domingo, 28 de mayo de 2017

03639-21.AGUAS ALTAS Y BARAÑES: 01.Jaime Ivorra de La Vieja

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03109 (06.09.2016 - Tras la muerte de Antigua Sexona)

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03661 (04.06.2017 - 02.Jaime Ivorra de La Vieja)


       Un atardecer, después de que comiera, Jaime Ivorra de la Vieja, acompañado del padre Antonio, tomó el camino del amerador hacia aquellas tierras bajas en las que nunca antes había pisado. Cumplía aquel año once. Su madre Glauca lavole la ropa, pobre, que tenía, que era muy escasa y apenas ocupaba lugar en un atillo que le dispuso, le plasmó en un beso todo el amor que por él sentía y dijo en el oído:

- De mi te separan, nada hallo para evitarlo, y si cedo bien sabe Dios que es porque las letras serán tu oficio. 

- Adiós, hijo mío -oyó Jaime de la boca de su padre-

"Me siento como un recipiente de vino cuya única misión es guardar el caldo", pensó Glauca aflorando todo su odio.

Y ya por el amerador decía don Antonio:

- Debes de saber que mucho has de corresponder a tu abuelo, hombre, sin duda, de grandes virtudes a la par que modesto en su quehacer de la vida. Nunca él anduvo en sus trabajos tras el medro y vía personal, no jugaba ni juraba, no andaba a la práctica de la sisa ni el hurto su pasión era, haciendo, con esto, la contra a otros que justificaban su ocupación como venida y aprendida de los demás. Es tu abuelo hombre del pueblo, gente de buen quehacer, dado a lo justo; y es menester que en el pueblo sea la vida justa, porque de ahí se nos da mansa conversación y eminentes hombres. ¿Comprendes Jaime cuanto te digo?

- No, padre.

Iba temeroso de andar junto al padre, escuchando palabras que solo sabía escuchar, en aquella senda que no conocía, hacia un tiempo oculto en las entrañas de la lejanía, ido de sus conocidas montañas. Su pequeño cerebro no pensaba, no escuchaba, nada advertía salvo las sensaciones inexplicables de dejar atrás la casa de Barañes. Se sentía insatisfecho.

- Lo comprenderás....

- ¿Qué le sucede al abuelo?

- ...., de momento escucha, que ésta en la condición de los menores el escuchar, sin parpadear, el aliento de los mayores. Porque frente a esos hombres buenos, tu abuelo el primero, otros se levantan fieros, hallarás ante el virtuoso al zángano en las colmenas, comedor de miel, trepador de posibles, fruto de bárbaros e indecorosos. Tu abuelo, conocedor de la Europa, te ha encomendado al mundo de la inteligencia y conocimiento de Dios. En ti, me dijo, hay un hombre de justicia, y de ti, dije yo, hemos de hacer un hombre para la justicia,  y esto que digo se lo aseguré hasta quedar convencidos los dos en lo mismo. Cualquier desviación de este fin propuesto por la voluntad de tu abuelo y trasmitida por Dios, ahondaría su tormento en esta vida, y a mi, por mi negligencia, me destinaría el todopoderoso a purificarme en el monte, porque para estos que rompen lágrimas ante la adversidad no está permitido la manifestación de Dios. 

Pero..., ¿qué le sucedía al abuelo?

- Padre...

- Si, Jaime...

- ¿Queda mucho?

- Siempre queda algo -y siguió- La insumisión a la pureza hace a los hombres purgar cerca del río de sangre y lejos de la cima de Dios. Vivimos en una atmósfera muerta, contristada el alma vagamos en busca de una libertad inútil, donde nuestros cuerpos se hallan sepultados, honrando al frío y a la sombra, de pie sin movernos, sin saber por donde la montaña declina expiamos los pecados cometidos, los por cometer y aún aquellos que nunca cometamos, pero no por esto, por no cometerlos, no debemos eludir purificarlos. El hombre es un enfermo por instinto, hijo de una naturaleza imperfecta, no cabe en sus ojos la visión de Dios, de ahí que envié a su madre, y que ésta, en sus apariciones a los hombres, recobre su naturaleza humana, siendo así visible.

- Padre, ¿dónde tenemos el alma?

- Sólo tenemos un alma, no varias, una sobre otra, sucediéndose, como si del estado de la última en vivir dependiese nuestro futuro cerca o lejos de Dios. Sólo un alma, un resplandor perpetuo que hemos de acarrear a la casa del padre, con un único pensamiento, sólo uno, que solo veremos un Dios, que varios discernimientos te doblegaran y conducirán al caos de las llamas que harán crujir tus huesos en la extinta esperanza de felicidad. No te marchites en la ruta, no te dejes prender de las sombras..., superado el laberinto hallarás a Dios.

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