viernes, 9 de diciembre de 2011

00840-02.AGUAS ALTAS Y BARAÑES: Con la llegada del semen

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Lorenzo Ivorra de Flandes tenía por entonces más de cincuenta años, una espada colgada en la pared, una pipa, una piedra y aquellas dos manos vacías, con las que cubrió su rostro mientras recordaba a su padre, el soldado de Flandes, y la miseria de su muerte.
- Francisco...
- Dime mujer
- Estoy preñada
Lorenzo, por los gestos que hizo, parecía quebrarse; no eran tiempos de turbación sino de elucidar la sensatez. Subió al Molló y requirió los servicios de Glauca, y fue la sabina rastrera quien puso fin al proceloso estado de Lorenzo. En pago a los servicios de la joven herbolaria, decidió Lorenzo que ésta tomase estado con su hijo Lorenzo, a lo que la joven alumna de la Vieja de Los Santos se excuso en no hacer aquello que se le pedía, que el pago no era de su conveniencia ni interés. Y dijo sus razones:
- No quiero ser parte de una casa donde el padre es un déspota, la mujer una cosa, el hijo un siervo y el siervo una bestia.
- ¿Podría ser de otro modo? -preguntó Lorenzo-
-¿Te gustaría ser como una piedra?, una piedra incapaz de cambiar de lugar por sí misma. Todo en este mundo es a imitación de Dios; María fue violada por un ángel con forma de paloma, mientras su esposo , José, miraba hacía la espiritualidad de la existencia; se la metieron por adentro cuando ya quebraba su voluntad por la luz resplandeciente del engaño divino, y la follaron sin placer alguno que ella sintiera, de lo que viene que sea de uso que la mujer no sienta interés estando abierta de piernas. Dios quería un hijo y él mismo, cobarde, fue incapaz de darla cara ejecutando el acto, que encargo a uno de sus secuaces, de la violación. No quiero esto para este cuerpo de mujer en el que hallo envuelta.
La negativa de Glauca sembró de desasosiego el alma de Lorenzo. Don Luis interesose en la utilidad que bien podría tener ganar a Glauca para Dios y para los hombres, por lo que alentó hasta la excitación a Lorenzo en el sentido de persistir en tal idea y alcanzar tan loable fin; dejo dicho que vería de hablar con Glauca, de lanzarla, con la adecuada vehemencia, al casi perfecto mundo del sometimiento al varón, y todo esto haciéndolo entrar en las razones de Dios para con la vida. Por otro lado hizo ver Lorenzo a su hijo Lorenzo la negativa de Glauca y la desazón en la que le sumió, ya que pensaba él que aquella mujer era la adecuada para Lorenzo hijo en cierto sentido, y esto lo ocultó porque sentíase de ella atraído por el mucho parecido que Glauca mostraba con la joven Antigua que él mismo y en los sueños que le llenaron los días de campo que algo despertaba en sus sentidos procedente de la entrepierna y que amilanaba su entendimiento y le aflojaba en el trabajo de los bancales. De cuantas cosas son dichas se propicio que un domingo lograse don Luis se llegase Glauca a la Torre, donde imbuido de la convicción de las razones que la objetivasen, las profundas necesidades de su cuerpo, el deseo de igualar en condición social a su hermano Francisco, trabó con ella conversación Lorenzo hijo y sin esperar mejor momento se puso a su juicio, persiguiéndola y en dulzandole la vida en Barañes. Glauca, quién se mostraba por aquellos días abatida, como falta de fuerza, inquieta, como perdido el entendimiento, triste y pesimista y de humos desapacible, agresiva, diferente al que mostrara con Lorenzo padre en días anteriores. Desde entonces dispuso Lorenzo hijo de los tiempos necesarios que le permitiesen estrechar los pensamientos de Glauca, aislándola de su particular mundo del Molló, confundiéndola al principio y dejándola, después, sin respuesta, en una tramoya digna de un funámbulo; ya no hacia falta que don Luis le recordase asistir a los oficios, ya que ella sabía que Lorenzo acudía a los mismos, donde escucharía la voz grave, dulce y cálida de Lorenzo, que la tenía cautivada y poseída de aquel exacto timbre de voz, hasta el punto, ignoto en ella, de palpitar a cada pensamiento que tenía por verlo, se le aceleraba el pulso y un retumbar del corazón por todos sus adentros, en las sienes, en los brazos y en el pelo. El hechizo de aquellos tiempos fue creciendo al par que la luz más diáfana cruzaba el cielo, hasta que, llevada de su humedad, Glauca se quiso entregar. Fue un día de oficios cuando fornicaron al costado de un ábside; Glauca requería, junto al éxtasis de la emoción, la sensación del peligro. Y Lorenzo, estúpido él, como todo hombre llevado de su naturaleza, acusó el silencio de Glauca, poblándola de caricias, elegancia y delicadeza, que por ella, dijo, sentía un amor único. Satisfecha Glauca, pidió a Lorenzo su miembro; éste, dijo, lo entregaba a cambio de poseer, para siempre el don de retornar. Glauca respondió abriéndose de para en par, sin saber, la muy estúpida, que la paciencia del hombre se agota con la llegada del semen.

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