por las tierras de Aragón, de Cataluña, de Alicante. Las unas veces de liberales moderados, las otras de progresistas.

Sobre la mesa la flor, el vino y el poema.

Cuando lo de Vergara ciñó con los brazos a su enemigo, asió de su pecho los aires de libertad que al mundo despertaban y comprendió don Pantaleón que la libertad era la columna vertebral del hombre. De servicio en las tropas del Ministerio de Hacienda hallábase don Pantaleón en Valencia, que recibió el encargo de partir al frente de numerosa gente de carabineros, soldados de Saboya y algunos de a caballo. En Benidorm, según se dijo, tomo a unos contrabandistas bultos de tabaco y de ropa, y con la dicha mercancía se presentó en esta ciudad de Alicante un veintiocho de enero de mil ochocientos cuarenta y cuatro. Trabaron las autoridades conocimiento de los visitantes, ofreciéndoles las máximas de facilidades para que tomaran acomodo entre los alicantinos. Más al caer la noche las tropas llegadas tomaron en golpe de mano la fortaleza de Santa Bárbara, y tras ella la ciudad entera. En prisión acabaron las autoridades que mostraron su rebeldía, y los favorables desfilaron y gritaron “¡Viva Isabel II!”. Don Manuel Carreras, prohombre del liberalismo progresista, dio la bienvenida al salvador y custodio de las libertades, siendo el gozo el sentimiento generalizado. Más dice don Pantaleón que no bastando que el pronunciamiento quede reducido a los muros de la ciudad, deben las fuerzas progresistas extenderlo a otras plazas. Sale al frente de mil hombres y en Elda don Pantaleón es derrotado; pretende conquistar Alcoy, y Alcoy se le niega. Y viendo que no alcanzar al buscar hombres libres, se retira a los muros de Alicante. Roncali cerca la ciudad; la somete al fuego de sus cañones, al aire de la escasez, al tiempo. Alicante, olvidada del resto de las tierras de España, poco a poco ve alejarse el triunfo de su único pronunciamiento, de su única revolución. Ve morir a sus hombres, enfermar a sus mujeres, marcar a sus niños. Un día de marzo don Pantaleón y cinco de sus fieles deben de abandonar su empresa. Salen, a caballo, de Alicante; son perseguidos encarnizadamente por jinetes de Lusitania y atrapados en los barrancos de Sella. Esta vez son las prisiones de Alicante quienes acogen al pronunciado, y en justo castigo el fusilamiento es decretado. Cae, con otros veintitrés, un ocho de marzo.

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